A raíz de la polémica suscitada por la petición de Luis Pérez Gutiérrez, exgobernador de Antioquia y exalcalde de Medellín, de entrar a competir en la consulta presidencial del Pacto Histórico (PH) en representación del Partido Liberal, se ha abierto el campo para considerar las características, definiciones y diferencias entre política y moral, y sus consecuencias prácticas cuando se confunden los términos en la consecución del poder.
Si bien es cierto que lo legítimo y lo moral juegan un papel importante en la lucha política, también lo es que estos elementos no constituyen los fundamentos y principios en la conquista del poder. La historia está llena de ejemplos que corroboran este punto de vista, a tal punto que Maquiavelo, fundador de la política moderna, fue el revolucionario que despejó y separó las diferencias entre la moral y la política hace 500 años en Florencia (Italia) como dos actividades que expresan comportamientos y concepciones del mundo diferentes; creaciones de la cultura que tienen sus propias leyes, categorías y campos específicos de manifestación, sujetas por supuesto al desarrollo histórico de la lucha de clases.
En medio del escenario de esta “polarización social”, del manoseado y falso dilema de los “extremos” a que quieren llevar a la opinión democrática los verdaderos dueños del poder, por supuesto en medio de esta situación de pobreza, desempleo, informalidad, violencia, corrupción y de la correspondiente correlación de fuerzas, las clases populares del país tienen que plantearse el problema central de la política en estos momentos: la conquista del poder para la realización de un programa de gobierno en favor de los sectores populares de Colombia. Lo demás es accesorio si tenemos en cuenta el ambiente político que ha rodeado la historia desde la independencia (1819).
Ahora la contradicción principal es entre fascismo y democracia, no hay términos medios, “ni chicha ni limoná”; ahora lo que importa para el movimiento popular y democrático es aislar las corrientes fascistas que pretenden continuar con el manejo del poder del Estado para seguir usufructuando los privilegios de la clase dominante por medio de la violencia y de la guerra; se trata de derrotar en las urnas al proyecto neoliberal y realizar el programa democrático del PH, para lo cual necesitamos ganar las elecciones al Congreso y a la presidencia de la República con los votos de las corrientes democráticas y con un programa de gobierno, como herramientas fundamentales para acceder al poder y cambiar este país en sentido democrático a favor de las mayorías. No queda otro camino.
De modo que plantear el problema en términos morales es una completa equivocación política; no se compadecen con la realidad de los hechos que estamos viviendo las lamentaciones de los intelectuales que se rasgan las vestiduras y ponen el grito en el cielo porque un exalcalde de Medellín, que le tocó enfrentar la decisión del gobierno de Uribe Vélez (2002) de invadir la comuna 13 de Medellín con la operación Orión, esté planteando ahora la necesidad de que el Partido Liberal elija un candidato para participar en la consulta popular del Pacto Histórico.
Parece como si no alcanzaran a vislumbrar el impacto político que significa el hecho de que en la cuna de las Convivir y del paramilitarismo, el proyecto del PH se haya abierto paso contra la roca del más rancio y reaccionario plan de continuidad de la oligarquía colombiana.
Fuimos capaces de votar por Santos (2014-2018) en busca de la negociación política del conflicto armado; de aliarnos con la derecha conservadora para la alcaldía de Medellín (Juan Gómez Martínez-1988-1990), y ahora ponemos el grito en el cielo porque viene un exalcalde que no está investigado por paramilitarismo ni por corrupción, así tenga sus afinidades neoliberales, pero que precisamente es por eso que el movimiento se llama Pacto Histórico, porque estamos pactando las reformas democráticas dentro de la correlación de fuerzas que tenemos actualmente para poder llegar a la presidencia de la república a realizar el programa democrático, que es en últimas la piedra angular para definir quiénes son nuestros amigos y quiénes los enemigos.
Asumen la misma actitud moralista de Sergio Fajardo en las pasadas elecciones de 2018, cuando llamó a votar en blanco abriéndole camino a Uribe-Duque, y cuando rechazó el concurso del Partido Liberal con la bandera de la lucha contra la corrupción, la misma que ahora, paradójicamente, lo está crucificando con el fallo de la Contraloría por detrimento patrimonial en el caso de Hidroituango, en plena campaña electoral como uno de los precandidatos de la Coalición Centro Esperanza.
Si de lo que se trata es de miedo o desconfianza de competir en la consulta presidencial no obstante llegar a un acuerdo programático sobre lo fundamental, entonces va a ser muy difícil construir un Pacto Histórico de masas; de lo que se trata es precisamente de conformar el movimiento amplio democrático que está haciendo falta en Colombia para la toma del poder y la realización de la revolución democrática y popular, pero no es precisamente con ángeles celestiales con los que vamos a hacer los cambios que necesita el país, sino con lo que da la tierra como se dice coloquialmente.
