Al principio, cuando llegó en una moto con el pelo teñido de negro y gafas oscuras para burlar el cerco policial y al enjambre de periodistas que lo seguía día y noche, creyó que se quedaría máximo un mes en la embajada ecuatoriana, mientras las aguas se calmaban. Acababa de perder su lucha legal contra su extradición a Suecia por la acusación de violación que le hacían dos mujeres. Ecuador le dio asilo político pero la espera se alargó demasiado: siete años para ser exacto.
La embajada ecuatoriana, ubicado en la calle Hans Crescent en el exclusivo sector de Chelsea en Londres, tiene 200 metros cuadrados de los que Assange sólo ocupaba una oficina de 20 metros cuadrados que habían adecuado como su habitación. Los primeros seis meses los durmió sobre un colchó inflable que después fue reemplazado por una cama. El cineasta Ken Loach le donó una máquina para correr y la propia embajada le proporcionó una máquina de luz ultravioleta para compensar la falta de luz solar. Pero nada fue suficiente. Producto del encierro las viejas enfermedades y los viejos traumas volvieron a aparecer.
Su mamá, Christine Ann Hawkins se volvió a casar por segunda vez cuando Julian era un niño con un miembro de la secta La familia. Desde esa época viene su costumbre de pintarse el pelo de blanco y sus problemas alimenticios: el niño era sometido a intensos ayunos que lo tuvieron más de una vez al borde de la muerte y prematuros problemas de tensión que han volvieron a aparecer en los últimos años.
Ninguna ventana se abre en Hans Crescent. Todo el tiempo está el aire acondicionado encendido y Julian, al que le gusta pasearse en calzoncillos por la embajada, le molesta el frío. En el 2015 le diagnosticaron severos problemas de presión arterial pero ni así el gobierno ecuatoriano cedió a sus exigencias. A Assange la vista empezó a deteriorarse. No podía enfocar bien, no podía leer libros. No solo era el encierro, eran las horas frente al computador manteniendo viva la llama de WikiLeads, su lugar en el mundo.
Dos veces por semana venía un entrenador de boxeo para ejercitarse durante horas. Un día dejó de venir y dejó de usar la caminadora y sus únicos ejercicios eran andar en una patineta por el parqué de la embajada o golpear sus paredes con un balón de fútbol. El cambio de actitud que supuso la llegada al poder de Lenin Moreno hacía inminente que Ecuador le quitara su asilo y lo entregara a Scotland Yard. Assange, rebelde, empezó a comportarse como el peor de los huéspedes. Dejó de bañarse e incluso cubrió las paredes de su cuarto con heces. El olor era irrespirable. Él que en algún momento fue considerado un miembro más del cuerpo diplomático, empezó a ser visto con resquemo. En la cocineta improvisada donde preparó pasteles de carne para visitantes tan ilustres como Lady Gaga, Yoko Ono o Pamela Anderson, quitó el extractor de olores lo que convertía la atmósfera del lugar en algo irrespirable. Los pulmones, afectados por viejas dolencias, empezaron a trabajar mal. Además, el estrés no ayudaba y empezó a tener problemas en sus pies. Por eso, cuando el pasado jueves la policía lo sacó a rastras su apariencia había cambiado dramáticamente. Parecía un anciano y no un hombre de 47 años.
Además estaba el insomnio. La embajada está ubicada al lado de una de los sucursales de Harrods. Cada noche la descargada de mercancía y las piedras que un visitante misterioso arrojaba a la ventana de su cuarto que colindaba con la calle hacían irreconciliable el sueño.
En los últimos ocho meses, con la abierta hostilidad del personal diplomático del gobierno de Lenin Moreno, la situación dentro de la embajada se tornó infernal. Le quitaron internet y lo vigilaban día y noche con cámaras de seguridad y micrófonos. Él, paranoico inveterado, empezó a hacer todas sus necesidades sin abandonar su cuarto. La entrega a Scotland Yard no es más que el último acto de rechazo del Ecuador de Moreno al enemigo número 1 de Estados Unidos.
Ahora, encerrado en un calabozo, mientras Anonymous anuncia un ataque global, Assange pide atención médica pero no se la han dado. Los días pasan y su salud empeora al mismo tiempo que su prestigio aumenta en todo el mundo.