Con solo 11 años tenía que esconder sus cuadernos bajo su largo y grueso chaúl y caminar hasta su escuela con un miedo que le helaba los huesos. No usaba uniforme porque nadie debía darse cuenta a dónde iba, incluso debía usar ropa oscura para no enojarlos.
Un día cualquiera de esas travesías escuchó a un hombre decir que la iba a matar. Aceleró el paso con un miedo que por poco la paraliza y cuando miró hacia atrás el hombre venía detrás de ella. Un par de cuadras después, llena de zozobra esperando el impacto que acabaría con su vida, se dio cuenta que el hombre estaba hablando por teléfono y se sintió aliviada porque estaba amenazando a alguna otra persona. Como ese día repitió muchos cuando su ciudad natal en el valle Swat en Pakistán, en 2007, fue tomada por los talibanes, una odisea que no quiere que las mujeres afganas tengan que repetir.
Malala y su familia desafiaron la prohibición impuesta por los insurgentes que impedía que las niñas fueran al colegio. Y ella decidió además, como si ya no fuera suficiente desafío, buscar una forma de contar lo que estaba viviendo. Empezó a escribir un blog, bajo el seudónimo de Gul Makai (flor de maíz en urdu), que contaba con un lenguaje natural, cotidiano y sobre todo propio de una pequeña, las atrocidades cometidas por los insurgentes. Publicó su primera entrada el 3 de enero de 2009 y cubrió las actividades militares en Swat Valley, incluyendo la destrucción de más de 100 escuelas para niñas y el cierre de la suya.
“Hoy me levanté tarde, a eso de las 10 de la mañana. Antes de la operación militar solíamos ir de picnic los domingos. Pero ahora la situación es tan mala que no hacemos un picnic hace más de un año y medio. (…) Hoy hice tareas del hogar y jugué con mi hermano. Pero el corazón me latía rápido porque mañana tengo que ir a la escuela” contaba la pequeña.
Sus publicaciones salían bajo la BBC y su padre le contaba con un orgullo incontenible que alguien le llevó una copia impresa del diario diciendo lo maravillosa que era la participación de esa niña anónima que contaba lo que nadie se atrevía a contar. Su padre sonrió pero ni siquiera podía decir que eso lo había escrito su propia hija.
Para marzo de 2012 sus textos estaban en boca de todos y su identidad fue revelada. Cinco años después de su primera publicación, los talibanes intentaron matarla por alzar la voz sobre su derecho de ir a la escuela.
El 9 de octubre hombres armados entraron a su autobús escolar y preguntaron por ella con nombre propio, segundos después abrieron fuego contra Malala hiriendo también a sus amigas Shazia Ramzan y Kainat Ahmed en la localidad de Mingora. Malala fue alcanzada por dos balas. Posteriormente un portavoz talibán se atribuyó la autoría del atentado en una agencia de noticias: “Era joven, pero estaba promoviendo la cultura occidental” y eso bastó para firmar una sentencia de muerte.
En los días posteriores al ataque, Malala permaneció inconsciente y en estado crítico, pero más tarde su condición mejoró lo suficiente como para que se la pudiese enviar al Hospital Queen Elizabeth de Birmingham, (Inglaterra), para rehabilitación intensiva.
Toda su historia le valió para transformarse en un fenómeno mundial en favor de los derechos humanos. Desde siempre ha sido una fiel activista por el derecho a la educación de las niñas y bajo esa lucha, en mayo de 2014, se le concedió un doctorado honoris causa de la University of King's College de Halifax, Nueva Escocia.
Y ese sufrimiento en el que se veían reflejadas miles de niñas bajo el régimen Talibán le terminó entregando el Premio Nobel de Paz de 2014, compartiendo esta distinción junto con Kailash Satyarthi, por su lucha contra la supresión de los niños y los jóvenes y por el derecho de todos los niños a la educación.
En 2020, en plena pandemia, se graduó en la Universidad de Oxford en Filosofía, Política y Economía como estudiante en Lady Margaret Hall, una facultad de la universidad.
A Malala ver ahora cómo las mujeres afganas se tienen que guardar en sus casas con temor por sus vidas y por sus futuros bajo el mandato de los talibanes, le recuerda esa vida que no quiere repetir y quiere seguir en esa lucha por ellas.
A pesar de que algunos miembros de los talibanes han dicho que no le negarán a las mujeres y las niñas la educación o el derecho al trabajo, los antecedentes de de reprimir violentamente los derechos de las mujeres hacen que los temores de las afganas sean bien fundados. Ya hay reportes de estudiantes que han sido rechazadas por sus universidades y trabajadoras expulsadas de sus oficinas. Un viejo problema que apenas comienza.
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