Cuando músicos y cantadoras del Caribe y el Pacífico colombiano comenzaron a recorrer el mundo, guiados por Delia y Manuel Zapata Olivella, se quejaban del mal comer, el mar dormir y los extenuantes viajes por carretera, Manuel decía entonces que sus lamentos se debían a que ninguno de ellos estaba entrenado en “el arte del vagabundaje”.
Un arte que Manuel Zapata Olivella comenzó a practicar cuando tenía 22 años. Relatos que están consignados en su libro Pasión vagabunda, un recorrido por lugares de Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua y México.
¿Qué motivó a Manuel Zapata Olivella al arte del vagabundaje?
Para la época, como él mismo lo afirmó, gozaba de “Una vida regalada”. Había estudiado cinco años de medicina en la Universidad Nacional, y su familia, que vivía en Cartagena, le auguraban un futuro espléndido. Zapata decidió hacer una pausa, pensar en un viaje sin ruta, caminar y caminar. Se convirtió en vagabundo. Fue en1943.
Llamó a aquel momento “Estado de desesperación”. Le contó a un profesor de la Facultad de Medicina que tres asuntos le producían ese estado: la literatura; el deseo de conocer la vida y el deseo de resolver los problemas económicos de la familia.
Eso se llama “Afán de ser” le contestó el profesor.
Esos pensamientos, lo llevaron a un letargo de cama, lugar que decía era su medio habitual en aquellos momentos. Allí se la pasó mucho tiempo. En Pasión vagabunda escribió: “Por primera vez en mi vida el sol me tomaba la delantera al despertar”. Era tal el letargo, que abandonó la lectura y dijo “Adiós libros”.
En cuanto a la práctica de la medicina aseguró que los enfermos le atraían más por su llaga social que por su enfermedad misma. Era un joven que se interrogaba sobre sus deseos, por su “Afán de ser”, como le respondió su profesor.
Zapata quería ser escritor. Estaba decepcionado de sí mismo, porque enviaba sus textos a periódicos y revistas, pero no recibía respuestas. Quería ser un novelista, era su ambición, tenía solo el apoyo de sus lecturas juveniles, obras y autores de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
En el capítulo titulado Libros, en Pasión vagabunda, Zapata escribió que la población de Liberia, Costa Rica: “… posee la más completa biblioteca de obras sobre materialismo que haya conocido…” y agrega: “Me recordaba la biblioteca paterna”. La de su padre, Antonio María Zapata, guía en sus lecturas. Libros que Manuel supo aprovechar durante sus años de escuela en Lorica, y luego en sus años en Cartagena.
En ese mismo capítulo, cuenta que en su peregrinar, llegó a un campamento de obreros que construían la carretera Panamericana. Había música de guitarras. Los obreros, que cantaban sus experiencias, le pidieron que refiriera una historia de su país. A Zapata se le ocurrió narrar la vida del escritor Máximo Gorki, una historia que tenía fresca porque la había leído, horas antes, en la biblioteca de Liberia. Un compulsivo lector. Leía con “la voracidad de un comején”, dijo.
Zapata relató que Gorki daba a su pobreza un aliento de revolución y es precisamente lo que su libro Pasión vagabunda muestra.
Además de Gorki, también estaba Istrati, un escritor y viajero rumano, que fue bautizado por la prensa francesa como “El Gorki de los Balcanes”. Estos escritores fueron modelos para Zapata, tanto en la forma de concebir la escritura, mezcla de lucha social con experiencias de viajes, como en su deseo inaplazable de hacerse vagabundo.
Un vagabundo con aliento revolucionario, que manifestó en sus reflexiones juveniles lo que iba a hacer el resto de su vida. “Hermano yo siento voces que me llaman de todos los caminos y que me esperan en todos los puertos”, escribió. Además: “Es mi evangelio: aprender la sabiduría de los ignorantes, y bien quisiera que fundaran en ella la verde esperanza de que yo puedo representar, la del viajero alejándose siempre un poco más de la mediocridad común”.
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Además de la literatura, se empeñó en conocer la situación de sus hermanos afros. Un discurso que fue afianzando al conocer de cerca la realidad de las comunidades en el Pacífico
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Además de la literatura, se empeñó en conocer la situación de sus hermanos afros. Un discurso que fue afianzando al conocer de cerca la realidad de las comunidades en el Pacífico. Camino a Cali, vio “a tres descendientes de esclavos” que llamaron su atención. Dos, iban esposados, el otro era un policía que los custodiaba. Hay un diálogo entre uno de los delincuentes y Zapata Olivella. El nombre del reo era Valentín Camargo, quien luego de más de 15 horas de viaje, se dirige a Zapata y le dice que ha visto que no ha comido nada, que lo único que ha hecho es leer y verlos.
El joven Valentín Camargo le regala un paz a Zapata, y le dice:
—Tome hermano, usted necesita, y a mí me da de comer en abundancia el Gobierno.
—Gracias hermano, ya veo que el Gobierno alimenta solo a los que roban —le responde Zapata.
—Yo no he robado, amigo, ¡Maté por venganza! —cierra el diálogo, Valentín Camargo.
Zapata siguió entonces a Puerto Tejada, que definió como “el pueblo más típico de Colombia”. En ese lugar cuenta que se encontró con un amigo que participó con él en un “jubileo negrista” realizado en Bogotá, por la llegada de Henry Wallace a la vicepresidencia de los Estados Unidos en 1941. Wallace estaba a favor de mantener relaciones cordiales con la Unión Soviética, pero lo que animaba a Zapata era que Wallace se oponía a la segregación racial.
Sobre aquel “jubileo negrista”, Zapata escribió: “Ese día desaparecieron mis complejos raciales y tuve conciencia de mis deberes para redimir a los negros aún vejados con una profunda discriminación económica, no solo en mi país, sino en el mundo”. Y agregó: “Amé la tradición africana como si de repente, en mitad del camino, se hubieran borrado cinco siglos de historia que dieron a la sangre nuevos bríos y nuevos gritos”.
Denunció la situación que vivían sus hermanos en el Pacífico: “Aquí como en ninguna otra parte de Colombia, los hombres sufren de deformaciones en los huesos, los dolores lacerantes, las úlceras o pianomas abiertos que a la vez que hacen sufrir son foco de contagio. Por otra parte, los parásitos, el paludismo y el reumatismo que adquieren a la orilla de los ríos, sacando el oro y el platino en batehuela, complementan el cuadro ignominioso de su esclavitud”.
Un buen ejercicio, para homenajear al maestro Zapata Olivella, sería recorrer los pasos que este vagabundo hizo en 1943, solo para ver de cerca si la realidad de sus hermanos, nuestros hermanos, ha cambiado. Un ejercicio para iniciarse en el “Arte del vagabundaje”.