En la Copa del Mundo de México de 1986, que debió jugarse en Colombia y su final en Bogotá (lo que no sucedió por la miserableza del presidente Betancourt Cuartas que renunció a la organización del mundial), me hallaba en el pueblo donde vivía. Algo que odiaba, pues nunca me gustó vivir fuera de Bogotá (hasta que conocí Buenos Aires).
Para afrontar las semifinales (mi madre estaba en el hospital por el complicado parto de mi hermano), mi tía Aracely nos dijo a mí y a mis primos (sus dos hijos): hay que apoyar a Argentina porque es el único sudamericano que nos queda. Desde allí, me convertí en fanático del fútbol. Hasta ese entonces (sobre todo, durante la Copa del Mundo de España, cuando tenía 5 años), el fútbol era para mí un fastidio por el que mi tío Héctor no dejaba ver otra cosa en el televisor de la casa de la abuela, en el barrio San Carlos de Bogotá.
Pero miré las semifinales y la final del 86 con entusiasmo. Cuatro años después, saboreé como nadie en un país que se había enamorado más y más del futbol brasileño la derrota de la selección carioca con el magistral pase de Maradona a su gran amigo Caniggia. También sufrí la derrota de Argentina en la final y por supuesto festejé el 1 a 1 en fase de grupos con el maravilloso gol de Rincón a pase del Pibe, otro gran mago. También sufrí la vergüenza y la torpeza que cometió Higuita en la derrota con Camerún. En Italia Diego hablaba en italiano para los medios de ese país y eso maravillaba, pero era normal, era un “tano” que jugaba en el Nápoles.
Luego vino el Mundial de Estados Unidos del 94. Argentina la tuvo difícil para clasificar porque Colombia casi lo elimina al ganarle 5-0, pero por otros resultados pudo jugar el repechaje contra Australia. Allí D1OS clasificó a su equipo. En esa competición, como en Italia 90, Diego no corría tanto y pensaba más, pero igual jugaba hermoso y hacia sus pases con su mano de dios. Pero dónde más, si no en Estados Unidos (el mayor consumidor de cocaína), un cocainómano iba a caer en un bache. Diego cayó allí y su selección también. No bastó el Bati Gabriel Omar para que la agrupación continuara en carrera en el mundial. Maradona terminó su carrera en Boca, su casa. De ahí en más, a sufrir y gozar desde la tribuna. De ahí en más dios volvió a ser hombre, porque como técnico nunca fue bueno, tampoco muy malo: muy normalito.
Maradona fue un dios por lo que hizo en la cancha, especialmente en el 86 y en el 90. Era un D10S de este mundo. En un mismo partido hacia un gol con la mano y con franca desfachatez decía que lo hizo con la cabeza, pero con la mano de dios; e hizo también allí el mejor gol de la historia de los mundiales. Un gol absolutamente increíble, por la capacidad atlética de este pequeñín regordete y de este mago: un auténtico genio y un dios... pero uno de este mundo. Que hizo milagros visibles. Que no le daba discursos morales a nadie (más allá de una propaganda contra la cocaína cuando era joven). Que se embriagaba. Que tenía sexo. Que se drogaba. Un D10S para y de este mundo. Por eso hoy, como el día que murió Chávez, siento la necesidad de llorar por un extraño, pues si Elvis abandonó el edificio, en este momento D10S abandonó el mundo.