Ya lo que faltaba. El ingenio perverso de los malandrines no tiene límite. Eso sí, a veces hay que abonarles que en lugar de violencia usan la malicia y así, aunque al estafado le quiten sus pertenencias, unos cerdos en este caso que contaremos, al menos sale vivo y con sus huesos enteros.
Sí, señores, como lo han leído, se trata del hurto de unos cerdos. Marranos, guarros, cochinos, puercos, chanchos o como bien quieran llamar a estos nobles animalitos. “Cuatro cerdos fueron robados en el centro de la ciudad de Popayán” dice el titular de prensa.
Vaya hombre, para no creerlo. ¿Y cómo llegaron cuatro cerdos a un sector tan comercial y concurrido del centro de la hidalga Ciudad Blanca? Bueno, para empezar hay que decir que los semovientes no residían en el lugar de los hechos, y tampoco eran oriundos de la villa del Belalcázar, y está por demás aclarar que no pertenecían a alguno de los linajes tradicionales. No. Los cuatro rozagantes cuadrúpedos de los que hoy se desconoce su paradero eran naturales del municipio de Rosas, la puerta del Macizo Colombiano.
Hay otro elemento llamativo en esta historia: la chica, claro. ¿Cómo iba a faltar en cosas de cerdos el factor femenino, el toque de belleza, la candidez engañosa y la piel tersa para poder componer un engaño decente?
La chica se llama María Alejandra, nombre bonito y sonoro. Dieciocho añitos bien puestos, ojos profundos, según se aprecian sobre el tapabocas en la foto del prontuario, y una disposición abierta, amable, risueña. Un todo que inspira confianza a cualquiera que ande desprevenido, porque no se entiende que una muchacha tan de buen ver ande con la negra intención de robarte los cerdos que con tanto mimo y esfuerzo has criado.
Pues María y sus compinches, pasando como empresarios de lo más formales, se aparecieron en la vivienda de un rudo y noble campesino, atemperado por los vientos y los soles de la montaña, con el propósito de comprarle panela. Al no haber panela, y por no perder el viaje, se decidieron por unos hermosos chanchos que asomaban su hociquito entre la cerca, como anhelando que se los llevaran a ver mundo.
Y, claro, lo demás fue mero trámite. Cargaron los cuatro objetos del deseo que recorrieron por primera vez la Panamericana Sur atrás de un pequeño camión, hasta que los recibió el viento fresco y saludable de Popayán. Al legítimo dueño de los animales lo embarcaron también con la promesa de pagarle lo suyo en un banco del Parque Caldas.
En el camino, la sagaz joven convence a la víctima que la acompañe a un almacén de cadena para hacer unas compras y pagarle de una vez. Mientras se prueba unas bonitas prendas en el vestier, los cómplices aprovechan y huyen con nuestros simpáticos amiguitos, mientras la joven trata de escabullírsele al labriego en medio del gentío. Le falló la última puntada del plan, y nos dejó su foto y esta simpática historia.