Maneras de ver
Opinión

Maneras de ver

Esta columna será mi voz, en coro con las mujeres que nos hemos negado a la subalteridad y me pregunto hasta dónde podré estirar la pita en un país intolerante

Por:
agosto 09, 2022
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Mucho se habló en Colombia de polarización y radicalización. Como malas palabras, se dicen con miedo, rabia o desdén, nos parece problemático tener opiniones radicales, confrontar a los demás y el trámite de las emociones negativas es tan difícil que nos tenemos que matar. Real o simbólicamente.

De la desaparición y muerte del otro en el plano real ha dado cuenta la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad. De la muerte simbólica hablan el escarnio público y el escarmiento social, y de la desaparición de los circuitos sociales o virtuales habla la muy bien ejercida cancelación. Nos haría falta, para entender la muerte simbólica, la creación de la Comisión para el Esclarecimiento de las Ideas y las Emociones.

Me invitan a participar en este medio -estoy feliz, y como soy una polarizadora nata me pregunto hasta dónde puedo estirar la pita en un país intolerante, donde opinar, es decir, expresar una manera de ver, es potencialmente mortal en cualquiera de los sentidos que planteo. Pero el silencio o mejor, el silenciamiento, en mi opinión, es el problema nodal y esta columna será mi voz, en coro con la de muchas mujeres como yo que siempre nos hemos negado a la subalteridad. Es nodal la mudez porque es el caldo de cultivo donde crecen toda clase de gérmenes excluyentes: el machismo, el racismo, el clasismo, el ideologismo, el purismo y el sectarismo entre la fauna común de nuestro medio.

La indolencia y la codicia son para mí la sangre y el azúcar de esa cajita de Petri que es Colombia. Fértil ha sido. Lástima. Parecieran independientes ese par de sustratos, pero no lo son: como hermanas cada una le sirve a la otra.

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Codiciosamente explotan ese valor de la abnegación que tan profunda y astutamente han asociado al ideal de la buena mujer, para obtener réditos en distintas tareas

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Miremos por ejemplo en el machismo: hombres y mujeres patriarcales necesitan y se lucran de los cuidados infinitos de muchas mujeres en la casa. Codiciosamente explotan ese valor de la abnegación que tan profunda y astutamente han asociado al ideal de la buena mujer, para obtener réditos en distintas tareas: la limpieza, la alimentación, la crianza, el apoyo emocional y el servicio sexual. Ya lo que aportamos las mujeres en la vida doméstica a la economía nacional está estudiado. Los datos hablan por sí solos de lo codiciosos que son machirulos y machirulas.

Indolentemente asisten impávidos, es decir, aprueban la violación sistemática de los DDHH de las mujeres, se resisten por ejemplo al uso del lenguaje incluyente, les parece normal y hasta necesaria la prostitución, machacan todavía ideales estéticos inalcanzables que nos desnutren la vida entera y como si fuera poco tenemos que estar agradecidas de cualquier cuota de poder, plata o gloria que nos “dan” para tenernos contentas.

Así que hoy empiezo a abrir la boca con la palabra lista para contar mi manera de ver muchas cosas en la vida privada y pública, desde la perspectiva de vieja sesentona médica y feminista, como amante incansable de mis maravillosos hijos (siempre), muchos hombres (no todos maravillosos, todo hay que decirlo), y los inefables caballos (estos todos, hasta los que me han tumbado), cuidadora sempiterna en virtud de mi crianza entre mujeres, mi formación profesional y mi voluntad inquebrantable. Sé que voy a estar a la altura de las expectativas, las mías, que siempre serán las más importantes para ser lo que considero crucial y he conseguido: ser una mujer libre.

 

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