Maradona y Jordan: el precio de ganar
Opinión

Maradona y Jordan: el precio de ganar

Dos genios del fútbol y el básquet: de ahí para adelante, el liderazgo, el fracaso, la política, la raza, la desigualdad, las adicciones, envejecer. Y el precio de triunfar

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mayo 31, 2020
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Dicen, “¿vieron? llevamos meses sin fútbol y no pasó nada”. Supongo que, para algunos, la sentencia vendrá desde esa búsqueda, a lo mejor natural, a lo mejor auténtica, de señalar alguna superioridad moral. En otros, no es búsqueda de nada, solo es por opinar sobre cualquier cosa, que también vale. En otros, es estupidez. O envidia, alguna vez, mientras me trataba una lesión importante, un elegante doctor me dijo que por qué perdía tanto tiempo jugando fútbol, que el ser humano no había evolucionado para eso. Lo miré, sonreí, y pensé: “No sabe de lo que se ha perdido”. Entrar a la cancha, con los amigos, el olor al pasto cortado, con los rivales, tirar un túnel, hacer un pase gol en la cancha del barrio, una cerveza al final, paga el perdedor. Se trata de vivir, no de sobrevivir, en la medida de lo posible. Llevamos meses sin ver a la familia, sin ir a la librería, tantos están pasando hambre, sin dar un abrazo al amigo que perdió a un familiar, y no “pasó nada” ¿Quién es uno para juzgar cuando le pasó algo a otro? El ser humano evolucionó para encontrarle sentido al paso del tiempo, doctor.

El deporte, para algunos, es felicidad. Practicarlo y verlo. Yo he reemplazado parte del tiempo que habría pasado viendo algún deporte, viendo imágenes del pasado. Lo mejor ha sido un documental del director Asif Kapadia sobre Maradona y la serie The Last Dance de ESPN sobre Michael Jordan y los Bulls. Por ahí alguien me dijo que no veía la serie porque no le gustaba el básquet. El documental y la serie no son sobre fútbol y básquet -que ya sería bastante-, lo que hace que sean grandes producciones es que son muchísimo más que eso. Son producciones, en primer lugar, sobre dos genios, Diego Armando Maradona y Michael Jordan. De ahí para adelante, está el liderazgo, el fracaso, la política, la raza, la desigualdad, la familia, las adicciones, envejecer. Y, sobre todo, el precio de ganar.

El 10 y el 23. Uno de Villa Fiorito, en el Gran Buenos Aires, el otro de Wilmington, un pueblo en Carolina del Norte. Humildes, de familias grandes, con hermanos. Arrancan bien abajo en la escala social. Argentina es más pobre que Estados Unidos, entonces la pobreza de Maradona en su infancia es más visible, pero ninguno tenía nada ganado desde la cuna. O quizás sí pero no lo sabían: nacieron con unos genes excepcionales. No puede haber acá debate: cualquier puede aprender a jugar fútbol o básquet, pero solo un superdotado puede llegar, siquiera, a acercarse al nivel de estos dos. Un ejemplo, el cuerpo de Maradona: el tipo dio ventajas toda la vida, jugó en medio de la vida más desordenada que puede tener un deportista. Casi siempre con guayabo. El documental tiene unas imágenes que me conmueven siempre: Maradona entrenándose antes del Mundial del 94. Tiene 34 años. Argentina viene en su peor momento, humillada en su propia casa por la selección Colombia, 5-0. Maradona en la tribuna. El público, el país entero, lo pide y vuelve.

Se entrena solo, a tope, y logra recuperar lo que llevaba años destrozando con cocaína y alcohol, su cuerpo, la zurda, y vuelve jugando como el mejor en el mundial de 1994. Un golazo contra Grecia en el partido inicial, con tres paredes en la misma jugada, segundo partido, contra uno de los mejores equipos africanos en la historia, el de Nigeria en 1994, un taco hermoso para Batistuta y, de ahí, gol de Caniggia, después un pase exacto para, otra vez como tantas veces, Caniggia, y gol. Argentina gana, es favorito, por Maradona. Un año antes eran un equipo muerto. Desde ahí, ya sabemos, dopaje -unos años después confirmarían que los niveles que encontraron no deberían ser sancionados-, y Argentina colapsa. Diría, Maradona, el 10, “Me cortaron las piernas”. Una de sus frases, tantas; la mejor, el día de la despedida, “La pelota no se mancha”. Maradona manchó casi todo, a su familia, a las leyes, a sí mismo, pero a la pelota siempre la cuidó.

Otro ejemplo de la superioridad genética, Jordan en el 94, mientras Maradona se preparaba para la reconquista, él decidía irse a jugar béisbol. Su padre había sido asesinado. Era su mejor amigo. Estaba cansado de la cima, de la presión. Logra algo increíble: empezar a jugar bien béisbol. A los 34 años, con la mejor condición física de la historia para el básquet, se pasa al béisbol, un deporte radicalmente distinto, y, poco a poco, empieza a mejorar. Por una huelga, se suspende la temporada pero el veredicto experto sugiere que Jordan habría podido jugar en la MLB, la mejor liga del mundo en béisbol. Afortunadamente, decidió volver al básquet, el superdotado.

Tantos seres humanos, tantos números y estos dos hombres, quizás los únicos en la historia de la humanidad, redefinieron el significado de dos de esos números, el 10 y el 23.

