A Amazon Prime y RCN Estudios se les dio por reencauchar la otrora serie Hombres de 1996 escrita por Mónica Agudelo. La tarea no era fácil, la novela de los noventas exploraba brillantemente el universo de la masculinidad de ese entonces. Había personajes de carne y hueso que a pesar de sus éxitos laborales eran inseguros y tenían más de una dimensión. Se sentía que existía cierta profundidad en su creación y que la escritora se tomaba el tiempo necesario para desarrollarlos y confrontarlos. Sin embargo, la producción hecha 27 años después trata de replicar esto a los trancazos en 6 capítulos de media hora, con la temática de start-ups, emprendimientos, reguetón y redes sociales. El resultado no puede ser peor.
Los personajes son de un pandito, tan unidimensionales y tan básicos que dan grima. Todo se siente como un videoclip de reguetón gomelo: fotografía de colores chillones, apartamentos de neón habitados por modelos webcam a las que les gusta el látigo (wow, que ingeniosos) y un gomelito adicto al sexo que se cura la ansiedad vapeando como poseso antes de tirar. Pero si así son sus juegos sexuales, el trabajo es lo mismo, un juego. Juegan a que trabajan en sus oficinas de coworking en altos edificios como para que uno diga: “Wow, puede ser Chicago o Dubai, que chic se ha vuelto Bogotá”. Como si eso no fuera suficiente, celebran cualquier victoria, por pírrica que sea, en bares (otra vez) de neón con interminables shots de tequila. Claro, uno no pide que se sienten a analizar la obra de Milán Kundera, pero las disertaciones son sobre lo “rica” y lo “mamacita” que está tal novia de turno del grupo de alepruces en mención (consejo: esas escenas y diálogos déjenselas a Mad Men, no sean igualados).
La pareja protagonista y su historia de amor imposible es de lo más relamido y predecible. Está pegada con babas. No hay química entre actor y actriz. A eso súmele el personaje gay que aconseja a la protagonista cómo manejar la relación y cuyas líneas suelen ser: “Los hombres solo quieren sexo”, “¿te lo vas a comer?”, “uy, papacito rico”. ¡¡El gay es el que solo piensa en sexo!! Es una caricatura unidimensional. Me resisto a creer que estas nuevas generaciones, las que se suponen que nos van a defender de los bárbaros, paguen $60.000 por un “moccacino en leche de almendras con un muffin de blueberries” (no me lo estoy inventando, así pasa en una escena) y estén llenas de gente así de arribista y boba.
Consejo final, y de gratis, para cuando se les dé por volver a reencauchar clásicos: si saben que no van a dar la talla, escriban desde un principio todo en clave de ironía y reescriban a los personajes burlándose de ellos mismos: sus pequeños triunfos, sus grandes fracasos, sus relaciones pasajeras y sus adicciones a los celulares. Si esto lo hubieran hecho así para Manes, créanme que sería una gran pieza de humor negro. Si yo me reí viendo este adefesio tomado en serio, me lo gozaría el triple en forma de sarcasmo. Además, no estaría tratando de despedazarlo desde este espacio.