La serie Escobar el patrón del mal ha sido un éxito en todos los países donde se ha pasado. Su innegable factura técnica y el morbo que despierta la figura del narcotraficante ha sido una combinación irresistible para los televidentes del continente. Argentina no ha sido la excepción. A ellos les fascina las narconovelas, como quedó demostrado con Sin tetas no hay paraíso y sobre todo con El cartel de los sapos. Uno se puede encontrar con porteños que te hablan con acento paisa de barriada solo para indicarte que están conectadísimos con la historia que cuenta el auge y caída del más célebre de los narcos. Pues bien, esta fiebre ha dado para todo, Clarín sacó hace un par de semanas un especial sobre la infiltración de los carteles de la droga en el fútbol colombiano; los argentinos ya hablan de que “El clima está muy verraco” y por supuesto cargan una agendita en el bolsillo y se amenazan entre ellos, con camaradería, con matar “A su papá, a su mamá y a su abuelita se la desentierro y la vuelvo a matar”. Para ellos Pablito es una graciosa especie de Robin Hood con poncho y collar de arepas.
Hace unas semanas, Diego Maradona siempre ansioso por opinar sobre todo, afirmó en una entrevista radial haber visitado a Escobar en La Catedral. Eso sí, el dios del fútbol dejó claro que él no tenía ni idea de quien era ese señor que estaba encerrado en una cárcel “con las comodidades que sólo tienen los jeques en Dubai”. Su representante le había dicho que iban a jugar un partido privado cerca a Medellín, en ese entonces la capital mundial del narcotráfico, en donde jugaría junto a Higuita y otras estrellas de la Selección Colombia. Eran los finales de 1991 y Maradona estaba pagando la dura suspensión que le había impuesto la liga italiana por haber dado positivo en un control antidoping. Era imposible que el ídolo del Napoli no supiera quién era su anfitrión.
Diego era una figura demasiado exótica como para que no despertara admiración entre los grandes capos de la droga. Años antes, cuando era un pibe que empezaba a mostrarse en Argentinos Juniors, fue invitado por Miguel Rodríguez Orejuela a Cali donde almorzó con el capo y hasta recibió una oferta jugosísima, que solo pudo superar el Barcelona de España, para que vistiera la camiseta del América.
Su extracción humilde, la polémica que siempre lo acompañaba y que lo mostraba como un mártir del sistema y su adicción al placer, hacía que gente como el Patrón del mal, se desviviera por conocerlo.
Una vez finalizó el picado, en donde el Patrón ofició de delantero y a pesar de su gordura hizo varios goles, empezó una tremenda fiesta amenizada, como era habitual, por reconocidos músicos nacionales y a la cual asistieron reinas y presentadoras de televisión, “en esa cárcel extravagante estuve rodeado de las minas más lindas que vi en mi vida”. La droga y el trago abundaban en el penal. Al otro día muy temprano Diego se despide de este hombre “frío y amable” que le esbozó una sonrisa y le dio un fajo de billetes.
Maradona afirma haberse sentido sorprendido al ver en televisión, tres años después, al mismo millonario excéntrico que le sirvió de anfitrión en una cárcel, siendo bajado del techo de una casa en Medellín con la palidez propia de los muertos.
Está de más decir que el Diez sabía quién era ese hombre que vivía como un emperador. Lo que sorprende son sus recientes declaraciones. Diego, con su característico desparpajo que le ha causado más de un contratiempo dijo acerca de Escobar que “el Chavón pagaba a los campesinos para que le dieran la pasta de coca, pagaba a otros campesinos para que en sus laboratorios hicieran cocaína, y pagaba a los pilotos para que la llevaran a Estados Unidos, en fin el tipo fabricaba un producto clandestinamente y lo vendía a gente que lo quería, el no los obligaba a nada, además que no le robaba a nadie, en cambio los políticos son elegidos y roban la plata del pueblo, que viene hasta de los impuestos que se le cobra a una mamá cuando compra leche para sus hijos. Entonces, ¿cual está éticamente peor?”. En eso puede que tenga razón, pero en lo que si se equivoca el Pelusa es al justificar todo el mal que el monstruo de Medellín le hizo a Colombia “el estaba en guerra contra el estado por un motivo nacionalista, que no se extraditaran ciudadanos colombianos a EE. U., o sea que el país no se bajara los pantalones, y en una guerra muere gente. Entonces que queda para Bush que por petróleo mató cientos de miles de personas, ¿él no es malo no?”.
A Diego su locuacidad a veces le juega malas pasadas, pero nunca le había escuchado una declaración más desatinada que esta. No se pueden justificar las muertes de más de 15.000 colombianos diciendo que era por una causa nacionalista y antiimperialista. El afán que tiene Maradona de pasar a la historia no solo como un gran futbolista sino como una especie de liberador de los pueblos oprimidos, lo lleva a hacer este tipo de declaraciones injustificadas e innecesarias.
La serie, mientras tanto, sigue cosechando todo tipo de elogios en tierras gauchas. No solo es un fenómeno televisivo sino que ha trascendido lo social. Para algunos está claro que Escobar no es sino un monstruo con algunos atributos humanos, para otros, como para Maradona, es una víctima, un tipo que luchó por los más pobres, un ejemplo de lo que tiene que ser un político. Culpar a la serie de que gente como Diego opine así es una verdadera estupidez. El patrón del mal es la visión de la bestia desde los ojos de sus víctimas. A diferencia de Sin tetas o de Los tres caínes, no está escrita por Gustavo Bolívar, o sea que no se está ensalzando a los victimarios sino todo lo contrario, se trata de ver que el hecho de ser buen padre o un buen hijo no es impedimento para ser un asesino.
Al contrario, lo realmente asustador es constatar que engendros como Pablo Escobar pueden parecerse tanto a nosotros.