El 13 de mayo se cumplieron los 90 años del nacimiento de Manuel Marulanda Vélez, fundador de las FARC-EP y su comandante en jefe entre 1964 y 2008, es decir durante 44 años continuos. Manuel, fallecido el 26 de marzo de 2008 en las montañas del sur del país, se convirtió con los años en el símbolo de la resistencia campesina y popular contra la violencia estatal.
Su lucha en realidad tuvo comienzo mucho antes, en la cordillera Central, cuando se sumó al movimiento conformado por sus primos Loaiza tras la persecución desatada contra los liberales gaitanistas a continuación del asesinato de su jefe político. Eso hace que las cuentas de su rebeldía armada sumen 60 años continuos, un caso realmente único en la historia universal.
Recién leímos acerca de un debate que intentó abrir Iván Márquez en torno a la posesión del cadáver del legendario comandante, una trama repleta de enfermizos delirios, que habla por sí sola de la esquizofrenia en la que rayan quienes ensayan reclamarse sus herederos legítimos. Manuel simplemente se fundió con las montañas de Colombia en las que libró su epopeya.
Allá reposa, igual que Jacobo Arenas, su compañero de mil batallas, muy lejos de merecer la repugnante rapiña emprendida por Márquez y su segunda Marquetalia. Conocemos bien esa propensión en éste. En sus tiempos en el Perijá venezolano, también rescató unos supuestos restos de Bolívar, a los que sus tropas debían rendir honores militares so pena de sanción.
Igual que El Libertador, la figura de Marulanda está llamada a superar toda apropiación personal o de grupo. Manuel representa la dignidad y el valor de los hombres humildes, de las gentes sencillas que sin mayores estudios ni pretensiones heroicas, van erigiéndose en personajes históricos por obra de su autenticidad y tesón. Un campesino reconocido universalmente.
Porque enfrentó a fuerzas absolutamente superiores a él en recursos económicos y militares, saliendo siempre asombrosamente bien librado e incluso muchas veces victorioso. Porque sabía argumentar y ganar la partida en los términos más elementales, sin pretensiones literarias o ideológicas, sin las jactancias intelectuales de quienes se reclaman hoy sus sucesores.
Fue tal la campaña de medio siglo que emprendieron por aniquilarlo, que Colombia terminó trágicamente hundida en la más grande guerra que haya conocido su historia. Por todo el país combatieron sin tregua Ejército y guerrillas en una gesta casi irracional. Que acabó involucrando el vecindario, a fuerzas y asesores norteamericanos, británicos, e israelíes.
Manuel no sólo aprendió a pelear y defenderse. También instruyó un creciente cuerpo de mandos y combatientes en las artes de la confrontación. Insistiendo sin descanso en que el conflicto que libraba era de naturaleza política y exigía por tanto para su solución decisiones políticas. Por eso desde un principio su bandera predilecta fue la de la paz, la salida dialogada.
Una idea que como todo en él requirió germinar desde la más pequeña semilla. Manuel sabía que esa semilla no pegaría con facilidad en la clase dirigente del país, que requeriría de mucho esfuerzo y perseverancia. Pero también sabía que esa semilla prendería con facilidad y enorme fuerza en las gentes sufridas del pueblo. Algún día ese clamor conduciría a un Acuerdo.
No sería fácil. Le apostó con toda devoción a eso durante los primeros veinte años de guerra. Hasta firmar la desmovilización de las Farc en los Acuerdos de La Uribe. Y luego en las conversaciones con Gaviria en Caracas y Tlaxcala. Con el poder de un gran ejército a su espalda durante el proceso de paz del Caguán. Esta oligarquía nunca ha sido capaz de cogernos la caña, decía.
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Me atrevo a asegurar que muerto Manuel Marulanda, la guerra dejó de tener sentido
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Entonces sobrevino el Plan Colombia. Y la más terrible conflagración que haya vivido el continente. Manuel, con más de setenta años, estuvo siempre al frente de la resistencia. Y proponiendo fórmulas para la paz. Me atrevo a asegurar que muerto Manuel Marulanda, la guerra dejó de tener sentido. En adelante lo único decente que podía hacerse era firmar la paz.
Lo terminó de comprender el Establecimiento, que dos años después, con Santos, emprendería por primera vez un camino serio de negociación. Colombia ya no daba más, la guerra tenía que terminarse. Firmado el Acuerdo, la nueva forma de lucha sería la batalla política por su implementación. El mayor tributo a Manuel son los Acuerdos de La Habana.
En uno y otro lado, habrían de persistir voces llamando de modo fanático a continuar el desangre, el terror, el reinado de la muerte. La extrema derecha uribista representa ese continuo llamado del lado del gobierno. Las demenciales disidencias que avergüenzan el país con su accionar criminal en el Cauca y otras regiones, representan el mismo llamado del lado contrario.
Si de algo estoy completamente seguro, es que Manuel Marulanda Vélez condenaría de modo enfático esos dos extremos. Estaría con la paz, y defendiéndola contra ambos.