Manuel Saturio Valencia: ¿mártir o mesías de la lucha racial en Colombia?

Manuel Saturio Valencia: ¿mártir o mesías de la lucha racial en Colombia?

Fue el último hombre sentenciado oficialmente a la pena de muerte en Colombia. Y aunque alrededor de su figura se crearon algunos mitos, muchos no son ciertos

Por: José E. Mosquera
mayo 07, 2019
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Manuel Saturio Valencia: ¿mártir o mesías de la lucha racial en Colombia?

Hoy 7 de mayo se cumplen 112 años del fusilamiento del "poeta" chocoano Manuel Saturio Valencia (1867-1907). La importancia de este personaje radica en el hecho de que al ser el último colombiano condenado a la pena de muerte se ha convertido en icono y mártir de la lucha racial contra de la opresión “blanca” en Colombia. Su fusilamiento fue un acontecimiento político en el cual el acusado aceptó su culpabilidad. Sin embargo, por conveniencias políticas e ideológicas se le ha dado una connotación racialista hasta convertirlo en un mártir de la lucha racial en Colombia.

De hecho, Saturio es uno de los personajes de la etnia negra que ha alcanzado una singular figuración en la historia política colombiana. Por lo tanto, es un asunto que obedece en gran medida a una serie de mitos políticos y raciales que se han estructurado de manera superficial alrededor del culto a su personalidad. Una simbología edificada a partir de especulaciones históricas y literarias que en estudios rigurosos sobre la verdadera dimensión política e intelectual de Valencia.

Por eso a raíz de esta fecha resulta importante revaluar algunos conceptos y exponer otros argumentos con un enfoque diferente sobre su vida y su obra. Manuel Saturio es uno de esos personajes que en la historia de la humanidad por provecho político se han creado fábulas que lo han elevado a la categoría de ser sobrenatural. De manera que, si se profundiza en un estudio serio y, desde luego, sin sesgos racialistas sobre su vida y su obra se develan muchas facetas pocos convincentes que sus biógrafos han inventado para glorificarlos.

En estos 112 años se han escrito cuatro novelas y centenares de ensayos que exaltan su vida: La palizada, de Miguel A. Caicedo (1952); Memorias del Odio, de Rogerio Velásquez (1953); Mi Cristo Negro, de María Teresa Martínez (1983), y El fusilamiento del diablo, de Manuel Zapata Olivella (1986). También hay decenas de ensayos entre los cuales sobresalen: Manuel Saturio Valencia: El hombre, de Miguel A. Caicedo (1992); Héroes y políticos: Quibdó desde 1900, de Peter Wade (1997); Violencia y resistencia: una perspectiva de la literatura afrocolombiana: un estudio sobre Memorias del Odio, de Marvin A. Lewis (1987); El drama del fusilamiento, de Manuel Saturio de Rafael Perea Chalá (2007); A cien años del fusilamiento de Manuel Saturio, de César E. Rivas Lara (2007); La reconstrucción histórica y jurídica del proceso seguido a Manuel Saturio Valencia, del Gustavo Arley Córdoba (2008), entre otros.

Cada autor ha idealizado a Saturio y ha hecho de él una interpretación de acuerdo con sus propias convicciones políticas e ideológicas, por lo tanto es utilizado como pretexto para criticar los vejámenes de las clases dominantes contra la población negra, en relación con la esclavitud, la discriminación racial, las desigualdades políticas, económicas; y la injusticia social, igualmente, para exteriorizar y exaltar la lucha y la resistencia del hombre negro contra la opresión “blanca y mestiza” en América.

Las dos primeras obras son las versiones más “realistas” y terrenales de la vida de Valencia, las otras dos lo sitúan como un héroe mitológico. En opinión del escritor Alfonso Carvajal, en las cuatro existe “más ficción que realidad y más pasión que acervo documental”. Sin embargo, de todas sobresale El fusilamiento del diablo por su extraordinario valor narrativo.

En todas se evidencia una visión exagerada de la discriminación racial en la sociedad chocoana, en virtud de que se saca de contexto que Valencia se educó y emergió como figura política bajo la tutela de los capuchinos, de dirigentes políticos conservadores como Carlos Holguín Mallarino, de “blancos y mulatos” como los empresarios sirio libaneses los hermanos Meluk ( fue su contador) y, sobre todo, las relaciones políticas que mantuvo con determinados sectores de la élite “blanca y mulata” de la ciudad de Quibdó. De allí que los cargos que ejerció como juez de rentas y ejecuciones fiscales, personero y juez penal del Circuito de Quibdó fueron durante gobierno de Carlos Holguín Mallarino.

