Frente a la Casa Blanca, el martes pasado, un enjambre de micrófonos se dirigió a los cuatro personajes de Florida que acababan de reunirse con el presidente Trump a escasas horas de la marcha de protesta en Venezuela, en medio de la más grande tensión mundial. Los senadores Marco Rubio y Rick Scott, el representante Mario Díaz-Balart, y el nuevo gobernador del estado Ron DeSantis, estaban allí. "Animamos al presidente a que siga adelante con lo que ya ha declarado, que Maduro es ilegítimo. El siguiente paso lógico es reconocer al presidente de la Asamblea Nacional como el presidente legítimo", dijo Rubio, la voz cantante del grupo. El miércoles por la tarde el reconocimiento de Juan Gerardo Guaidó como presidente interino era una realidad.
Una semana antes, Rubio había tomado la palabra en el Congreso para exigirle al Departamento de Estado que expulsara a los diplomáticos enviados por Maduro y los sustituyera por cercanos a la Asamblea Nacional. Una voz que llevaba en el fondo la muestra de su influencia en la política republicana en Latinoamérica.
Rubio fue rival de Trump en las primarias de su partido, y es uno de los senadores más destacados y poderosos de Washington por su pertenencia al Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Además, preside del Subcomité para el Hemisferio Occidental y está en la Comisión de Inteligencia que investiga la interferencia rusa en las elecciones y si existen lazos con la campaña de Trump. Un tema que le quita el sueño al presidente.
Desde el comienzo de la era Trump, Rubio dio muestras de ser el político que le habla al oído sobre los temas más allá del Rio Grande. Logró organizar la reunión con Lilián Tintori, la esposa de Leopoldo López, el líder de Voluntad Popular en prisión desde el 2015, y además, el publicitado trino pidiendo su liberación.
Fue también quien orquestó el cambio de posición de Estados Unidos frente a Cuba, un proyecto que le tomó seis meses en compañía de Mario Diaz-Balart -sobrino de Mirta, la esposa de Fidel Castro- y que culminó con la vuelta de las restricciones en los viajes, el fortalecimiento del bloqueo y el condicionamiento político de cualquier negociación con el gobierno cubano. Rubio fue el telonero del anuncio de Trump en el Manuel Artime Theater de Miami donde, con su peculiar estilo de reality, pagaba a los votantes de Florida su trascendental apoyo para lograr la presidencia.
En los entretelones de la política de Estados Unidos es vox populi la influencia del “pequeño Marco” que apodó Trump en la dura campaña por la nominación republicana. El notorio vacío de liderazgo en el Departamento de Estado dejado por Rex Tillerson – despedido por Trump el 22 de marzo del año pasado- y la idea de que al presidente no le gustaba la manera de llevar la diplomacia con América Latina, fue el espacio que copó Rubio quien “encontró la forma de decir ´Usted no quiere oír a los expertos, óigame a mí´”, dicen los lobistas cubanos de Engage Cuba y añaden que “encontró una manera realmente exitosa de decirle a Trump que no oyera a su propia burocracia”
Pero, quien este anticastrista de origen cubano que está tan cerca de Trump. Nacido en Miami hace 47 años, es el segundo de los cuatro hijos de un matrimonio que dejó Cuba hace 60 años para ganarse la vida. Su padre, Mario, trabajaba en Sam's Town Hotel de Las Vegas y Oria, la madre, era empleada del servicio del Imperial Palace. La tenacidad de ambos hizo que el joven Rubio se graduara en el colegio South Miami Senior High School en 1989, y terminara su carrera de Derecho en la Universidad de Miami.
Durante muchos años Rubio recalcó en sus discursos que sus padres debieron abandonar la isla tras la llegada de Fidel Castro al poder, pero le tocó retractarse y reconocer que habían llegado a Miami años antes del triunfo de la revolución cubana buscando mejores oportunidades.
Marco Rubio y su esposa Jeanette
A Jeanette Dousdebés Fonseca, hija de colombianos, nacida en EE. UU., la conoció en el evento de un centro comunitario, cuando ella tenía 17 años y él estaba estudiando en la universidad de la Florida. Un amor a distancia porque ella se fue a Miami Dade College, mientras trabajaba media jornada como cajera en un banco y se convertía en porrista de los Dolphins de Miami. Después de cinco años de noviazgo Marco le propuso matrimonio en el Empire State, un día de San Valentín. Hoy tienen cuatro hijos: Amanda, Daniella, Anthony y Dominic. Ella, discretísima, le acompaña en las campañas políticas casi sin dejarse ver tras su cabellera rubia.
Menos afortunado es el episodio de su hermana Bárbara casada con Orlando Cicilia, quien fue condenado a 25 años de prisión por tráfico de estupefacientes en 1987.
Rebeca Sosa, alcaldesa de Miami le dio el primer empujón a la ambición política de Rubio, ayudándolo a convertirse en concejal de la ciudad que ha sido la plataforma de su vertiginosa carrera. Con solo 29 años, fue elegido miembro de la Cámara de Representantes de Florida, de la que llegó a ser presidente. En 2010 redobló su apuesta y ganó, contra todo pronóstico, un escaño en el Senado por el Partido Republicano, subido a la ola del Tea Party, del que desmarcó después, con el pragmatismo que le es característico. Tal es que se enfrentó por la nominación presidencial republicana a Jeb Bush, bajo cuya sombra hizo su carrera cuando era gobernador de la Florida. Una estocada para Bush porque Rubio había sido su aprendiz, máximo un lugarteniente o un heredero, pero nunca un rival político serio. Finalmente, la estrella en ascenso de Donald Trump le arrebataría la candidatura.
Inició entonces su campaña al Senado, para la que recaudó más de 52 millones de dólares de instituciones bancarias como Goldman Sachs, Morgan Stanley y Bank of America, Y ganó.
Ahora su actividad se centra en Venezuela. Además del reconocimiento de Estados Unidos de Guaidó como presidente, Rubio tiene más ideas sobre las acciones a seguir. Es partidario de la prohibición de importaciones de crudo venezolano o que el dinero que se obtenga de ellas no vaya al régimen de Maduro.
Mientras el balón está en el terreno de la Unión Europea para el reconocimiento del gobierno de transición. este trino de Rubio ha llegado al oído de Trump, y se traduce en medidas de presión con el arma del petróleo.