Para estas fechas decembrinas, la Galería El Museo en Bogotá tiene la tradición de organizar una mirada sobre los llamados Maestros del siglo XX que incluye nombres como el de Andrés de Santamaría que en su vanguardia de principios de siglo, desdibuja a una bella dama a caballo en la medida que el pincel moderno tiene más fuerza que el retrato formal, hasta los enormes perfiles de Ana Mercedes Hoyos que son, como casi siempre, un calco realista de una fotografía.
En la muestra se encuentra el mundo abstracto de Fernando Botero donde en medio del triunfalismo de la abstracción expresionista en Nueva York buscaba encontrar un término medio entre su figuración y la extrema tendencia de la abstracción. La figuración detenida por un movimiento estable e inexpresivo que, desde los años setenta ha sido parte de su repertorio pictórico, donde la representación humana sin alma ni trascendencia, ha conquistado el mundo por ser un hombre que ocupa a las historias individuales y, como bien sabemos llega a La China con su propuesta inverosímil para ese mundo oriental. Yo misma le compré, hace muchos años, una copia de los bailarines de los burdeles de Medellín en una calle de Hanói en Vietnam. Todos entendemos ese leguaje extraordinario de seres simples.
La lista de maestros es grande. Podemos referirnos por ejemplo a Antonio Roda, un español que pintaba como español, pero que llegó a Colombia para quedarse y que para siempre será también un pintor que mostró caminos alternativos de lo moderno.
Siempre pienso en lo mismo: en cómo los temperamentos influyen en la vida de los seres humanos: Roda fue un hombre tímido y reservado al lado del león simpático de Alejandro Obregón. Hoy, Antonio Roda es un baluarte de la historia, un hombre que supo manejar lo moderno desde ese mundo que se mueve entre lo figurativo y lo abstracto mientras el pincel y la pintura van muy cerca de un sentimiento poético que tiene la libertad del ser consciente de que cada trazo es parte de una enorme legado que construye y decostruye la imagen en la medida en que el mundo del color tiene sus propios mandamientos. Alejandro Obregón fue grande y nos dejó huérfanos cuando descubrió que el acrílico le respondía de una manera rápida a su angustia. Hoy en día todos lo falsifican porque sus rápidas composiciones son tan irreverentes como seductoras. Nadie cuida su trabajo porque se convirtió en otro ícono de la fácil suerte comercial.
También están los dos hermanos Cárdenas. Santiago con un tablero que hace parte de su hiperrealismo sutil donde busca que el ojo del espectador piense que la pintura puede ser realidad entre pintura y tiza, y su hermano Juan que se devolvió a ser retratista del siglo XIX, con las maneras desabridas de la elegancia de esa época, con la resurrección de la vida de los estudios cerrados donde la primera instancia es recortar el mundo al espacio y suprimir la libertad de expresión para estar amarrado a la instancia del desnudo que en esa época podía ser revolucionario y que después de tanto tiempo resulta aburrido y emblemático de las incongruencias de la época.