Por fin Jack Torrance está en el lugar ideal para escribir su novela. Durante tres meses permanecerá aislado del mundo, en la cima de una escabrosa montaña, teniendo la cómoda tarea de cuidar un lujoso hotel deshabitado. Sobre el sitio en donde está asentada la inmensa edificación se tejen un montón de historias macabras. Decían, por ejemplo, que los indios le entregaban sus humos a los dioses oscuros y una expedición, atrapada entre la feroz nevada, tuvo que recurrir al canibalismo en un intento desesperado por sobrevivir. Sin embargo, sus 18 integrantes murieron despedazados entre las muelas de los otros. Si, el hotel Overlook no es el mejor lugar del mundo para permanecer un invierno, a no ser que estés loco.
Hay noches en que Jack no puede dormir. El pequeño niño que alguna vez fue su hijo, lo mira de la misma forma en que un dóberman escrutaría a un extraño. Ya siente que ha dejado de ser él. Y además está ella, la flaca de voz chillona que se parece a la esposa de Popeye. No hay forma de hacerle entender que el único diálogo que quiere tener es con la máquina de escribir, y con los riscos que cercan el hotel como si fueran cuernos, y con el barman que vio tantas fiestas y con O’Graddy, el histérico conserje que mató a sus hijas, y con la horrenda bruja que aún se moja en la bañera del cuarto 237.
La flaca de ojos saltones va botando la babaza detrás suyo, como si fuera un caracol viejo. “A los caracoles es mejor aplastarlos con la suela de la bota”, piensa Jack . En los pocos momentos de lucidez que todavía lo acompañan, llora de culpa al recordar el sueño que ha tenido. Está él, riendo como un demonio, sujetando de los pies a Danny, dándole vueltas en el estrecho corredor del Overlook, viendo como la cabeza de su hijo se estrella una y otra vez en el tapiz de las paredes. Ya despierto abraza al pequeño que tiembla, que tiene miedo porque ya sabe que su padre tiene el diablo en el cuerpo.
Considerada la peor película de 1980, El resplandor es una prueba más de la miopía de los críticos. Cinco años le tomó a Kubrick crearla. La década del 70 había sido dura para él. La cancelación de Napoleón fue un golpe bajo que ni siquiera una obra maestra como Barry Lyndon, realizada con los restos que habían quedado del naufragio de su proyecto soñado, pudo mitigar. Así que volteó a mirar para atrás y se encontró con que había hecho la mejor película de sandalias de la historia: Espartaco, la mejor de ciencia ficción: 2001, The killing, un thriller memorable y una comedia fantástica como Doctor Strange loved. Así que se encogió de hombros y pensó que era el momento para hacer una de terror.
Como lo único que no hacía en el desarrollo de la película era escribir, Kubrick elegía muy bien con qué guionista trabajar. Su primera opción fue adaptar The shadow knows la novela gótica de Diane Johnson. Seis meses le fueron suficientes para saber que la historia perdería la fuerza que tenía en el libro al ser trasladada al cine. Así que le cae en las manos, gracias a un productor de la Warner, El resplandor. Le bastó leer apenas 30 páginas para saber que esta era la historia que buscaba y sin pensárselo llamó a la misma Johnson para que juntos se sentaran a escribir el guion.
Aunque despreciaba a las estrellas, Kubrick sabía que Nicholson sería el único actor que podría irradiar en la pantalla toda la perversión que se anidaba en el espíritu de Jack Torrance. Sumiso y obediente se portó el hombre de la sonrisa satánica en todo el rodaje. Sus únicos caprichos fueron no trabajar cada vez que dieran un partido de los Lakers en televisión y fumarse todos los porros que encajaran en su pecho antes de pisar el plató. Kubrick, extrañamente, cedió.
A la que si le fue muy mal fue a la pobre Shelley Duvall quien no sólo se tuvo que aguantar los excesos de energía de Nicholson, sino el bombardeo sicológico de un manipulador profesional como era su director. El resultado se ve en la película: Duvall está siempre pálida, insegura, aterrorizada. No le teme a los demonios que se ocultan en el hotel, le teme al hombre gordo de barba que está detrás de la cámara.
El resplandor fue un éxito de taquilla inmediato y con los años se ha convertido en la película de culto por excelencia. El rostro enajenado de Jack mirando a través del roto que ha dejado su hachazo se ha convertido en todo un ícono cultural.
Treinta y cinco años después de su estreno tendremos la oportunidad de volverla a ver en una sala de cine, a partir del próximo sábado en las salas de Cinemark.