Marihuaneros, a salir del clóset

Marihuaneros, a salir del clóset

Hay que desestigmatizar el consumo para proteger nuestros derechos constitucionales y nuestro libre desarrollo a la personalidad, como bien defendió Carlos Gaviria

Por: Martín Zamudio Espinel
octubre 11, 2018
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Marihuaneros, a salir del clóset

Para nadie es un secreto de que en Colombia —y en el resto del mundo— hay una gran cantidad de consumidores de marihuana, que no lo hacen por cuestiones medicinales ni tampoco por adicción, sino porque simplemente les gustan sus efectos y la utilizan como una sustancia recreacional. Entre estos, cabe decir, se encuentran personas de toda índole y corriente política y hacer una generalización entre los consumidores es bastante complicado.

El problema es que identificar a un consumidor de marihuana no es sencillo, pero se cree que sí. Esto se debe principalmente a que hay una alta tasa de consumidores que prefieren mantener en secreto dicha práctica, justamente por la estigmatización social que existe alrededor de su utilización. En otras palabras, el gran problema es que la mayoría de los consumidores son marihuaneros “de clóset” y esto invisibiliza ciertas realidades.

La imagen del “marihuanero típico” en nuestro país está directamente ligada al hippie, al rastafari, al rapero o al estudiante de universidad pública; todos estereotipos reiterados en las novelas, en los medios o en las conversaciones familiares. Pero, ¿qué pasa entonces con los consumidores que dirigen empresas, o aquellos que tienen un doctorado, o son actores o políticos reconocidos en la escena nacional e internacional?, ¿qué pasa con los consumidores de la Javeriana, del Rosario y de los Andes?, ¿qué los diferencia a ellos? y ¿por qué a ellos no se les persigue de la misma manera?

La respuesta ante dicha pregunta se encuentra directamente incrustada en la idiosincrasia colombiana que liga al éxito y al dinero con comportamientos conservadores y “prolijos”, y en que las personas con éxito y dinero, en general, mantienen su estatus ocultando este tipo de prácticas, pues ayuda a salvar su imagen. Un claro ejemplo de esto es el de Sandra Borda, investigadora de la Universidad de los Andes, quien hace poco recibió duros reproches por parte de la periodista Vicky Dávila y del senador José Obdulio Gaviria por aceptar públicamente que era una consumidora recreacional. Esto demuestra cómo para nuestra sociedad el crimen viene primero que la reflexión y se juzga a las personas por consumir marihuana aun cuando el consumo de ésta es mucho más sano que el consumo de alcohol o de cigarrillo, algo comprobado en reiteradas ocasiones por diferentes instituciones y estudios.

Como dijo Gabriel Santos, lo que importa no es el consumo de la gente del Chicó - barrio estrato 6 ubicado al norte de Bogotá - donde se sabe de primera mano que existe un consumo sistematizado, sino el consumo de las personas que viven en las zonas marginalizadas como lo son Suba, Ciudad Bolívar y Fontibón donde —cito textualmente— “el consumo se ha vuelto problemático”. Esto se debe, principalmente, a que se sobreentiende que el marihuanero rico es un marihuanero silencioso, que “fuma” callado y no tiene necesidad alguna de vender dicho producto, mientras que el marihuanero pobre lo hace en lugares públicos, va al Parque Nacional todos los 20 de abril, y se lucra (o subsiste) a través de la venta de dicha sustancia; es por eso que el consumo en esas localidades es “problemático” y en el Chicó no. Claro, a simple vista es entendible pero primero, el consumo de marihuana no puede volverse un privilegio de clase y segundo, dichas afirmaciones son justamente una muestra de los prejuicios y estereotipos que rigen y determinan el rumbo de nuestra sociedad hacia la creación de políticas públicas inútiles que lo único que logran es enriquecer más a los narcotraficantes y perseguir a los consumidores —a los consumidores “pobres” que no usan corbata ni compran ropa de marca—.

La invitación es entonces a salir del closet, a seguir los pasos de Sandra Borda, Gloria Ortega, Carmenza Gómez, de Steve Jobs y Barack Obama, y de los miles de intelectuales y personas reconocidas a declararse consumidores recreacionales abiertamente, no solo en las redes sociales sino también en las comidas familiares, en las universidades, en el trabajo y en todo lugar donde se considere pertinente. Esto para desestigmatizar el consumo de marihuana con el fin de proteger nuestros derechos constitucionales y nuestro libre desarrollo a la personalidad, como bien defendió Carlos Gaviria.

El consumo de esta sustancia, a diferencia de otras (vuelvo aquí a nombrar al alcohol) no nos vuelve violentos ni reduce nuestra capacidad racional ni de discernimiento, tampoco nos vuelve menos capaces ni peores personas, pues no existe relación alguna entre una cosa y la otra. Solo así se puede empezar a construir una manera de consumir que sea responsable y ética, acompañada por políticas de salud pública para los adictos y políticas de prevención para los más jóvenes. No se puede tapar el sol con un dedo y negar que la utilización de esta planta es una realidad social que debe dejar de ser perseguida, más aún en un mundo que se abre cada día más a la utilización recreacional de la misma. Recordemos que la marihuana no es la que mata (pues no ha habido un solo caso de muerte por sobredosis de esta planta), los que matan son los narcos y los narcos seguirán ahí siempre y cuando exista prohibición, pues su negocio funciona solo así, tras bambalinas y bien alejado legalidad y el control estatal.

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