¿Los niños quieren pollo? Mi hermano Silvio miró a mi hermana Mariana que es la mayor. Mariana respondió que no, mamá, no gracias, no tenemos hambre, y nuestra madre siguió con la bandeja repartiendo entre los invitados unos muslitos de pollo que nosotros cuatro miramos como cuando vemos una bicicleta que nos gusta y se aleja calle abajo. Yo quería decir que sí, que qué rico un muslito, con papitas y la salsa con miel, hasta dos, pero mamá cuando dice sus advertencias es de tener cuidado. Habían llegado los Sáenz, el papá y la mamá, y sus hijos Luis que es mi amigo, y Ana y Lucía que juegan a las muñecas con mis hermanitas, y a mi mamá, por lo visto, todo eso la tomó de sorpresa porque a mi papá le dio dizque por invitarlos a almorzar y los Sáenz ni cortos ni perezosos que si que gracias y mi mamá nos dijo muy clarito que cuando pasara con la bandeja que dijéremos que no queremos, que no tenemos hambre, y así el pollo alcanza para los invitados. La que me daba cosita era Sandra, mi hermana chiquita, que miraba los platos con una gana espantosa. Lo peor fue después, cuando mamá llegó con el flan de caramelo con leche condensada que ella nos hace los domingos y que siempre devoramos como si fuéramos tigres, y nos dice a los cuatro, mirando a Mariana, con el dedo levantado como cuando ella formula sus sentencias, que ya que no comimos pollo, pues que como castigo no hay postre. Ese día no comimos ni pollo ni flan, y ahora debemos tomar caldo de verduras. Mamá nos amenaza hoy diciendo que a quien no toma caldo, se le dan dos tazas.
Mamá no hay sino una, afortunadamente
El escritor Manuel Mejía G. viene a llenar la tarde hoy de letras y microcuentos.