En el portal Los Danieles, Alberto Donadío publicó una columna que se titula Virgilio Barco y el exterminio de la UP. Allí señala al expresidente que gobernó a Colombia de 1986 a 1990 de haber contratado los servicios de un espía israelí llamado Rafi Eitan para exterminar a los miembros de la UP. De entrada, esto corresponde a una ficción, debido a que si Virgilio Barco hubiera sido una persona radical frente a las fuerzas comunistas en su gobierno habría atacado el santuario de Casa Verde, en donde se encontraba Tirofijo con miembros del secretariado. Sin embargo, el presidente Barco respetó durante su mandato la franquicia que Belisario Betancourt (1923-2018) le otorgó a las Farc.
Por el contrario, en el gobierno de Barco, según varios analistas, hubo debilidad frente a la guerrilla y los paramilitares. Además, si por algún motivo vino dos veces a Colombia el israelí, su paso fue silencioso y no tuvo ninguna incidencia, como lo menciona el columnista, pues afirma que no hay grabaciones de reuniones con Eitan, por lo que la acusación temeraria en contra de Barco se basaría únicamente en rumores. También dice Donadío que la empresa Ecopetrol le pagó al espía, pero que no había registros acerca de los pagos que le hizo la petrolera a Eitan, lo que significa, en mi opinión, que son meras especulaciones.
Siendo ministro de Justicia del gobierno de Barco, Enrique Low Murtra (1939-1991) en 1988 hizo claridad sobre los asesinatos de los miembros de la UP en una alocución por radio y televisión, en donde demostró que la muerte de los militantes de ese partido era un ajuste de cuentas de la mafia en contra de las Farc, porque estas cuando eran socias le habían hecho conejo a los narcos y ellos al no poder atacar a Casa Verde la emprendieron en contra de la Unión Patriótica, al considerar que era el brazo legal de la guerrilla comunista. Él fue asesinado el 30 de abril de 1991 a la salida de la Universidad de La Salle.
Luego, es absurdo insinuar que Virgilio Barco contrató a un agente extranjero para atentar en contra de la UP, más cuando en ese gobierno se firmaron los acuerdos de paz con el M-19, movimiento que fue beneficiado en gran manera con el pacto; además, se desmovilizaron el EPL, Quintín Lame y otros grupos guerrilleros pequeños. Por lo tanto, los señalamientos del señor Alberto Donadío en contra del expresidente Barco, fallecido en mayo de 1997, corresponden a un novelón con turbios objetivos políticos e históricos.
Por otro lado, el espía Rafi Eitan murió en 2019 y hasta ahora, de acuerdo a la narrativa de Donadío, se conocen sus andanzas en Colombia; aunque en su biografía no se hace mención a la presencia en el país y, por el contrario, se dice que entre 1985 a 1993 fue director de productos químicos de su gobierno y después de 1993 realizó negocios con actividades agrícolas a gran escala, efectuando además construcciones en Cuba. Así pues, llama poderosamente la atención que en 33 años los acuciosos medios de comunicación colombianos no lo hayan entrevistado sobre la supuesta presencia en Colombia y asesoría a Virgilio Barco; cosa que sí han hecho con el exmilitar y mercenario israelí Yair Klein, quien en la mitad de los años 80 entrenó a grupos paramilitares y cuyos servicios pagó el narcotráfico.
En esa línea, también hay que tener en cuenta que Rafi Eitan comandó en 1960 la operación del secuestro del criminal nazi Adolf Eichmann en Buenos Aires, realizada por el Mossad, por lo que su prestigio en la inteligencia no le daba para venir a Colombia a hacer trabajos sucios, como lo sugiere el columnista invitado en Los Danieles; notándose que con las versiones que maneja la llamada izquierda sobre el conflicto político militar que ha afectado a la nación se busca mangonear la verdad y la historia, aprovechándose de que los muertos no hablan.
Con eso claro, desde mi perspectiva, la falta de rigurosidad histórica de Alberto Donadío es evidente y las acusaciones que hace en contra del expresidente Barco no tienen asidero. Tal parece que lo que se quiere es lanzar un globo de ensayo, puesto que indiscutiblemente se trata de tener una narrativa que se acomode a los intereses de los propiciadores del conflicto armado, que indudablemente fue originado hace 6 décadas por seguidores de la doctrina marxista-leninista para la toma del poder, alegando el derecho a la rebelión del pueblo, cuando dentro de la semántica comunista la palabra pueblo tiene un significado diferente al que tenemos el resto de mortales.
Así que para conocer la realidad histórica por ningún motivo hay que utilizar la posverdad o el relativismo, visto que eso es un desafuero en el que se cuenta lo que le conviene a unos intereses políticos determinados; en razón a que hay una sola verdad y una sola historia. Y en un prolongado conflicto como el colombiano, lo primero que se debe saber es de dónde viene la narración para poderla discernir.