Mara Agudelo, un clamor al atardecer

Mara Agudelo, un clamor al atardecer

Un sentido homenaje a esta maestra y poeta, quien en opinión del autor no merece irse en silencio y sin que muchos la conozcan al menos un poco

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
octubre 29, 2018
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Mara Agudelo, un clamor al atardecer

Mara es pequeñita, pero tiene un alma inmensa que desborda alegría, vitalidad, dulzura. Su nombre, sin embargo, convoca una singular paradoja, pues en su etimología significa “amargura”, en tanto que ella, en su esencia espiritual y poética, en su trato cotidiano es como la miel, como es gigante el amor que le cabe en el pecho en la escasa dimensión de su tierna y diminuta figura.

A sus 87 años de edad es la mujer más joven y enamorada que yo haya conocido: ama las palabras, la poesía, la vida y ama el amor, y ama también sentarse en la comodidad de un sofá y al tenor de un tinto paladear a sus poetas del alma, y de paso recrear el mundo con todos sus sueños y dolores en la placidez de los mejores amigos: los libros.

Suelo encontrármela en el centro de Medellín, casi siempre en la Avenida la Playa: el azar, la casualidad o una inexplicable causalidad nos convoca. Va con un rictus de sonrisa en los labios, serena, multicolor y libre como una mariposa. De hecho, ella es una mariposa y ha dedicado toda su vida a libar las flores de la poesía… Gustavo Adolfo Bécquer, lo expresaría mejor: ella es un poema. Es pues difícil precisar dónde comienza y termina Mara Agudelo y dónde termina y comienza la poesía.

Va por las calles a solas con el vigor y juventud de sus años. Vuela por esta dimensión de sombras y luces como una ofrenda de la palabra que la dibuja y sintetiza con precisión: vida. En su bello atardecer tejido con los hilos del amor ha dejado huella, y su siembra en los surcos de la esperanza ha florecido en la humanidad con el don de sus versos.

Como una hormiguita laboriosa fue y va de aquí para allá, incesante e impetuosa, y en ese trajinar sin pausa acumuló en un montículo de ensueño miles de hojas, que ahora nos dona en su antología titulada Clamores al atardecer, síntesis de quince libros silenciosos y sonoros, todos ellos comprometidos con los que padecen injusticia. Pero ante todo son un canto a la alegría de ser en este mundo, y una reivindicación del mayor de los compromisos: el amor. Mara sabe que la existencia y su calesita intempestiva es el mayor de los milagros, por eso convocó ese milagro en la sencillez silvestre y cantarina de sus versos.

Ella está en el atardecer de su vida, pero su vida es un maravilloso amanecer: cada día resucita renovada en la mágica metamorfosis de las palabras. Como mujer es un ejemplo de fertilidad y lucha y valentía. Como ser humano siempre fue y es sinónimo de solidaridad y filantropía. Como poeta es un pajarito pequeño y grande, cuyo suave gorjeo trasegará los itinerarios que van desde el alba hasta el atardecer y desde la noche hasta renacer el día. Como maestra, si bien jubilada hace muchísimos años, sigue iluminando a las nuevas generaciones… no deja de enseñarnos: cada poema de su entraña es una clase, cada declamación suya un recreo, y su vitalidad y alegría y bondad son lecciones inolvidables.

Ante el silencio de los potentados, de las vacas sagradas, de los corruptos, Mara Agudelo nos ofrece en Clamores al atardecer, un bello muestrario de sus quince producciones literarias, las cuales publicó por su cuenta, a veces endeudándose… comprometiendo incluso su salario mínimo de una vida dedicada a las aulas. Es vergonzoso, pero en este país el artista está condenado a la marginalidad y al olvido, si no cuenta con dolientes de alta alcurnia y baja politiquería, los famosos mecenas de los mediocres acostumbrados a las genuflexiones.

Por eso familia, amigos, lectores y colegas del magisterio, le hicimos un homenaje el pasado jueves en Adida (Asociación de Institutores de Antioquia), ese lugar sagrado del profesorado antioqueño donde por causas altruistas y humanitarias fue derramada la sangre de personas heroicas como Héctor Abad Gómez, Leonardo Betancur y Luis Felipe Vélez. Y hasta mejor que las altas cortes de lo corrupto no se pronuncien en torno a la vida y obra de la maestra Mara Agudelo, ella es un manantial dulce y cristalino. Ella es una lucecita hermosa que no sabe de oscuridades. Por eso, en su radiante atardecer nos deja esta esperanzada despedida:

[…] me iré despacio, porque llevo conmigo/ los dolores de todos. / Esperad mi regreso y alegraos/ porque he de retornar con la euritmia/ de todos los veranos/ y la resurrección de la palabras.

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