En recientes declaraciones del excomandante paramilitar Salvatore Mancuso ante la Justicia Especial para la Paz (JEP) señaló la existencia de una campaña de terror que se desarrolló en muchas universidades de Colombia; la misma terminó con el asesinato de numerosos miembros de las comunidades universitarias, incluyendo a estudiantes, profesores y trabajadores de esos centros de educación superior.
Mancuso señaló la forma que adoptó el mecanismo de muerte que operó en las universidades. En ellas había quienes confeccionaron listados de las personas que había que asesinar. Se trataba de personas cuyos intereses se veían afectados por la conducta de estudiantes, profesores y sindicalistas. La manera que encontraron de salir de ellos fue convertirlos en objetivo de los paramilitares, acusándolos de ser guerrilleros o de tener nexos con las guerrillas. Posteriormente, los sicarios enviados por los paramilitares se encargaron de realizar los asesinatos, sin que ellos verificasen si los señalamientos tenían que ver o no con la realidad; sencillamente asesinaban según las listas que les entregaban.
Así pues, Mancuso pone en evidencia que alrededor del paramilitarismo hubo una simbiosis entre quienes señalaban a quienes había que asesinar, eso que en la cultura colombiana, tan vinculada a la violencia, se ha denominado “el sapo”, y quienes tiraban del gatillo; una división del trabajo entre el sapo y el sicario. Por diversas fuentes ya se sabe que dentro de la violencia colombiana muchas de las víctimas fueron personas inocentes, a quienes alguien, un “sapo”, etiquetó como “guerrillero” o “paramilitar”, para que alguno de los actores armados lo asesinase. Los motivos del sapo eran diversos, desde vengarse de quien le quitó la novia, hasta quedarse con los bienes de la víctima, pasando por cualquier otro motivo, baladí o no.
El “sapo” bien podía ser alguien prestante dentro de la sociedad. El caso paradigmático de este tipo es el del exsubdirector del DAS José Miguel Narváez. Sin duda que la víctima más conocida entre los asesinados bajo esta modalidad es el humorista Jaime Garzón, asesinado por paramilitares a órdenes de Carlos Castaño, luego de que Narváez lo convenciese de que Garzón era un peligroso subversivo. Sin embargo, Narváez ejemplifica a un tipo de sapo muy particular. Era profesor universitario prestigioso, docente en la Escuela Superior de Guerra y en otras universidades. Cuando al expresidente Álvaro Uribe se le cuestionó por haberlo nombrado en el DAS, respondió que por su prestigio como académico, evidenciado en el hecho de que poseía en su haber tres maestrías.
El empleo del sapo que señala personas para desaparecer o asesinar, también quedó en evidencia durante la llamada Operación Orión, cuando una fuerza conjunta de militares y paramilitares se tomó la comuna 13 de Medellín, en octubre de 2022, para desalojar a las milicias de las guerrillas que la controlaban. Hoy es icónica la foto que muestra a una persona encapuchada (un sapo) que va señalando las puertas de las casas donde residían las personas a capturar, asesinar o desaparecer. El resultado fue la desaparición de decenas de personas a quienes aún hoy buscan sus familiares. Se presume que se encuentran en la escombrera de Medellín.
Así, el sapo, quien etiquetaba a las víctimas como subversivos, guerrilleros o comunistas que debían ser asesinados, podía ser un informante extraído de cualquier barrio popular o un prestigioso académico, que desde las aulas universitarias aupaba a los sicarios a halar del gatillo. Uno y otro convencidos de que salvaban a Colombia del enemigo comunista.
Lo terrible es que lo que Mancuso cuenta no es algo del pasado. Hoy, en el marco de una creciente crispación política, es frecuente el descalificar al otro con la misma práctica y etiquetas de las que habló Mancuso. Hasta el mismo presidente de la república, Gustavo Petro, de quien Mancuso dijo era uno de los objetivos a eliminar por el paramilitarismo, señalados desde el DAS, es etiquetado como presidente guerrillero (aunque dejó la guerrilla hace más de 30 años), comunista o castrochavista.
Pero no solamente se etiqueta de esa manera a Petro; es frecuente que a cualquier miembro o simpatizante del progresismo se le etiquete como guerrillero, comunista, o subversivo. Incluso la calumnia va hasta niveles del absurdo, se les califica también, simultáneamente, como paramilitares y narcotraficantes, aunque se trate de la fuerza política que más coherentemente se haya enfrentado al poder del narcotráfico y el paramilitarismo. Se trata de convertirlos en la representación del mal para que parezca legítimo exterminarlos fisicamente. Y no falta el fanatizado que, alentado por estas etiquetas, se anime a tirar del gatillo.
En ese mecanismo reside parte de la explicación a la violencia que hemos padecido por décadas; y Salvatore Mancuso, en su condición de protagonista directo, narra con detalles cómo operó el mecanismo en el caso del paramilitarismo. Una razón más para que quienes le temen a que se conozca la verdad insistan en destruir la JEP.