El chiste más repetido y celebrado en El Chavo es el de un señor desempleado pegándole coscorrones a un niño. A algunos esto no sólo les daba gracia sino que también les despertaba ternura. Pobre Don Ramón, ¿con quién más iba a desahogar su frustración que con un niño de la calle? Y los golpes eran mínimo uno por capítulo. Además el Chavo, sin acceso a la educación, sin casa, podía ser feliz. Era la romantización absoluta de la pobreza en Latinoamérica. Lo malo no es ser pobre, lo mal realmente es no agradecer las torticas de jamón que de vez en cuando el niño rico del barrio le regala.
El Chavo ha envejecido mal, como todos en este continente y qué bueno sería que los problemas de derechos entre sus hijos y Televisa, que derivaron en la salida absoluta del aire en los 20 países donde todavía se transmitían, sea permanente. Basta ya de ver a un panzón con portafolio, rentista absoluto, siendo visto como el bueno del paseo, el que es capaz de llevar a un pobre niño de la calle a un paseo en Acapulco y con esto pagar todas sus penas como acumulador.
Desde 1971 hasta acá, cuando empezó a emitirse, seguimos siendo mentalmente los mismos, entonces una mujer que no se casa y que vive sola en su apartamento necesariamente debería ser una bruja amargada que busca desesperación echarle el guante a cualquier hombre que decida casarse con ella y hacerla esposa. O el maestro Jirafales quien acostumbra a someter a sus alumnos a castigos corporales y además se acuesta con las mamás solteras de sus alumnos, debe ser un ejemplo de rectitud.
Entiendo que estos no eran problemas hace 50 años, pero lo triste es que hayamos avanzado como sociedad y nuestros niños se hayan quedado con esos valores trasnochados, con la normalización del abuso infantil y creer que se puede ser muy feliz durmiendo en un barril sin pedir nada a cambio.
