La frase de la marcha "pacífica" es otra obra de quienes intentan por todos los medios persuadir a los protestantes con el fin de bajarle el voltaje y de paso conllevar el paro a una sistemática disolución.
Colombia desafortunadamente se ha convertido en una tierra donde solo hablando duro se entiende y en lo posible se encuentra solución a cualquier dificultad. Las acciones pacifistas son vistas con ironías de parte de los opresores, quienes en medio de un fino whisky celebran la parsimonia del pueblo y el logro paralelo de sus propuestas avasalladoras.
Si estuviéramos en el viejo continente, donde los gobernantes pese a su arrogancia son más conscientes de las exigencias de una muchedumbre, posiblemente las posturas pacifistas tendrían eco, solo que, en Colombia, las circunstancias son completamente distintas y las reglas de juego igualmente ameritan otras acciones no tan agradables a la oligarquía y uribismo.
Es necesario que los afectados, o sea más de 40 millones de nacionales fortalezcamos la protesta desde otros niveles. No se ve nada bien que universitarios de instituciones públicas al no tener escapatoria se arrodillen frente a personal del esmad, eso es degradante ante la opinión internacional. Ese hecho es una muestra de sumisión ante una cuestionada entidad que debe salvaguardar la integridad de las personas, y no maltratarlas.
La toma pacífica para que tenga efectividad debe concentrarse en puntos neurálgicos que afecten los intereses generales del Estado. Aeropuertos, terminales terrestres, vías nacionales, Congreso de la República, Palacio de Nariño, entre otros lugares de interés común. La protesta debe dirigirse hacia lugares que paralicen el accionar de otros vulnerables que ignorantemente suelen manifestar que el paro es de los desocupados o de los seguidores de Petro.
La marcha debería contener otros ingredientes de tal manera que presione a quienes se creen con derechos de gobernar sin consentimiento del pueblo. El constituido constitucionalmente está ética y obligatoriamente supeditado al mandato del constituyente primario, es así como el poder se enmarca en los derechos de los gobernados.
Mientras la marcha "pacífica" procede en los espacios públicos nada estratégicos, los acedos legisladores y gabinete ministerial actúan aceleradamente en pro de concretar sus objetivos neoliberales, los mismos que la gente del común rechaza diariamente, ahora desde las calles.
El estilo provocativo del gobierno atiza las exigencias populares que cada vez cobran mayor relevancia nacional e internacional. No puede seguir sosteniéndose una protesta en un ámbito parsimonioso del que la oligarquía aplaude y celebra; contrario a esto, hay que dinamizarla y redirigirla al foco del atropello estatal. Se reconoce el compromiso de los artistas, estudiantes, guardia indígena, líderes campesinos, trabajadores agremiados, entre otros actores, sin embargo, se hace necesario otras acciones oportunas y efectivas que marquen definitivamente la preocupación gubernamental.
Es indignante cómo un gobierno antipopular juegue con propuestas ultraconservadoras como las reformas laboral, pensional y tributaria, holding financiero, privatizaciones, tarifazo nacional, salario mínimo, cumplimiento de los acuerdos. Seguir con el trámite de estas iniciativas es desconocer el paro y sus consecuencias; es decirle a la gente que le importa un bledo las marchas.
Es inevitable desconocer el grado de concientización de la población colombiana; las recientes emancipaciones son producto de una exaltación del espíritu rebelde genéticamente incrustado en la sangre de cada criollo. Obviamente que tanta presión en algún momento iba a provocar el estallido del grito inconformista, ese que puede repetirse después del 20 de julio de 1810.
La ineptitud del gobierno la camufla en dictadura marcial, típico en administraciones retrogradas que se olvidan de quienes son sus sostenes y para quien deben trabajar. Su objetivo siempre será el sometimiento laboral y político, para luego cobrarse por la derecha la implementación de sus feroces ambiciones.
Hablar de que las marchas están politizadas y desvirtuar su objetividad es como decir que el "tal paro" no existe, típico de una tierra de zombies donde el jerarca es el más putrefacto.