El 14 de mayo del 2010, horas después de haberse presentado en el Coliseo El Campín, el músico argentino Gustavo Cerati tomo un rumbo obligado para el remate de fiesta: el bar Armando Records en la Zona rosa de Bogotá. El coctel para la rumba era una receta conocida: unas cuantas líneas de cocaina mezcladas con whisky y Red Bull. La gira de su último álbum Fuerza Natural era motivo de celebración. Durante el concierto en el Coliseo se quejó varias veces de la altura “¿Bogotá se ha subido más? Me estoy quedando sin aire”, se quejó ante su público.
En Armando Records estuvo hasta el cierre del establecimiento, hacia las dos de la mañana. Pero para él la rumba tenía que continuar; ahora en la casa de Julio Correal. De la música pasaron hasta la conversación que se prolongó hasta bien entrada la mañana. Dos días después, en Caracas, el organismo le falló. Le pasó la factura y le cobró los excesos a 1600 metros de altura y Cerati cayó en un coma profundo del que nunca salió. Murió cuatro años después en Buenos Aires.
Cinco meses después, en plena celebración de Halloween, el joven Luis Andrés Colmenares caería, en circunstancias que tal vez nunca se aclararán, en el caño el Virrey, vecino también de la Zona Rosa. Estaba con sus amigas Yesi Quintero y Laura Moreno, está ultima compañera en la clase de Dinámica de Sistemas en la Universidad de Los Andes. Celebraban en la discoteca Penthouse, en plena zona T bogotana. Después de una discusión con Laura Moreno y de haber ingerido unas cuantas Red Bull, Luis Andrés Colmenares terminó entre las aguas del caño que, en plena hola invernal del 2010, se convirtió en un furioso arroyo. Lo encontraron al otro día con un golpe en la cabeza. Después de ocho años el veredicto de un juez exoneró de responsabilidad a las acompañantes y dictaminó que su muerte la había ocasionado un accidente.
El agente de la DEA James “Terry” Watson veía la final de la NBA en un bar cerca al parque de la 93. Después de terminar el partido, a las 11:07 de la noche de ese 20 de junio del 2013, Watson tomó un taxi Hyundai de placas VEN-144, conducido por Julio Steven Gracia Ramírez. En el preciso momento en el que se subió lo sorprendieron, entrando al taxi, Edwin Figueroa Sepúlveda, alias Garcho y Javier Bello Murcia, alias Payaso. En el intento por atracarlo, el agente terminó acuchillado en el carro y aunque Watson logró huir, las heridas en el cuello, la pierna y el torax resultaron mortales. El agente de la DEA murió en la Clínica del Country unas horas después y la banda de taxistas extorsionadores fue extraditada a los Estados Unidos.
El 29 de mayo del 2017 el médico de la Universidad del Rosario Fabián Herrera salió de la discoteca El Marqués, en plena Zona T, a las dos de la mañana. Los amigos que lo acompañaron dijeron que se había tomado unos tragos pero lejos de estar borracho. Solo necesitaba un Uber. Camino cuatro cuadras y, cansado de esperar, después de compartir un trago con dos misteriosas mujeres que aparecieron en cámaras de seguridad, tomó un taxi equivocado. Veinticuatro horas después sus familiares, al no saber nada de él, decidieron bloquear sus cuentas de ahorro, sus tarjetas de crédito y llamar a la policía. Lo encontraron cuatro días después muerto tras haber sido víctima de un paseo millonario.
El pasado 4 de febrero, después de estar disfrutando en Mint Social Club, una discoteca en la Calle 84, en plena Zona Rosa, María Andrea Cabrera súbitamente se desmayó, vomitó y sus amigas la sacaron del lugar. Tres horas después, cuando buscaban darle atención en la clínica Santa Fé, la Comunicadora social de la Universidad de la Sabana falleció después de haber ingerido, en extrañas circunstancia, una mezcla de metanfetamina y alcohol. Tenía 25 años. La última de las misteriosas muertes en la Zona Rosa de Bogota donde la combinación de rumba, drogas e inseguridad han resultado mortales.