Por la carencia de rigor en las investigaciones sobre la vida de Manuel Saturio y por una serie de sesgo ideológicos con tintes racialistas se ha permitido idealizar toda una falacia para erigirlo como un mártir de la lucha racial y de las reivindicaciones de las minorías étnicas en Colombia.

Indudablemente, en aquella época había una pavorosa discriminación racial en una sociedad dominada por la división de clases sociales pero ha habido exageración, y por esa misma razón en la mayoría de los textos escritos sobre Valencia se evidencia un profundo desconocimiento de sus autores sobre diversos aspectos políticos, económicos, sociales y culturales que fueron determinantes en la evolución de la sociedad chocoana en el período que nació y murió Valencia.

Por razones ideológicas se oculta que para la época ya había en Quibdó y, por ende, en el Chocó una élite negra que había acumulado fortuna con la esclavización de sus semejantes y la minería, como lo explica el antropólogo inglés de la Universidad Manchester, Peter Wade, en su obra Gente negra, nación mestiza (1997), cuando afirma que en la época existió una élite negra “la cual había adoptado un estilo de vida similar a la élite blanca que tanto se critica”. Es decir, “ni todos los blancos ni todos los negros eran pobres”.

Raymond L. Williams, profesor norteamericano, dedicado a la cátedra de literatura hispanoamericana en la Universidad  de Washington, en Missouri y director de estudios de postgrado de la Universidad de Colorado, en su libro La novela y el poder en Colombia 1844-1987, cuando habla de la novela moderna y posmoderna, dice que El fusilamiento del diablo de Zapata Olivella es una reelaboración de la obra originalmente de Velásquez. En cambio, el ensayista de la Universidad de Missouri, Marvin A. Lewis, cuando se refiere a la violencia y la resistencia en la literatura afrocolombiana se pregunta si Memorias del Odio “es historia o una biografía novelada o simplemente un impresionante ejerció en el arte de mentir”.

Ahora, en cuanto a Mi Cristo Negro sucede exactamente lo mismo, realmente no se sabe si es una biografía o una novela y para sintetizar la confusión, la autora dice: “Yo he sido la exclusiva médium del espíritu del mártir Manuel Saturio Valencia”, afirmación que pone en tela de juicio la veracidad de los hechos que narra en la obra.

El historiador Sergio Mosquera, en su ensayo Partidos y movimientos políticos (2014), cuando se refiere a “La Guerra de los Mil Días y a la participación de Manuel Saturio Valencia en la guerra y acerca de su militancia política, sustenta sus argumentos en la visión que plasma en su novela Martínez Varela. Pese a que Mosquera admite que es una obra de ficción se basa en su narrativa para exponer sus argumentos sobre la vida de Valencia. En consecuencia, no aporta elementos nuevos sobre la vida y obra de Valencia.

Miguel A. Caicedo en Saturio, el hombre reválida en parte la visión que escribió en La Palizada con un análisis más realista, y coincide con el escritor César Rivas Lara que “no lo mataron por negro ni por inteligente”, según su tesis “no lo mató la aristocracia sino quienes quisieron ampararse en la explotación del temor que el pueblo vivía frente a los poderosos”. Sin embargo, cae en el facilismo atribuirle la autoría de una poesía que hace alusión a la raza negra que jamás escribió, con el argumento: “Todo hace suponer que su autor fue Manuel Saturio Valencia… en aquel tiempo pocos sabían leer” e incurre en otras afirmaciones poco creíbles.

Rivas Lara, en su libro, tampoco aporta nada nuevo, pues en él no hace otra cosa que repetir la misma historias sin ningún rigor investigativos en fuentes primarias y lo más polémico es que vuelve a reafirmar la controvertible afirmación: “La bibliografía sobre Valencia, aunque escasa, es suficiente para conocer su trayectoria” y subraya que “ganó ascenso en el campo de las arte y las letras”.

