En la Silicon Valley de Latinoamérica nos encantan las marchas, defendemos a los niños, alzamos la voz ante las violaciones de derechos humanos, exigimos la visita de la CIDH y pedimos que se cumplan las recomendaciones que esta hace, pero siempre y cuando esto no sea al interior del país.
Colombia, que hasta la fecha lleva más de 75 días de marchas, apoyó las protestas en Chile, las cuales duraron 150 días, y brindó apoyo a los jóvenes de la primera línea chilena. En ellas, las cuales dejaron según la Fiscalía Nacional de Chile 31 muertos y más de 5.000 heridos, criticaron y denunciaron el abuso de la policía contra la población civil; mientras que en la mitad del tiempo de manifestaciones colombianas, según el informe de la ONG Temblores para el 28 de junio, ya corrían al interior del país 44 asesinados y 4.687 casos de violencia.
De la misma manera se puso junto a los jóvenes venezolanos e hizo recolectas, al mejor estilo de Gustavo Bolívar a quien hoy critican, para la primera línea del país vecino e hizo conciertos con el fin de apoyar la libertad de expresión y el derecho fundamental a la protesta, pues en Venezuela este sí debe contar como fundamental, claramente. Las manifestaciones del 2017 en esta nación duraron aproximadamente 4 meses y dejaron un alarmante número de 163 asesinados, según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, sin contar las protestas del 2018 las cuales también apoyó Colombia.
Hoy el gobierno se atreve a pronunciarse sobre las manifestaciones en Cuba, como intentando hacer invisible que aún hay manifestaciones, desaparecidos, asesinados, detenciones arbitrarias, estigmatización a los jóvenes y un contundente rechazo al informe de la CIDH en el paraíso colombiano. La hipocresía del país es tanta que se escandaliza por el uso excesivo de la fuerza por parte de las policías internacionales, del uso de armas de fuego contra los civiles en el extranjero, pero no se inmuta ante la constante aparición de jóvenes muertos luego de ser detenidos a manos del Estado. Además, entrevista y hace una figura pública de quienes salen a dispararle a los manifestantes y entrena militares que luego se convierten en mercenarios que envía alrededor del mundo. Deberían dolernos todas las víctimas y no solo las extranjeras, no se puede condenar el actuar de algunos países cuando se hace exactamente lo mismo que aquellos a quienes crítica.
Todos debemos reprochar las situaciones en las que se atentan contra los derechos del ser humano pues para obtenerlos se recorrieron largos siglos y millones de vidas sacrificadas que no deben quedar en vano, pero en un país donde la crisis social está vigente es central dejar de buscar distracciones y apuntar a una solución real que vaya más allá del "plomo es lo que hay, plomo es lo que viene".