Mamá, soy racista de groserías
Opinión

Mamá, soy racista de groserías

Por:
mayo 20, 2015
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Decir groserías trae beneficios para la salud, según el psicólogo inglés Richard Stephens y yo estoy de acuerdo. Mas allá de que se usen bien o mal, en el sitio que es o en el que no, un madrazo alivia el dolor físico y el del alma, dicen los expertos.

Anoche, cuando veía un programa que me encanta pero en el que se dicen muchas groserías, mi hijo de diez años alcanzó a escuchar algunos diálogos y subió muy serio a la sala de televisión, se puso las manos en la cintura y me dijo: “¡Mamá, soy racista de groserías!”.Yo, que soy la peor para aguantarme la risa, solté la carcajada y él —muy serio— me dijo que eso no le daba risa. Yo realmente me reía de la expresión, no de la situación y así se lo expliqué. He sido muy enfática en educar a mis hijos en no discriminar a nadie, bajo ninguna circunstancia, sea cual fuere la condición del otro. Por eso, él encontró esa expresión y me motivó —de paso— a buscar sobre los efectos de las groserías.

Me tropecé con mucha información que habla de los beneficios de decirlas. Como me encanta ver las cosas siempre desde un ángulo distinto, y no necesariamente malo sino más bien divertido, ratifiqué que las malas palabras van acompañadas de salud y fuerza para quien las pronuncia.

Un estudio de la Universidad de Keele en Inglaterra, dirigido por el sicólogo Richard Stephens, dice que tras el análisis de género, edad y clase social —entre otros—, las mujeres resultaron ser las que menos dicen groserías y la gente de clase trabajadora la que más las utiliza.

No hablemos de machucón ni de esas situaciones en las que sabemos que decir una palabrota es más que un alivio. Encontré un artículo que tiene en cuenta y complementa la investigación inglesa, y habla de las razones por las que las groserías son, léanlo bien, ¡buenas para el alma!:

  1. Decir groserías le hace sentir menos dolor; tiene un gran poder analgésico.
  1. Lo hace sentir más fuerte.
  1. Que lo haga, no significa que usted es estúpido o ignorante. El estudio dice que decirlas no tiene nada que ver con el intelecto como muchos afirman.
  1. Decir groserías sirve como un gran mecanismo de defensa, de supervivencia. El experimento de la investigación de Stephens con estudiantes que sumergieron las manos en agua helada, demostró que lo que los hizo más resistentes fue maldecir y no mantener la calma.
  2. Las groserías le ayudan a sentirse mucho más resistente, lo hacen sentir como si fuera capaz de conseguir cualquier cosa. Lo hacen sentir mejor.
  3. Ayudan a enfatizar sus puntos de vista cuando el lenguaje formal no es suficiente; es ir al grano.
  4. Ser grosero significa que usted es una persona creativa, asegura el estudio. O que lo diga el muy conservador procurador Ordóñez quien con gran creatividad no encontró una expresión más adecuada para el presidente Santos que decirle “culipronto”. No es la peor; tampoco la más decente, pero debió sentir mucho alivio.

Groserías hay de todos los calibres, pero no hay un manual que diga cuáles ni cuántas son buenas por día. Lo que sí es claro es que la sociedad tiene sus normas, hay que cumplirlas, pero también hay que permitirse ser grosero cuando definitivamente es necesario… ¡Qué hij…! O como dicen los muchachos y con cariño a sus amigos: ¡Quiubo …vón!

¡Hasta el próximo miércoles!

 

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