Asegura que Saturio creó un grupo cívico del cual hizo parte, Adán Arriaga, un personaje que, aún no había nacido en aquel momento. Finalmente, el texto del abogado Gustavo Arley Córdoba, cuyo contenido cabalga por los mismos senderos de la superficialidad y el racialismo. Es un texto profundamente carente de críticas de fuentes, donde su autor plasmas más pasión por lo negro que análisis históricos profundo y contextualizado sobre las causas políticas del fusilamiento de Valencia, dentro del contexto de las rivalidades políticas entre liberales y conservadores, y desde luego, entre las divisiones políticas y las luchas internas por el poder que habían dentro del propio partido conservador que pertenecía Valencia.

En un país con un régimen federalista de 1863 hasta 1886, y a partir de 1886 hasta la muerte de Valencia bajo un estado centralista y unitario, un aspecto supremamente clave para abordar con más ecuanimidad histórica la vida y muerte de Valencia.

Por consiguiente, las invenciones sobre la vida de Valencia y muchas otras carentes de fuentes documentales lo han mitificado como un defensor de las demandas sociales de los negros, cuando en el fondo ese no fue su ideario político, contrario a ello, durante su vida se destacó como un defensor de los principios políticos del partido conservador. Fue a la Guerra de los Mil Días a luchar en defensa de los ideales conservadora y para conservar la continuidad de hegemonía conservadora en política nacional.

Y como bien lo ha señalado el investigador Luis Fernando González Escobar, Saturio más que un poeta destacado poeta fue “un coplero”, cuya figura y muerte ha sido utilizada ideológicamente como instrumentalización política para sacar provechos en las contiendas electorales de 1932 en adelante. El novelista Arnoldo Palacio Mosquera, fue más allá en el prólogo del libro de Rivas Lara, al decir que la biografía “es difusa y que Saturio “no se destacó como un auténtico caudillo, sino como un representante de las fuerzas oscurantistas en una vasta región ganada por las ideales liberales, que había producido notables paladines y humanistas como César Conto , cuyas obras engrosan el tesoro de las letras colombianas” y remató afirmando que “desgraciadamente no se inspiró en las corrientes científicas”.

De suerte que hace falta un examen más sensato sobre sus ejecuciones y una valoración de su obra poética que aún nadie conoce porque no se han encontrado registros documentales para situarlo en la justa medida de sus méritos. Un hombre que como militante del Partido Conservador participó activamente en los conflictos políticos y militares, en una región que estuvo gran parte bajo el dominio político de los liberales radicales caucanos.

Valencia no fue defensor de reivindicaciones raciales, sino de los principios políticos del Partido Conservador. En nombre de ese partido y en gobierno regidos por ese partido, ocupó los cargos públicos que ejerció y participó en la Guerra de los Mil Días en defensa de esos principios políticos hasta alcanzar el grado de capitán. De suerte que es por ahí que se debe abordar otras variables sobre los móviles de su fusilamiento y no seguir repitiendo por conveniencias políticas y raciales la historia de que lo mataron los blancos por ser negro.

Entonces, para comprender los antecedentes y las causas de su fusilamiento hay que profundizar en su actividad política, de conformidad con las luchas partidistas que había por el control del poder en la región. Más aún, dentro del contexto de las secuelas que dejó la guerra porque el fin de la misma no significó el cese de los odios y las intrigas entre los miembros de los partidos. Además, de su papel como secretario del Teniente político de su partido y las providencias que se habían expedido contra la embriaguez habitual.

Elementos fundamentales para discernir sobre las razones de su ejecución y no seguir acomodando los hechos para hacer ver este suceso como una conspiración racial de una minoría "blanca" que ostentaba el poder económico y político contra la población negra oprimida.

Fue precisamente por ese enrarecido panorama político y por su adicción a las bebidas alcohólicas que en una embriaguez intentó sofocar un incendio, hecho que sus contradictores políticos aprovecharon para acusarlo de incendiario y llevarlo al patíbulo.

El fusilamiento de Valencia más que un hecho con connotaciones raciales fue esencialmente un crimen político, cuyo trasfondo fue la lucha política entre sectores liberales y conservadores por el control del poder en el Chocó. Una evidencia que no fue por razones raciales está demostrada en las actuaciones de un grupo de damas de la élite “blanca y mulata” que solicitaron la intervención del clero para que evitara la ejecución. En conclusión, se necesita más realismo que ficción en la historia de la vida y obra de Valencia.

 

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