Margarita Sorock, ese plan de irte ahora
Opinión

Margarita Sorock, ese plan de irte ahora

Fue una mujer vital, necesaria para la cultura de Cartagena. Gracias, Margarita. (De su pluma, “Nuestras noches de luna llena en Valledupar”)

Por:
agosto 25, 2021
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

Margarita Sorock escribía poco en español. Su lengua madre era el inglés. Su alma no sabía de idiomas ni de fronteras. Era ilimitada en afectos; al igual que con sus planes. Siempre me dije que Margarita Sorock usaba más verbos en futuro que en pretérito.

Cumplió 78 años, el pasado 10 de febrero. Al día siguiente ya hablaba de sus 79.

Una afección vascular se la llevó para siempre el pasado lunes 23 de agosto.

Conocí a Margarita Sorock en 1992. Era parte del equipo de prensa del Festival de Cine. Cuando me vine a vivir a Cartagena en 1996, eran recurrentes los encuentros con Margarita Sorock en conferencias, seminarios, festivales, conciertos, recitales, exposiciones. Era parte de la vida cultural de la ciudad.

Un encuentro con ella a veces resultaba inexplicable. Se le veía entrando a una película en el Centro de Convenciones y a los pocos minutos estaba en la sala de prensa del Festival de Cine en el Hotel Caribe. “Me tocó venirme volando, imagínate, un problema con unas acreditaciones”, decía con su acento neoyorquino.

Veía de pie los partidos de los Yankees de Nueva York, con su gorrita de la N y la Y superpuestas. Se sentía orgullosa del aporte latino a su novena. “Urshela, lo está haciendo muy bien, está bateando por encima de 300”. Mantenía actualizado a sus amigos.

Multiplicaba su energía. Paseaba en bicicleta; iba de compras al mercado de Bazurto. Se anticipaba: “Tú sabes que esta ciudad es muy cara… Ombe, uno tiene que buscar la economía, allá me dan rebaja, tú sabes”.

Las bromas sobre su vejez eran agudas. Tenía la más certera comprensión de su momento. En 2019 la invité al taller de Escritura Creativa para que hablara de tu tesis doctoral en literatura sobre la obra de Eligio García Márquez. Leímos el cuento El campeón de siempre. Habló del guion de cine que había escrito, adaptación de la novela Para matar el tiempo, todas obras de Eligio. Era experta en la obra del hermano menor de Gabo. Al finalizar su conferencia, le dijo a los muchachos: “Bueno, ahora para bajar (estábamos en un tercer piso) organicemos una carrera para ver quién llega primero… Eso sí, para no dejarlos tan regados, les voy a dar una corta ventaja”.

Margarita Sorock bromeaba cada uno de sus dolores. Respiraba alegría. Contaba como fábulas la compleja vida de sus dos perros: Primera Dama, que murió en 2019, y la tristeza de Nelson Mandela, hijo de Primera Dama, con los que compartía su casa, luego de la muerte de su hermano Paul.

Margarita fue una mujer vital, necesaria para la cultura de Cartagena.

Gestora cultural, traductora, intérprete… era, sobre todo, amorosa. Sus conversaciones en el callejón de su casa, debajo del palo de mango de hilaza, con un café de vainilla sin azúcar, serán el recuerdo de su alegría existencial, de su generosa confianza, de una idea de futuro gozoso.

Gracias Margarita Sorock.

Lamento que ese plan de irte ahora, no hayas alcanzado a contármelo.

Concedo este espacio para dar a conocer el relato de un viaje a Valledupar, cedido por su compañera de viaje, al Festival de la Leyenda Vallenata. Una experiencia que Margarita se regaló al cumplir 75 años.

 

Nuestras noches de luna llena en Valledupar…

 

 - Margarita Sorock, ese plan de irte ahora

El conjunto que seleccionamos tenía una acordeonero de Barranquilla y tres integrantes de San Jacinto

 

Por Margarita Sorock

 

Casi no las vivimos, esas noches de luna llena.  Arrancamos para Valledupar a última hora sin resolver cosas importantes para la visita, como son, por ejemplo, las boletas para los principales conciertos. Alojamiento y viaje en flota se resolvieron el miércoles anterior.  Nuestro viaje estaba para el sábado a primera hora.

Todo eso no tendría mayor interés ni importancia para muchos. En nuestro caso fue fundamental. Yo, su servidora, acabo de cumplir 75 años. Mi cuerpo no deja de sorprenderme y en la mayoría de las veces, las sorpresas están lejos de ser agradables. Mi compañera de viaje con 58, fue operada de un tumor canceroso, extirpado de un seno en mayo del año pasado. La recuperación toma tiempo y requiere tratamientos agotadores. ¿Sería posible?

