Quiero, con la anuencia de este acreditado espacio que gentilmente ha abierto sus puertas a todos los que ejercitamos el honroso oficio de la pluma en él, escribir algunas líneas sobre lo que considero que ha sido el más desaguisado referente dado en toda la historia de la Navidad sobre el Niño Dios, explícito en un herético villancico avalado por el cantoral católico cuyo nombre ondeo en la titulación de este discurso dedicado al análisis de su letra controversial.
Comencemos, pues, desglosando sus primeros versos: "Mamá, / ¿dónde están los juguetes? / Mamá, el niño no los trajo…". Aquí se evidencia claramente el reclamo de un hijo acongojado al que se le niega toda posibilidad de acceso al más misérrimo de los regalos, lo que indica una remota precariedad de su progenitora, o una eventual negligencia de su parte, o, lo que es más seguro, una privación al niño conducida por un chantaje materno que busca resarcir su mal comportamiento.
Pero lo inconcebible del caso radica en la inesperada respuesta que la susodicha concede al pequeñín, en la que inculpa al Niño Dios por su supuesto incumplimiento en el pedido, ocultándole a su hijo la verdadera causa de su despecho prematuro. En ella, sin embargo, no lo acusa del todo, pues le atribuye una actitud distractora justificándolo así: "...¿Será que no vio tu cartica, / que pusiste en la noche / sobre tus chancleticas...?". Hasta aquí es posible que no le haya dado su conciencia para imputarle al Niño Dios un pliego de cargos mayor.
Aun así, no deja de incrementarse la angustia del infante, quien no vacila en recordarle a su madre cómo aquel bebé del pesebre no manifiesta sesgo alguno de amor por él, por lo que muy consternado aduce: "...Mamá, / hoy me siento muy triste. / Mamá, el Niño no me quiere...".
Frente a la anterior encrucijada, supongo que no debió de quedarle otra alternativa a la madre, aun cuando no lo ameritara la inocencia de la criatura, que la de desengañarla de esa dulce farsa en la que por siglos ha incurrido la mayoría de padres en el mundo, consistente en esperar todas las madrugadas del veinticinco de diciembre a un Santa Claus cargado de dádivas para sus pequeños, unas de poca monta y otras muy suntuosas, según las capacidades de pago adquiridas con el anciano del trineo.
Sin embargo, no actúa así; por el contrario, decide acrecentar aún más la confusión del inocente atizando su recargada mixtura de rabia, tristeza, odio, amargura y dolor con una frase un tanto intimidatoria: "...¿Será que tú hiciste algo malo / y el niñito lo supo, / por eso no los trajo...?".
Creo que el concepto de mezquindad ha de incubarse en mentes como la de este o de cualquier otro chamaco que se haya topado en su primípara vida con tan ácida experiencia, amén del sentimiento de culpa sembrado en su virgen conciencia todavía en formación.
Considero que la madre pudo haberle puesto coto al trauma sicológico generado en su hijo con tan solo concienciarlo de la cruda realidad. Pero en su intransigencia por dejar mal plantado al Niño Dios, insiste en algo peor: "... Mi amor, / ya no te sientas triste; / mi amor, / si a tu lado me tienes...". Como queriendo decir: "Tranquilo, allá él con su tacañería y ruindad".
Sin embargo, no le cierra del todo la posibilidad a su hijo de que para el año venidero pueda ser incluido en la lista preferencial del Niño Dios, afirmando: "...Y así / esperaremos juntos, / rezaremos al cielo / hasta el año que viene".
Al menos no en la anterior estrofa, y gracias a un destello de piedad de su autor, la mujer no intentó albergar en su hijo resentimiento alguno contra el Niño que lo desdeñó, lo que sin duda se convierte en un minipaliativo para su herida surcada con anterioridad, pero que ya no surtiría efecto alguno de reversión.
Por ello sería conveniente revaluar la letra de este texto que ha logrado desestabilizar el equilibrio emocional de buena parte de nuestros niños, que hoy conciben, gracias a esta tragedia vestida de canción a un Niño Dios potencialmente ruin, excluyente y selectivo, cuyas tachas, hasta donde he leído, solo se han anidado en la retorcida mente de su intangible padre biológico.
Finalmente, ¿se ha preguntado alguna vez, amigo lector, cuál ha sido la causa de ciertos suicidios infantiles?