Los padres. Había pobreza y mucho amor. Apoyo, en la medida de lo posible. El papá de Jordan, ahí siempre. En medio del huracán, un escándalo por una supuesta adicción a los casinos, el papá sale a defenderlo. Un señor suave en sus maneras, esta vez, ante la prensa inquisidora, tiene la mirada feroz original de los Jordan: que no quepa duda, va a proteger a su hijo. Su ausencia, destruye a Jordan. Por un tiempo, no más. La mamá guiándolo en cada paso, las tentaciones son muchas. Cuántas historias de una riqueza rápida, infinita básicamente, y la destrucción total del individuo. La mamá de Jordan lo cuida, él le hace caso. Maradona gana el Mundial del 86, llama a la mamá, primero y antes que cualquier otra cosa, dice, reconoce, “Te amo mamá…Hablarle a mi mamá es difícil, yo la quisiera tener acá… Yo se que ella sufre mucho cuando le dicen que el nene juega mal… Quiero que sepa la adoro… Que los goles que hice son para ella…”, la mamá, le responde, “Andá a descansar hijo, me hiciste la mamá más feliz del mundo hoy”, le dice el 10, “Yo juego para vos mamá”. Sospecho: en realidad, además de nacer con los genes que nacieron, la gran suerte de estos dos es haber tenido esos padres.

Liderar con el ejemplo. Solamente la muerte del papá de Jordan, logra retirar -brevemente- al competidor más feroz que haya visto deporte alguno. No hay otro igual. La serie de Jordan, entre tantas otras cosas, es una muestra de la tenacidad del 23. A un costo alto por momentos, destrozar algún compañero, ser odiado por algún rival, la angustia de la familia que siempre está cuando hay tanta presión. Jordan dice, sin embargo, algo clave: “Nunca le exigí a nadie más de lo que me exigía a mi mismo”. En su madurez, entendió, además, que su brillo era superior si sus compañeros compartían la gloria.

Las adicciones. Siempre la pregunta, ¿qué habría sido de Maradona sin las drogas? El documental muestra una espiral dolorosa. Después de lograr, esencialmente solo, convertir al Napoli -un equipo malo, en una región deprimida en el sur, humillada por el poderoso norte italiano- en el mejor equipo de Italia, Maradona parece aburrirse. Ojo, Maradona es el mejor de la historia. Hay que decirlo. Quién se imagina a Messi hoy en el Napoli, o mejor, en la Sampdoria que es como el Napoli de entonces. Se aburre Maradona y pasa de la historia tan común, que yo no soy nadie para juzgar, de triunfo, mujeres, carros, trago, a una más trágica, con la mafia y la cocaína. Sería su cruz, su más grande mancha. De las enfermedades más duras, la drogadicción.

Los entrenadores. Jordan se retira después de ganar el sexto título porque se va Phil Jackson. Un señor inusual, Jackson. Un buen jugador en su juventud, se convierte en un gurú. Hay muchos gurús, la mayoría charlatanes, este no. Con influencias del cristianismo, el budismo zen, la filosofía de los Sioux, el principio básico de Jackson es utilizar la fuerza del oponente, para neutralizarlo. Logra lo que muy pocos, domar al león. Conduce a Jordan con tacto, lo deja llevar al límite a sus compañeros sin dejar que se pase. Cuando Dennis Rodman llega al equipo, lo lleva con suavidad, lo dejar ser libre, pero siempre llevándolo para que entienda que su libertad real está jugando. El ser humano es libre, sobre todo, cuando hace lo que nació para hacer. Realizar el potencial, a fondo. Es un privilegio encontrar esa predestinación y tener las condiciones para realizarla. Ningún otro entrenador habría podido conducir ese equipo. La influencia sobre el 23 es evidente, reiteradamente, inclusive años después de su retiro, Jordan repite el principio elemental del budismo de Jackson: lo único que existe es el momento presente.

El doctor Bilardo le quita la capitanía a Passarella -inmenso defensor, y campeón mundial en el 78- y se la entrega a Maradona. Construye un equipo alrededor del 10 y le dice, conduzca usted, maestro. Condujo.

La política. A Obama le molesta que Jordan no tome más posiciones políticas. Difiero parcialmente de Obama: tomar posición política no es solamente votar por un político. Pero sí, es cierto, Jordan ha transitado su vida sin estar en la política de una manera especial, ni votando ni participando en grandes causas. Me recuerda a Messi: siempre esperan de él algún discurso magistral y el otro 10 solo quiere jugar fútbol. Qué más que eso. Jordan llevó a la raza negra al más alto pedestal mundial. Ahí está la imagen: París, centro de la historia de esta especie, la más elocuente, la más majestuosa, se vise con afiches gigantes que cubren sus edificios hermosos: los cubre la imagen del hombre negro, Michael Jordan, saltando con un balón. Política. Con Maradona es al revés, ha molestado que opine tanto, que le guste el Che, Castro, Chávez, Cristina. Que qué hace opinando de lo que no sabe. Creamos ídolos y los destruimos.

El precio de ganar. Maradona y Jordan dominaron el fútbol y el básquet como nunca nadie lo había hecho. La habilidad que tenían con el balón es un placer de ver. El dominio del escenario ante la máxima presión es inspirador. Su legado es una reflexión sobre la habilidad física, mental y social del ser humano. Llegaron a la cima y vieron el mundo desde donde nadie más puede verlo. No pueden pedir empatía, nadie sabe cómo hacen lo que hicieron, nadie sabe cómo se ve desde tan arriba. Para ir al Everest, lo más alto en la tierra, hay filas. No se puede hacer fila para llegar donde ellos estuvieron. Viéndolos, en cintas viejas, el uno con su tabaco, en su mansión, el otro, balbuceando, con la última conciencia que le queda, pienso, ¿cambiarían la vida que tuvieron por ser uno de los millones de aficionados que disfrutaron con sus gestas?, y el aficionado, cuando intuye cuál es el precio real de ganar, ¿estaría dispuesto a pagarlo?

@afajardoa

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