Pero las ganas —otros dirán la locura—fueron más fuertes. Yo soy norteamericana.  Desde que viví en el Huila en los años 1960, me ha entusiasmado el vallenato. Poco se escuchaba en ese entonces fuera de lo que se conocía como “la costa atlántica”. Bovea y sus vallenatos, Alfredo Gutiérrez y Calixto Ochoa tenían que competir con los tiples y guitarras de los bambucos y guabinas y los ritmos latinos de otras latitudes.  Mi compañera de viaje es tolimense. Para ella, el vallenato siempre ha sido una fuerza vital. Individualmente, soñamos con una oportunidad de conocer Valledupar, sobre todo durante los días del Festival de la Leyenda Vallenata. La vida nos unió en Cartagena, ciudad adoptiva de ambas desde hace muchos años. A través de un grupo de amigos —algunos que tienen dudas sobre nuestros talentos musicales, ni hablar de nuestra estabilidad mental— nos unimos y descubrimos nuestras afinidades. En cada una de nuestras reuniones hablábamos de nuestro viaje a Valledupar pero durante varios años seguidos, tuvimos que admitir que el viaje había quedado en el nebuloso reino de los sueños por realizar.  O ¿somos embusteras?

El acontecimiento determinante que nos empujó a tomar una decisión concreta fue el diagnóstico del carcinoma de mama de mi amiga.  La operación —felizmente exitosa— fue realizada en mayo de 2017.  Nuestra presencia en el 51º Festival de la Leyenda Vallenata en 2018 sería el cumplimiento del sueño que compartíamos.  Prometerlo servía para animarnos ya que parecía evidente que no se pudiera aplazar.  Valledupar nos había esperado mucho tiempo.

La vida nos puso a prueba.  Había que espantar enfermedades y achaques.  Había que comprobar que sí, se puede. Tropezamos con los obstáculos de siempre —el tiempo y el dinero.  Conté con la suerte de recibir pagos de algunos trabajos y me atreví a pensar que podría arriesgar el viaje. Le mandé un correo a mi amiga. Tuvimos nuestra primera reunión unos 15 días antes del viaje. Establecimos prioridades: alojamiento en Valledupar como requisito primero, luego transporte y boletas para los conciertos.  Internet y la luz no colaboraron en mi caso ya que duraron ausentes durante horas enteras. Mi compañera buscaba alojamiento sólo para saber que todo estaba copado.  Además, parecía que las boletas a los conciertos estaban agotadas.  El tiempo avanzaba implacable.  Las condiciones —y los costos— se volvieron cada vez más difíciles.  ¿Aguataríamos tanta adversidad?

Parece que tomamos cada obstáculo como un nuevo reto.  Sin embargo, llegó el lunes antes del Festival y no teníamos nada— ni hospedaje, ni transporte, ni boletas.  El implacable tiempo seguía avanzando. Llamé a mi compañera en la mañana. Le dejé un mensaje ya que no logramos conversar. Decidí arreglarme el pelo en la tarde, actividad que pensaba y repensaba: gastar dinero en el pelo implicaría menos recursos para el viaje; no gastarla implicaría la posibilidad de ir a Valledupar luciendo 20 años más de los que realmente tengo.  Era obvio que el arreglo de pelo apremiaba. Estaba casi terminando mi peluquera cuando mi amiga me llamó.  Me informó que viajaba hacia el barrio de Manga a hacerse arreglar el pelo, en la misma calle en donde yo me encontraba. Nos juntamos en la peluquería de ella.  Volvimos a rastrear alojamientos en Valledupar por internet. El estilista de ella compadeció nuestra situación. Conoce Valledupar y nos dio varias pistas, todas sin resultado. La respuesta fue la misma en todas: no tenemos nada disponible; todo está copado. Mi amiga no se dejó vencer. Preguntaba si esa persona tenía conocimiento de familias que recibirían huéspedes durante el festival. Por fin un contacto de un hotel consiguió un teléfono de un joven cuya familia alquilaba cuartos por días. Lo llamamos y tenía un cuarto disponible en un precio no tan aceptable pero ya nuestra apreciación de la realidad nos hizo cambiar de requisitos. El joven le mandó fotografías del cuarto a mi amiga y establecimos un método de pago —uno que no iba a requerir un depósito anticipado sino un contrato firmado y autenticado.  Parecía bien aunque mi amiga seguía buscando. Y, con razón, porque las condiciones del joven cambiaron a última hora.  No se firmó ningún contrato y sí había que consignar un dinero para asegurar el cuarto. Bueno, pero ya estábamos más entusiasmadas y habíamos gastado mucha energía —concentrada en unas pocas horas— para poder cancelar el programa.  Nos sentíamos embarcadas en la aventura —un estado peligroso porque existe la tentación de aceptar cualquier condición antes de admitir derrota. ¿Lograríamos coronar?

