“¡Gaitán, Gaitán!” se gritaba mucho por allá en los años 40s, el defensor de los desgraciados, el defensor de los nadie, logró entrar en el foco político cuando se ofreció a defender a las víctimas de la masacre de las bananeras de 1928.
Trabajó con ellos para lograr una reparación monetaria para sus familias, gesto de gran recordación en ese entonces.
Los liberales, de inmediato, supieron que aquel hombre de rasgos comunes, de rasgos del pueblo podría ser una ficha sumamente importante para luchar por un puesto de importancia representando la bandera liberal.
“¡Gaitán, Gaitán!” gritaba a viva voz la masa emocionada escuchándolo, era incomparable, era memorable. Su enjundia era representada por su talante, por su coraje, podría decirse que su vida estuvo marcada por eventos tortuosos de una vida con pocos acomodos.
Como la situación que vivió en su primer intento por crear un pequeño despacho en un resquebrajado y viejo edificio del centro. Rentaba las sillas y el escritorio de su oficina por días, esto para darle cierto toque elegante a su pequeña oficina.
Gaitán elegía siempre defender a los desvalidos, a los pobres, tal vez para crearse un nombre dentro "los nadies" o por un gran corazón que pronto lo dejaría pobre, pues este a menudo ofrecía sus servicios gratis. Pronto no tuvo con qué pagar para seguir rentando sillas y escritorio.
¡Gaitán! Los profesores nos enseñaron vagamente su historia y por supuesto su muerte, sin embargo ¿Qué sabemos hoy de él?
El alcalde de Bogotá, por allá en 1936 y su deseo por rescatar la belleza capitaliza, reparar edificios, pintar casas (bajo una paleta de colores específica), sembrar árboles a lo largo de las calles, incentivar al trabajo comunal al deber cívico.
Era afamado el alcalde Gaitán por la mayoría capitalina, encontraba formas para implementar programas con corto presupuesto, salvar bienes adquiridos por otras administraciones e implementarlos, estudios para acueducto. Pero algo pasó para que todo esto se viera enlodado, pues Gaitán fue destituido de su cargo para el siguiente año.
Había una consigna clara para la administración de Gaitán, se podría decir que su objetivo era modernizar aquella resquebrajada ciudad, "modernizar" en parte fue reemplazar la ruana y alpargatas por zapatos y abrigo al estilo europeo, en primera instancia para trabajadores de empresas públicas, taxistas, carteros, conductores, entre otros.
Esto representó ser el primer factor impopular para la administración, es caro vestirse así, era incómodo, no trabajo para mostrar, entre otras frases que justifican seguir con su cotidianidad cuando se refiere a la vestimenta.
Sumado a tal inconformismo llega la lucha con los taxistas que representaban ser el hito de la modernidad capitalina y que con el tiempo se fue convirtiendo en un servicio selecto y por ende carísimo. Gaitán de inmediato con sus asesores impuso que se establecieran debidamente unas "tarifas justas", con un medidor regulador (taxímetro) y por supuesto la exigencia de uniformar con base a cumplir con la "presentabilidad", la prensa irrumpió ante la última exigencia pues decían que es "un abuso de libertades civiles", sufriente tenían con las regulaciones impuestas.
Esto terminó de estallar la indignación de los conductores que entraron a paro el 8 de febrero de 1937.
El paro taxista fue grande, amenazas con detener camiones que contenían alimentos a la ciudad, destruir almacenes comerciales y rumores de que los conductores de tren se unirían resultaron en la inmediata destitución de Jorge Eliécer Gaitán como alcalde de Bogotá.
¿Un mal administrador? No lo creo en absoluto, esos que tildan de esa manera son aquellos que se lanzan a contribuir a un cambio, que si bien las mayorías no estarán de acuerdo con la diferentes medidas, si es importante visualizar aquella voluntad por trabajar en pro de la ciudadanía.
Téngalo por seguro que los corruptos siempre sabrán andar por encima del bien y del mal.