¿Por qué venís al entierro de Maradona? “He viajado siete horas y llevo seis más haciendo fila para despedirlo, porque Maradona es la conciencia de clase, la voz de los argentinos; no se tragaba la lengua para reclamarle a los poderosos”. Así le respondió al cronista una mujer, entre las miles de personas que lograron llegar hasta el ataúd para despedir a Diego Armando Maradona, fallecido el 25 del pasado mes de noviembre. Sobre el excelso jugador de fútbol se conjugan sentimientos encontrados, pero hay uno que lo ubica por encima: El pueblo le reconoce su calidad de luchador social. “Crecí en un barrio privado de Buenos Aires... Privado de luz, de agua, de teléfono... Miren que me han puesto apodos, pero Pelusa es el que más va conmigo porque me devuelve a la infancia en Fiorito. Me acuerdo de los Cebollitas, los arcos de caña, cuando jugábamos solamente por el sándwich. Eso era más puro”. En Maradona no fue posible el arribismo de muchos deportistas que triunfan: “Quiero ser el ídolo de los niños pobres de Nápoles, porque son como yo estaba en Buenos Aires... Por mi madre yo estaría dispuesto a matar o abandonar el fútbol”, así siempre se caracterizó, a pesar de que la prensa destaque más sus escándalos. Tomó partida por el más desposeído, de ahí que en su momento adoptó decisiones que tuvieron su costo: “Me pareció mentira tener un cacho de historia tan cerca... Fidel Castro es una personalidad imposible de olvidar... En mi puta vida pensé que iba a estar en Cuba jugando al golf... Quería ir a Estados Unidos, pero el cabeza de termo de Clinton no me deja... Bush es un asesino, prefiero ser amigo de Fidel”. A su modo y con sus convicciones, fue antiimperialista.
Peleó contra la mafia enquistada en el deporte: “Havelange jugó al waterpolo, así que no puede hablar de fútbol... Prefiero ser huérfano a miembro de la Fifa... A Grondona se le escapó la tortuga... El deporte es el engranaje de una enorme máquina de intereses económicos, políticos, industriales y de imagen”. Se desmarcó de los poderosos: “En este país siempre pasa lo mismo. Es el mismo partido, que lo pasan cuarenta mil veces en diferido... Si el país no llega al arco contrario, tenemos que hacer cambios, aunque sea al presidente”. Y fustigó a la religión: “Cuando entré al Vaticano y vi todo ese oro me convertí en una bola de fuego... Cuando dicen que soy Dios, yo respondo que están equivocados: soy un simple jugador de fútbol”. Y luchó contra su adicción: “La droga es un pacman que te va comiendo toda tu familia... Al principio la droga te pone eufórico. Es como ganar un campeonato. Y pensás: mañana qué importa, si hoy gané el campeonato... Quiero festejar porque se cumplen seis años que no me drogo”. Y contra su tráfico: “Como narcotraficante, me cago de hambre”. Drogas que le arruinaron la vida, muy a pesar de su valiente autocrítica: “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”.
Maradona fue consciente de quién era: “De un golpe salí de Fiorito y fui a parar a la cima del Universo y allí me las tuve que arreglar yo solo... Les pido que me dejen vivir mi vida. Nunca quise ser un ejemplo... Si me muero, quiero volver a nacer y quiero ser futbolista. Y quiero volver a ser Diego Armando Maradona. Soy un jugador que le ha dado alegría a la gente y con eso me basta y me sobra”. Diego Armando tiene asegurado un lugar en la historia universal, no solo como futbolista sino porque no perdió su conciencia de clase social.