Viendo el pequeño avance en alojamiento, nos animamos para comprar pasajes. Yo había averiguado sobre la mejor manera de viajar y la recomendación fue en flota.  Hay buses que salen de Cartagena a Valledupar.  El viaje toma 8 horas pero el bus cuenta con un baño, aire acondicionado y Wifi en cada puesto.  No lo sabíamos en ese entonces, pero también cuenta con la presentación de las películas más violentas de la cosecha reciente.  Esperábamos viajar el viernes en la noche para llegar a Valledupar el sábado a primera hora.  Mi compañera tuvo que someterse a dos procedimientos médicos el viernes —dos exámenes invasivos que requerían preparación. Viajar antes de las 10 p.m. no era una opción— y sin que lo supiéramos, no fue una opción porque no hay viajes de noche a Valledupar. Gastar preciosas horas diurnas viajando no fue de nuestro agrado pero la realidad de la situación se impuso.  Tuvimos que aceptarla.

Los martes mi trabajo me tiene cerca del Terminal de Transportes y ofrecí comprar los pasajes.  Aunque había investigado por Internet, las opciones reales sólo se conocen estado en el sitio.  Después de unas breves averiguaciones, me dirigí a la ventanilla de la empresa más indicada para comprar los pasajes, hablando una última vez con mi compañera para confirmar la realidad de nuestro viaje. Me atendió una excelente funcionaria, conocedora de su oficio y dispuesta a ayudarnos. Tomó el tiempo de reconfirmar nuestros viajes de regreso para lo cual fue necesario tener la colaboración de la oficina de Valledupar— una oficina colmada de trabajo en ese momento. Cuando tenía las boletas en mano, la funcionaria, que se había dado cuenta de mi acento extranjero, me preguntó de dónde era. Cuando le dije de Nueva York ella respondió que soñaba con un viaje a esa ciudad.  La primera cosa que pensaba hacer era visitar el gran estadio de los New York Yankees a ver jugar un partido de béisbol.  Estaba convencida que nuestro viaje a Valledupar fue un destino seguro ya que me atendió una persona de tanta inteligencia y nobles sentimientos.  Nuestra amistad prosperará, sobre todo de abril a octubre cuando las Grandes Ligas están activas.

La compra de los pasajes fue el compromiso definitivo que tuvimos que pisar con dinero.  Dos días después consignamos la mitad del costo del alojamiento.  Definitivamente, estábamos embarcadas.  Pero ¿embarcadas a qué?  Nuestra verdadera pasión —la música vallenata— parecía existir en la penumbra.  No teníamos ni la primera boleta para algún concierto.  Sabíamos que este Festival —el número 51— incluía un gran homenaje a Carlos Vives.  Por supuesto, pensábamos estar presentes.  Las páginas de internet mostraban las boletas completamente vendidas.  ¿Cómo superar ese obstáculo?

Ojo: lo primero que hay que hacer cuando se va a superar un obstáculo es dejar de considerarlo.  Mi compañera y yo hemos conocido bastantes situaciones similares, solo para saber que sí hay boletas, si el comprador acepta las condiciones —precios por encima de los estipulados, puestos no reservados, y entradas sin garantías.  A nadie le gustan estas riesgosas realidades pero lo cierto es que no íbamos a quedar por fuera habiendo superado tantas trabas a última hora.

Llegó el sábado en la mañana.  Nos embarcamos a las 6:30 a.m., muy puntuales.  Ocho horas después llegamos a Valledupar. Nos parecía un sueño —o una mentira. La ciudad lucía linda.  Nos gustaron sus amplias avenidas arborizadas y las esculturas de sus personajes y símbolos importantes.  El acordeón es una superestrella y su presencia se ve, se escucha y se siente.

