Haber conocido al general Bonett y haber disfrutado de su conversación ha sido uno de los más grandes placeres que he tenido en mi vida. Muchas veces pasaba por mi casa, muy cerca de la Universidad del Rosario, sin avisarme y nos íbamos a almorzar, mis puertas siempre estuvieron abiertas a sus sabiduría. Hombre culto, cultivado, buen conversador, tolerante, exquisito en sus gustos y sus formas, preparado y profundo, el general Bonett siempre fue un hombre al servicio de la milicia pero era algo más que un militar al uso.
Sabía idiomas, había viajado por el mundo, se fijaba en las costumbres de los países que visitaba, hablaba —para mi sorpresa— griego e inglés con fluidez y siempre sabía escuchar a sus contertulios. Tenía grandes amigos, a los que cuidaba y regaba como las plantas, y era un hombre de firmes principios en todo el sentido de la palabra. Su figura quedaría bien caracterizada y definida en estos versos del poeta Rudyard Kipling: "Si puedes seguir digno aunque seas popular;/ si consigues ser pueblo y dar consejo a los reyes;/ y a todos tus amigos amar como a un hermano/ sin que ninguno te absorba".
Pese a que había sido jefe de las Fuerzas Armadas y habiendo sufrido en sus carnes un atentado terrorista que casi le cuesta la vida, el general siempre defendió la necesidad de resolver políticamente el conflicto colombiano y en el último plebiscito celebrado en el país sobre este asunto apostó con vehemencia por el "sí" frente a los que consideraban que el gobierno colombiano había claudicado. Conocía al país al dedillo, ya que lo atravesaba siempre que podía en coche durante sus vacaciones, y quizá porque conocía bien a su gente y los sufrimientos que habían pasado sus paisanos en tantos años de guerra, siempre le apostó a la paz dentro de la legalidad y el orden democrático.
Sobre este asunto no tenía dudas e incluso era capaz de enfrentarse —con la palabra— con aquellos que seguía creyendo que frente a los terroristas había que seguir con la vía armada para terminar con un conflicto que duraba ya más de medio siglo. Fui testigo en un evento de cómo se enfrentaba, dialécticamente, con un periodista que atacaba duramente el proceso de paz y argumentó en favor del mismo que como soldado con heridas de guerra tenía la legitimidad para defender la palabra en lugar de las armas. Las armas dejan de tener sentido cuando se tienen argumentos de peso y sólidos principios morales, como era el caso de nuestro general, que tenía ambas cosas.
Fue testigo de excepción de numerosos acontecimientos fundamentales de la historia de Colombia y sabía contarlos con su exquisita expresividad y con su precisión histórica, sin apasionamientos ni exageraciones protagónicas. Su vida transcurrió, como militar y buen soldado, a través de numerosos capítulos políticos y hechos decisivos, como el Bogotazo, el golpe de Rojas Pinilla, el decadente período del Frente Nacional, la irrupción en la vida política de las numerosas guerrillas colombianas y un sinfín de presidentes de todos los pelajes y colores.
Como era un buen historiador sin haber pasado por la universidad para doctorarse en esta materia, he querido rescatar este texto suyo donde explica cómo llegó al poder Rojas Pinilla: "Llegado al palacio presidencial para ver a Urdaneta y rodeado de otros jefes militares, Rojas Pinilla se hace con el poder de una forma circunstancial. Lejos estaba del Comandante General de las Fuerzas Militares de pensar en dar un golpe de estado, ya el militar solo quería que la situación del gobierno se normalizara para él regresar a su comando. Ninguno de los políticos presentes en el palacio quiso asumir el poder y fue Lucio Pabón Núñez quien anunció, sin consultarlo, que el General Rojas acababa de aceptar el poder supremo. En adelante vinieron las felicitaciones, los saltos, el apoyo incondicional de los partidos, de la clase empresarial, del cuerpo diplomático y un estallido de alegría nunca visto en el país que lo vio como un verdadero libertador porque Colombia estaba sumida en una noche oscura de violencia y odio fratricida. La nación estaba sufriendo demasiado y la llegada del General Rojas Pinilla al poder fue percibida como el final del tormento”.
Finalmente, en este breve homenaje póstumo no quiero pasar por alto su generosidad, caballerosidad y su alto concepto de la fidelidad sin ambages de duda. Le podías llamar a cualquier hora del día para recabarle su apoyo o su consejo y siempre estaba disponible. En numerosas ocasiones le pedí su asistencia a algunas tertulias que organizo y siempre estaba disponible, dispuesto y preparado para sus brillantes intervenciones. Era atento, discreto, servicial, educado y, en definitiva, un hombre bueno sin más apellidos. Su discurso se podría resumir en unos versos del poeta español Blas de Otero cuando apelaba al diálogo frente a la violencia bruta, cuando llamaba a "entendernos sin destrozarnos, donde sentarnos y conversar".Descanse en paz, mi general, siempre listos para seguir dando la batalla por la paz siguiendo su estela. Ahora que ya no está, al menos nos quedan sus palabras, su ejemplo sin mácula de odio y su recuerdo que se erige, más allá del dolor, como un testimonio de fuerza y entereza para seguir frecuentando el futuro.