Todo proceso de colonización tiene su dimensión militar, política y económica, pero también cultural. Y en el caso de la cultura patriarcal, es esta dimensión la que nos interesa discutir, escudriñar desde hace un tiempo.
¿Cómo han sido las operaciones que la humanidad ha hecho para que un mundo en el que las deidades eran femeninas, las mujeres valoradas por sus grandes aportes a la vida, hayamos pasado a ser estos seres inferiores que merecen ser tratadas como menores de edad y servidumbre?
¿Cómo se construye un sistema de creencias que logra que mucho más de la mitad de la humanidad pase a no merecer los mismos derechos y libertades que los patriarcas? Hablo de las mujeres y los hombres que no cumplen con los estándares de violencia, fuerza, insensibilidad y competitividad que la cultura les manda.
Es un estudio fascinante emprendido por fortuna por cada vez más personas de todas las vertientes científicas. Nosotras en nuestros caminos, recorriendo este país, hemos ido detectando al menos dos tipos de imaginarios socioculturales que justifican las violencias patriarcales:
- Los naturalizantes: Pueden provenir del sentido común, como aquellas afirmaciones de que las cosas han sido y seguirán así porque la naturaleza nos hizo a unos superiores y a otras inferiores. Pueden también venir envueltos en argumentos científicos como el peso del cerebro, los genes, las hormonas, la predisposición a dominar de los machos de la especie y de las hembras a ser dominadas. Los hombres son cazadores, depredadores, violentos, violadores por naturaleza
- Los sobrenaturalizantes: Porque Dios así lo ha determinado o querido. Y aquí Dios puede ser cristiano, musulmán, judío o cualquier otra denominación, como deidades de los pueblos originarios en América y otros continentes. Este argumento está sorprendentemente presente en el discurso del llamado “Monstruo de Austria” y en el humilde campesino que en Buga embarazó seis veces a su hija: “Está en la Biblia que las hijas pertenecen a sus padres, Dios manda a que nos sirvan y complazcan”.
Derivados de los anteriores vienen los demás:
- Los de propiedad: “Eres mía o de nadie más”. “Ella ya tenía dueño”
- Los de inferioridad, incapacidad, minoría de edad: A las mujeres hay que controlarlas, aconductarlas, disciplinarlas. Deben agradecer que les damos participación, Deben ganar menos, No les damos paridad en el Congreso
- Los de malevolencia: Las mujeres son perversas, las niñas son provocadoras, seductoras, pecadoras. No hay peor patrón que una mujer. No hay peor enemiga de las otras mujeres, no hay peor machista, no hay peor… que una mujer.
- Los de masoquismo: A las mujeres les gusta que les peguen y las maltraten, las mujeres se buscan la vida maluca, Las mujeres defienden al maltratador.
- Los de incompletud: Somos medias naranjas. Para realizarse una mujer, necesita un hombre al lado. También opera al contrario: Sin ti me muero, Un hombre solo o soltero es sospechosos.
- El amor es dolor, control, celos. Las mujeres deben sacrificar todo por amor a su familia.
Muchos más imaginarios de estos y otros tipos subyacen en las manifestaciones diarias de violencias: En los golpes, patadas, cuchilladas, empujones, ácido en la cara, mutilación de sus cuerpos, insultos, humillaciones, aislamientos, controles a sus cuerpos, sus celulares, sus redes sociales, relaciones, conversaciones, manoseos, acoso callejero, en buses, en rumbas, en sus casas, en los colegios y universidades. También son los argumentos de los honorables congresistas para sepultar de nuevo el derecho a participar en igualdad en la conducción del país. Y en los pastores y sacerdotes que predican resignación y sumisión y se atreven a condenar las decisiones sexuales.
Por toda esta carga cultural, que se transforma pero no desaparece y ha hecho infelices a tantas generaciones de mujeres y hombres, es que vale la pena seguir diariamente intentando descolonizar cuerpos, mentes y relaciones y atrevernos a retar las maneras de pensar, sentir, actuar y coexistir.
Hoy en Cali, decenas de hombres saldrán con nosotras a las calles y al transporte masivo a expresar su rechazo a las violencias machistas y su derecho a ser otro tipo de hombre y relacionarse de otras maneras con el mundo.
Y decenas de servidores y servidoras públicas estarán en las rutas del sistema de transporte hablando de sus servicios para restaurar los derechos de las mujeres víctimas de violencias.
Y muchas mujeres estaremos hoy, como hace siglos, poniendo nuestras voces, nuestros cuerpos y nuestra vida al servicio de esta descolonización lenta pero vital de una cultura de la infelicidad, la desigualdad y la inequidad que legitima y normaliza aquello que jamás debimos ser como humanidad.