Las cosas no pueden verse en blanco y negro, como pretenden hacernos creer los movimientos extremistas de un bando y otro: la realidad admite matices que vale la pena analizar para dar una opinión lo suficientemente informada y, así, dar un veredicto.
Los manifestantes no son vándalos, así la prensa de oficio quiera equipararlos a estos para justificar las acciones brutales del Esmad y la policía; de igual forma, los vándalos no son los manifestantes, como quieren venderlos los discursos radicales de la ultraderecha colombiana, para la que solo hay plomo y sangre. Los vándalos infiltran las marchas para desestabilizar el país y, en esa estrategia, bien se pueden señalar agentes del Estado como bandas al margen de la ley. Pero aquellos que destruyen y saquean no nos representan: son delincuentes oportunistas a los cuales hay que capturarlos y juzgarlos por sus delitos, eso sí, por las autoridades pertinentes garantizando el debido proceso.
Sin embargo, tienen una cosa en común: son jóvenes. Aunque sus motivaciones al salir a la calle son diametralmente distintas, se hermanan en la edad. Los manifestantes salen a protestar porque sienten sus derechos vulnerados, y los vándalos salen a robar y destruir. Los unos obedecen a su intelecto y los otros, a sus apetitos. Como se ve, aunque comparten un espacio común, pertenecen a ciudades distintas. Se diferencian en sus motivos para levantar la voz: el manifestante protesta contra el sistema y el vándalo ve la ocasión para saciar su hambre siempre insatisfecha. Es un error imperdonable meter a unos y otros en la misma bolsa: la ciudad es nuestro patrimonio y nos duele la ola de daños que se reporta a diario. Los tenderos y dueños de negocios vilmente robados también son nuestros hermanos: simplemente, no es justo. Nada justifica que el tendero quede en la quiebra gracias a una turba minúscula que abre un boquete en el muro y desocupe su local. Golpeados por la pandemia, por los cierres obligados de la Alcaldía, y ahora los saqueos… no es justo. Dejo a un lado si los vándalos son pagos, si son espontáneos, qué sé yo: los vándalos y punto. A estos es a quienes la policía debería perseguir.
Por eso, mi corazón está con los manifestantes, los cuales pelean nuestra batalla por mejorar nuestras condiciones de vida, pero estoy en contra de aquellos que solo quieren ver arder la ciudad. Basta con arrojar el cerillo encendido a un bidón de gasolina para desatar el caos. Nuestro deber, en medio de lo que está pasando, es ver con claridad y no tomar partido por los extremos, para los cuales el mundo es blanco y negro. Estoy de acuerdo con que tiene que haber una reforma tributaria, pero no como se había planteado antes de ser retirada. Este aspecto de la protesta ya está en el debate político y no nos queda de otra más que confiar en que la estructuren con equidad. Esa es la cuestión: no en que mañana nos despertaremos siendo Suiza gracias a un caudillo político o que con el ascenso de tal personaje se acabarán nuestros problemas. Se trata de comenzar, porque los manifestantes están en las calles con la esperanza de tener un futuro mejor. Hoy están en las calles, pero necesitamos que mañana estén en las urnas, donde en realidad se decide nuestro destino como nación. Es en las urnas donde se debe protestar con el voto, más que con los gritos.