Nuestro alojamiento estaba en un barrio residencial agradable y bien ubicado. La señora se había preocupado por sacar la cama doble y reemplazarla con dos camas sencillas, tal como se le había pedido. Nos dio la llave de la puerta. Nos inspiró confianza. Le cancelamos el resto de la suma que le correspondía y arrancamos para un centro comercial cercano, donde podíamos comer algo y trazar un plan para los siguientes días. En un almacén de cadena los representantes de la boletería del Festival tenían un puesto y nos indicaron los eventos —grandes y pequeños— que podríamos disfrutar. Optamos por un concierto esa misma noche y —sorpresa de sorpresas— uno de los empleados de la agencia que vende las boletas nos ofreció dos boletas para el concierto final —en casi el doble del precio. No pensamos dos veces. Compramos entradas “legales” para el concierto de esa misma noche y las “revendidas” para el concierto de clausura, la que contaría con la presencia de Carlos Vives. No estuvimos en Valledupar ni una hora cuando ya teníamos todo lo que necesitábamos.  Pensábamos contactar al jefe de prensa del evento —un amigo de un amigo de un amigo— pero al final teníamos lo que necesitábamos.  ¿Todavía creemos en milagros?  O ¿las posibilitamos nosotras?

El concierto de la primera noche fue anunciado para las 7 p.m., y llegamos puntuales.  En la puerta nos quitaron todo, incluyendo los dulces cartageneros que habíamos comprado para los posibles ángeles de la guarda que pensábamos conocer. Felizmente no los conocíamos ni los necesitábamos, ya que los dulces fueron decomisados en la puerta del concierto, dando gusto, sin duda, a los funcionarios que cuidaban la puerta de graves amenazas —u oportunidades— similares.

El programa anunciaba más de una docena de artistas conocidos en el mundo de la música— la mayoría de música vallenata con uno que otro champetero champetudo.  También se rifaba un carro. El concierto empezó a las 8:00 p.m., y nosotras nos quedamos hasta la rifa que no ganamos.  Los jóvenes, Rafa Daza y Farid Leonardo prometen mucho.  Omar Geles y Jean Carlos Centeno presentaron sus canciones de emblema y otras en honor del fallecido Martín Elías. Le tocó a Peter Manjarrés entregar las llaves del carro a la joven ganadora. Con este acto, pasado las 3 de la madrugada, estas viajeras se partieron para la casa, temiendo no conseguir un taxi ya que la competencia para vehículos estaba feroz.  Nos tocó un samaritano quien nos ayudó a abrir la puerta de la casa, pues el duplicado de la llave entregada presentaba dificultades. Nos acostamos exhaustas pero contentas. Teníamos las boletas que necesitábamos, un alojamiento muy adecuado y una serie de coincidencias y golpes de suerte que favorecían nuestra visita. Definitivamente, las estrellas estaban de nuestro lado.

Para el día siguiente pensábamos conocer el río Guatapurí y la famosa estatua de la Sirena Encantada.  Pensábamos bañarnos en el río, pero cuando llegó el momento, decidimos que la visita sería suficiente. El agua fría del río no tiene la calidez del Mar Caribe de Cartagena que acostumbramos, y optamos por disfrutar su compañía desde la orilla. Pero la orilla tenía bastante actividad —ventas de toda clase de artesanías y servicios, desde masajes hasta tatuajes.  Yo llamé a una joven con cuya tesis de grado había colaborado y ella y su hermana —dos excelentes personas— se unieron a nosotras. Mi compañera registraba absolutamente todo y regresamos con nuestras actividades plasmadas en fotografías y videos.  Excelentes recuerdos que nos sirven de testimonio: sí se hizo de verdad, verdad: palabra dada, promesa cumplida.

Conjuntos vallenatos abundaban y nosotras pensábamos y practicábamos las posibles canciones para el repertorio de nuestra parranda.  El conjunto que seleccionamos tenía una acordeonero de Barranquilla y tres integrantes de San Jacinto. Ya que somos vecinos podemos montar parrandas más cercanas —y ganas nos sobran. Terminamos cantando a la noche de luna llena en Valledupar, al colegio que no tiene clases cuando llueve, al testamento de Rafael Escalona y unos más.  Por supuesto nos dejamos llevar por la emoción del momento y no nos arrepentimos de nada. Salimos a comer al Centro Comercial Guatapurí con las dos amigas vallenatas, quienes nos servían de guías y orientadoras durante la tarde. Conocimos la estatua de la pilonera a la entrada del parque de la Leyenda Vallenata. Nos hubiera encantado el desfile de piloneras que cuenta con una numerosa presencia del pueblo, pero ese desfile se hizo el viernes, un día antes de nuestra llegada. Queda pendiente para el año entrante. Llegamos a la casa con un poco de pena ya que habíamos pensado invitar a nuestra anfitriona a unirse a nuestras actividades. Prometimos cumplirle el día siguiente—nuestro último día completo en Valledupar.

