Nosotros los títeres, descendientes de los múltiples dioses, de los ritos sagrados y de la magia, venimos a proclamar a los cuatro vientos del mundo, nuestro más sentido cansancio porque se nos viva comparando, sobre todo, en épocas electorales, con los políticos de turno. Por tanto pensamos que esa pretendida semejanza, por el contrario, ofende nuestra milenaria dignidad poética.
Nosotros somos criaturas del aire, hijos del viento y de las estrellas, provenientes de las galaxias remotas de la infinita fantasía. Somos los escultores de los más hermosos sueños de la infancia. En cambio los llamados políticos profesionales, son seres mundanos, la mayoría de las veces corruptos, terribles oportunistas, que se amparan en el descarado ejercicio del poder para ponerse al servicio de los más mezquinos y oscuros intereses. Su naturaleza egocéntrica y ambiciosa, los convierte en seres mentirosos y demagogos por excelencia. Ellos dicen representar a la gente, pero la verdad es que suelen representarse es así mismos. Se muestran como imprescindibles salvadores de esa abstracción llamada patria, pero viven de las ilusiones, de la orfandad, de la impotencia, de la incapacidad colectiva de los humanos, para resolver sus propios problemas.
Los políticos carecen de imaginación, de humor, de generosidad, de grandeza ética. Más bien son traficantes de los sueños y las necesidades. Nosotros los títeres no engañamos a nadie. Jamás prometemos nada. Nuestro único deseo es agradar, seducir al público, y en lo posible hacerlo reír o pensar, mofándonos de todo lo humano y divino o toda forma absurda de autoridad y poder.
Por ello desde lejanos tiempos fuimos perseguidos por reyes o dogmáticos clérigos, cuando andábamos con los juglares y comediantes de nuestro arte, de pueblo en pueblo y de feria en feria. Desde antaño títeres y titiriteros formamos una unidad y conspiramos a dúo. Somos una leal cofradía utópica y sólo servimos a la libertad.
Por eso proclamamos que compararnos con los políticos no es justo, ni corresponde con la verdad. Nosotros tenemos nuestra propia voz y no carecemos de carácter y voluntad propia. Somos fieles a nuestro personaje desde que nacemos, hasta que morimos. Muy contrario a lo que les sucede a los políticos. Ellos son seres camaleónicos, manipuladores o manipulados, siempre dispuestos a vender su alma al diablo, o al mejor impostor.
¡No! ¡No somos de la estirpe de los políticos!
¡No más abuso y manoseo de la palabra títere!
¡No queremos que se diga más que los políticos lacayos son títeres del imperialismo o la burguesía!
¡El títere nace libre pero los humanos los corrompen!
¡Somos muñecos libertarios! ¡Abajo el irrespeto, viva nuestra dignidad!