Parece como si no hubieran comprendido la esencia del PH, su verdadera proyección política; como una estatua de sal se quedaron mirando el pasado, como si todavía estuvieran aferrados al caudillismo sectario, partidista, moralista y feudal; como si fueran una orden monástica religiosa fuera de la cual no hay salvación. “El Pacto Histórico es entre diferentes, si no, no es pacto. No estamos construyendo un partido”, sino un movimiento de movimientos, un frente amplio, con base en un programa democrático para tomar el poder y salir de la crisis.
Sería muy conveniente volver a leer a Lenin como una guía para la acción; en su artículo Acerca de los compromisos, dice lo siguiente: "Llámase compromiso en política a hacer concesiones respecto a ciertas demandas, a renunciar a una parte de las reivindicaciones propias en virtud de un acuerdo con otro partido".
La idea habitual del vulgo acerca de los bolcheviques, sostenida por la prensa que los calumnia, consiste en que jamás aceptan compromiso alguno con nadie.
Tal idea nos halaga como partido del proletariado revolucionario, pues demuestra que hasta los enemigos se ven obligados a reconocer nuestra fidelidad a los principios fundamentales del socialismo y de la revolución. Pero, con todo, hay que decir la verdad: esa idea no corresponde a los hechos. Engels estaba en lo cierto cuando en su crítica del manifiesto de los blanquistas de la Comuna (en 1873) ridiculizaba la declaración de estos: “¡Ningún compromiso¡”. Eso es una frase-decía él-, pues, a menudo, los compromisos de un partido que lucha son impuestos inevitablemente por las circunstancias y es absurdo renunciar de una vez para siempre “a cobrarse la deuda por partes”.
La tarea de un partido auténticamente revolucionario no consiste en declarar imposible la renuncia a cualquier compromiso, sino en saber mantenerse fiel, a través de todos los compromisos-en la medida en que son inevitables- a sus principios, a su clase y a su misión revolucionaria, a su obra de preparar la revolución y educar a las masas populares para triunfar en la revolución”: Lenin, Entre dos revoluciones. (Artículos y discursos de 1.917. Editorial Progreso. Moscú, 1978.)
El argumento de que “en el evento de la participación de Luis Pérez Gutiérrez en la consulta presidencial del PH, Álvaro Uribe mandaría votar por Luis Pérez”, no tiene ninguna consistencia, porque seguramente el Centro Democrático también va a participar de una consulta, luego no podría estar participando en dos consultas al mismo tiempo.
Por lo tanto, el problema de fondo y esencial es el problema del poder y del compromiso público con el programa de Gobierno; se trata de saber qué franja social va a manejar las palancas del poder, qué grupos económicos van a manipular los resortes del Estado y a favor de que sectores sociales se va a dirigir lo fundamental del nuevo modelo de desarrollo económico.
No hay que tenerle miedo a la alianza con el Partido Liberal, con las bases del Partido Liberal para la consulta presidencial del PH, siempre y cuando el compromiso programático sea público y se comprometan a respetar los resultados de la consulta.
Lo demás son actitudes moralistas de intelectuales progresistas alejados de las luchas populares que parece que no tuvieran conocimiento de la política práctica. Aquí hay que meter en la consulta del PH a los sectores políticos que se comprometan públicamente con la defensa del programa de gobierno. Lo demás es lo de menos. Hay que volver a leer a Lenin y a Maquiavelo.
Además, hay que tener en cuenta que en las pasadas elecciones de 2018, Duque sacó en Antioquia 1.800.000 votos y Petro 550.000, una diferencia de 1.200.000 votos, por lo cual la estrategia de horadar el poder del uribismo en Antioquia y en la zona cafetera es perfectamente lógica y coherente, como que la presidencia del PH va a depender en gran medida del comportamiento del voto de opinión en el Eje Cafetero, por lo cual el acercamiento del Partido Liberal con Luis Pérez Gutiérrez abriría un espacio muy importante y tal vez definitivo para Gustavo Petro hacia la presidencia de la Republica.
Un candidato oficial del Partido Liberal para participar en la consulta del PH con base en un programa democrático sería todo un terremoto político demoledor para las corrientes fascistas del uribismo y para las posiciones de “centro” de la Coalición de la Esperanza; sería el comienzo de la construcción de un gran frente amplio de masas para los cambios democráticos y revolucionarios que, creo yo, necesita el país.