Nos levantamos con deseos de conocer un poco de la ciudad y el ambiente de los concursos.  Después de nuestro desayuno —esta vez un poco diferente, en un restaurante cerca al centro comercial— volvimos a la casa por nuestra anfitriona. Ella nos llevó a la casa de la vieja Elvira, la madre de Diomedes Díaz. Había muchas oportunidades de tomar fotografías con cuadros que muestran momentos de la vida del fallecido cantautor. De la casa nos fuimos para la plaza Alfonso López Michelsen. Los concursos ocurren allí y están al aire libre sin costo para el público. La plaza todavía conserva el delicioso aire de pueblo familiar pero nos dijo nuestra anfitriona que en los próximos días empezarán una remodelación. La programación en la plaza se suspendió a mediodía por el calor y los fuertes rayos del sol. Se reiniciaba a las 5 de la tarde.  Había bastantes ventas de artesanías alrededor de la plaza y nosotras aprovechamos para comprar detalles para nuestros amigos y familiares, incluyendo el primer acordeón para un futuro rey vallenato, don Luka, el nieto de 5 meses de mi compañera.  Viendo videos de Luka, podemos dar fe de sus extraordinarias aptitudes para llevar la corona.

Ya estábamos en la recta final y el concierto de clausura— todo en el Parque de la Leyenda Vallenata. Llegamos con anticipación a las 7:30 de la noche. Tuvimos boletas generales y subimos a la gradería en búsqueda de un lugar óptimo para ver y oír todo lo que sucede en la tarima.  Nuestros puestos fueron excelentes.  Estábamos rodeadas de gente de Valledupar que nos orientaba sobre las actividades en la tarima y en el concurso. Las dos primeras presentaciones fueron concursos: de la canción inédita y del rey vallenato. Seis canciones compitieron.  Todas fueron buenas y todas expresaban una nostalgia por los días cuando el vallenato era el verdadero rey. Hoy en día tiene mucha competencia: en el mismísimo festival cabe la champeta y el pop, por ejemplo —y para no ir más lejos— el mismo Carlos Vives, cuyo estilo representa una fusión de varias corrientes.  El programa comenzó alrededor de las 8 de la noche. Nosotras quedamos hasta las 7 de la mañana y no alcanzamos a ver todos los artistas. Cinco personas compitieron para ser el nuevo rey vallenato: 4 caribeños y un boyacense, miembro de una estirpe con fuertes tradiciones de acordeoneros. Todos fueron excelentes. Cada concursante tuvo que demostrar su destreza en varias modalidades de tocar la música vallenata.  Ganó el boyacense. En este festival han ganado varios de otras regiones, mostrando que el vallenato ha hecho raíces en toda Colombia.

Inmediatamente después de los concursos, Carlos Vives se posesionó de la tarima.  Empezó su espectáculo a las 11 y terminó a las 3.  Aunque el Festival fue un homenaje a él, uno sentía que fue él quien le hacía homenaje al Festival.  ¡Qué manera de entregarse al público!  ¡Qué energía! ¡Qué espectáculo! Vives compartía la tarima con artistas invitados por él, tales como Lisandro Mesa, Alfredo Gutiérrez, cantantes de New Orleans y mujeres de la región Caribe como la gaitera, Maité. La energía de Vives se desbordaba y todo el mundo terminó contagiándose. Mientras que esta vicaria disfrutó sentada, la gran mayoría del público permanecía de pie. Era imposible pensar en algo mejor que Carlos Vives pero él estaba seguido por grupos que aún conservaban una gran energía: Iván Villazón, Sebastián Yatra y Poncho Zuleta, acompañado por el Cocha Molina.  Poncho se subió a la tarima a las 6 con el cielo ya aclarado. Tuvimos una gran expectativa pero ésa no se llenó.  Poncho estaba con tragos y se le notaba en su expresión verbal.  También quiso hacer política y varias personas sostuvieron un aviso que decía que esperaban votar por el candidato que Poncho les indicaba. Hasta allí no alcanzaba nuestra admiración y salimos del recinto a las 7 a.m. Cogimos un taxi que nos costó el doble de lo que normalmente cuesta. Llegamos a la casa, nos bañamos, dormimos alguito y seguimos para la Terminal de Transportes para emprender el viaje de regreso a casa. Definitivamente, el viaje parecía mucho más largo que el viaje de llegada.  El tiempo, otro elemento variable y relativo, cambia según las expectativas.

¿Es necesaria una evaluación final?  ¿Qué opinamos de lo que hicimos?  ¿Qué opinan ustedes, pacientes lectores? Una locura. Una proeza. Una meta cumplida.  Muchos momentos alegres.  Muchos buenos recuerdos.

¿Lo volveremos a repetir?  Por lo visto las conclusiones también pertenecen al mundo nebuloso, todavía en construcción y sujeto a modificarse.  Por ahora nos contentamos con esta perfección imperfecta.

 

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