Hace ya algunos años, cuando aún me encontraba activo en el ejercicio de la docencia escolar, me di a la tarea voluntaria de preguntarle durante dos semanas a niños y jóvenes sobre su deseo o no de estar en la institución educativa donde sus padres lo tenían matriculado. Ante el desprevino interrogante, todos sin excepción alguna, respondían no sentirse a gusto aunque valoraban algunas cosas del ambiente escolar que les tocaba asumir. La mayoría reconocía que tener compañeros, hacer amigos, contar con docentes “monstruos” (como suelen llamar hoy a los maestros que saben mucho o son íntegros), practicar algún deporte, salir al descanso e incluso tener la posibilidad de manejar dinero, eran los elementos más atractivos y de mayor interés en la vida de un colegio.
A muchos de ellos y de ellas, les pregunté además si eran felices en el colegio; algunas respuestas fueron tajantes: “si de mí dependiera, no volvería más”; entonces era cuando inmediatamente les interpelaba con un nuevo cuestionamiento, pensando que la respuesta era obvia: ¿te gusta estudiar? Para mi sorpresa, casi todos respondían SI.
El panorama parece confuso; ¿cómo puede gustarle el estudio a un grupo de alumnos que expresan abiertamente sentirse decepcionados de su colegio? ¿Cómo puede sentir agrado por los libros un estudiante que si de él o ella dependiera a la escuela no volvería más? ¿Qué es eso entonces lo que tanto incomoda y molesta a los futuros bachilleres de sus instituciones educativas? ¿Por qué tanto desencanto por el colegio? Estos son asuntos bastante complejos de analizar, y quizás este no es el medio para hacerlo con la profundidad que ello requiere; sin embargo, me permitiré hacer una serie de reflexiones que en su momento también pude compartir con aquel grupo de muchachos.
Nadie elige su escuela: Es el inicio de la frustración. Ninguno de nosotros ha elegido la escuela donde inició su proceso de formación educativa; proceso donde supuestamente el estudiante es el principal protagonista. Quizás bajo el slogan “hay que estudiar para ser alguien en la vida”, nuestros padres siguiendo una tradición cultural, histórica y social, se vieron en la necesidad de matricularnos en un plantel educativo sin nuestro consentimiento y libertad, simplemente porque “ya era el momento, ya era la hora”. Recuerdo que uno de aquellos chicos me dijo, “quizás si yo hubiera elegido mi escuela cuando tenía 6 o 7 años, las cosas hubieran sido diferentes aun sabiendo que dependía de mis padres”.
¿Por qué tan temprano?: Una de las cosas que más desagrada a los chicos en relación a “ir a la escuela” es precisamente las diarias madrugadas a las que se tienen que ver sometidos. Algunos son despertados desde las 4:30 am, hora en la que aún el cuerpo necesita seguir durmiendo para producir sustancias fundamentales para su funcionamiento. ¿Quién de nosotros no deseó no ir a la escuela con el objetivo de continuar descansando? No se niega la bondades de las primeras horas del día para efectos del aprendizaje; sin embargo, no es un elemento determinante de este proceso, como tampoco lo es el hecho de que para aprender se requiera madrugar.
“Todos a la Jaula, perdón al Aula”: La escuela no siempre ha sido como la conocemos hoy; en sus orígenes la relación enseñanza - aprendizaje estaba determinada por una relación armónica entre discípulo y maestro, donde el primero reconocía la sabiduría del segundo sin necesidad de mediaciones físicas. Para nosotros la expresión escuela inmediatamente está asociada a ciertas realidades, entre las que quizás se destaca el aula como ese lugar donde se supone se genera el conocimiento a partir de la relación que se pueda dar entre alumnos y docentes. Sin embargo, para muchos estar dentro de un salón, sentados por más de 7 horas es un atentado al cuerpo, a la concentración y a la libertad misma; de ahí que para muchos estudiantes dicho espacio se asemeja a una jaula que hace las veces de encierro y donde las expresiones “siéntese, haga silencio y ponga atención”, son los condicionantes necesarios y suficientes para garantizar que el ambiente es el propicio.
“Cuidado el rector y los profes me mandan a llamar”: Para Don Bosco, uno de los santos del siglo IXX que dedicó su vida a la juventud, la educación es un asunto del corazón, esto para determinar que la relación entre docentes y estudiantes ha de estar matizada por una alta cuota de emociones positivas y el afecto necesario para que el proceso de aprendizaje sea mejor. Los estudiantes saben que la escuela nunca podrá reemplazar el hogar; sin embargo esperan que si sea un espacio donde se goce de buenas relaciones humanas entre todos: rector, docentes, alumnos, y comunidad educativa en general. Que la verdadera autoridad de quienes la ostentan sea el amor, y el verdadero valor de quienes han de obedecer sea el respeto. Los chicos reconocen que a veces les hace falta tener un mejor comportamiento, pero igualmente perciben cómo el autoritarismo y la poca autoridad moral de directivos docentes y docentes es el común denominador para que se genere un mejor ambiente.
Como en el ejército…: Las largas jornadas escolares y la rigurosidad a la hora de cumplir un horario de clases, son también elementos que a veces terminan por cansar a los estudiantes. Algunos colegios como si se tratara del ejército consideran que la puntualidad y el estricto cumplimiento de las labores en determinados tiempos garantizan objetivos y logros en pro de una educación de calidad. La verdad sea dicha en relación a este aspecto y para ello cito textualmente: “esto parece el cuartel, imposible llegar uno, dos o tres minutos después; quizás el profe debería preguntarse por qué no queremos llegar puntuales a su clase o por qué desearíamos que su clase termine más temprano”.
“No un poco de todo, sino todo de un poco”: Los estudiantes también se quejan de aprender muchas cosas someramente, las cuales la gran mayoría se olvidan con el pasar del tiempo. Y se peguntan sobre por qué no aprender y profundizar sobre aquellos asuntos que más llamen la atención a cada uno. Son conscientes que la educación personalizada es muy costosa, pero también creen que se pueden proponer otras alternativas en las cuales no se sientan que la uniformidad sea lo que más importe a la hora de enseñar y aprender.
El acoso por punta y punta: Hablar de acoso escolar (sin americanizaciones verbales) parece que está a la orden de día. Y sí, quizá es “la cereza del postre” junto con los malos resultados académicos que estudiantes obtienen o la presión enorme que poseen para no quedar mal a la hora de sacar adelante sus asignaturas y responderle así a sus padres. Tal vez todo hace parte de una misma realidad, en palabras de Jaime (nombre ficticio) “todo sería tan diferente si nos sintiéramos bien en el cole, y para sentirnos bien muchas cosas han de cambiar; de esa manera no habría acoso entre unos y otros, nuestra relación con los docentes sería afable, y sobre todo nos daría mucho gusto estar acá”.
Consideración final.
En el Facebook permanentemente publican una frase que se atribuye a Einstein: “¿Cómo obtener diferentes resultados si siempre hacemos lo mismo?”. La frase viene bien a la hora de preguntarnos cuál podría ser la solución de este problema que aparentemente puede ser ajeno a nosotros, sin embargo si nosotros hubiéramos tenido la oportunidad de no volver más al colegio ¿lo hubiéramos hecho?