Hace pocos días, mientras realizaba mi lectura de El Espectador, como suelo hacer cada domingo por la mañana, me encontré con el siguiente titular: “Las mafias de la alimentación escolar”. Alcancé a imaginarme todo tipo de cosas, pero no subestimé lo suficiente la honradez de los funcionarios públicos de este país.
Decía en este mismo artículo, que el Programa de Alimentación Escolar fue creado por el gobierno hace unos años y tenía como propósito garantizar la nutrición adecuada de ocho millones de estudiantes de escasos recursos en 13,000 colegios y escuelas colombianas. Programa al que este año el gobierno destinó casi un billón de pesos de su presupuesto. Su diseño era correcto, así que con un conocimiento básico en administración de recursos habría podido llegar oportunamente a los lugares dónde era requerido su cubrimiento. Si las cosas se hubieran llevado a cabo de esta manera, el programa habría obtenido resultados positivos, no solo en la adecuada alimentación de los niños, sino también en su desempeño académico. Pues una buena alimentación es clave para el desarrollo cerebral y cognitivo durante la primera infancia.
Sin embargo, entre funcionarios, exfuncionarios y contratistas se apropiaron de esta iniciativa del gobierno. Y, en vez de trabajar por su país, por la reducción de la pobreza, las brechas y las inequidades, decidieron robarse la plata. Al parecer, estaba mucho mejor invertida dándole lujos a los funcionarios que alimentando ocho millones de niños colombianos. ¿Cómo pueden el individualismo y la codicia llegar a estos extremos? Y aún más, sabiendo que según la Organización Mundial de la Salud, la desnutrición está asociada con el 45% de las muertes de niños menores de cinco años. ¿Por qué los ciudadanos permitimos estas faltas ?
La noticia me desanimó como colombiana y la verdad, es que llegó a tocarme de una manera personal. Soy estudiante de medicina y he pasado el ultimo mes leyendo acerca de la desnutrición. Pues escogí de una manera muy poco aleatoria el Kwashiorkor como tema de mi presentación para el final del semestre. Es un tipo de desnutrición que pocos han oído, pero estoy segura que muchos han visto, porque es esa patología que le fascina mostrar a los medios. Estoy hablando de esos niños cuyas extremidades se ven casi en los huesos pero que tienen una barriga que es desproporcional para el resto de su cuerpo. Y no, no están llenos de lombrices como coloquialmente se cree, sino que el no recibir un suplemento alimenticio adecuado causa en estos niños una inflamación del hígado y simultáneamente una retención de líquidos en el abdomen. Si para usted lector es incomodo tener los pies hinchados cuando se va de vacaciones a tierra caliente, imagínese lo que es para estos niños tener ese edema constante en su barriga.
A lo largo de la investigación, desarrollé lo que se podría describir como una pasión por esta enfermedad. Puesto que es de las pocas que puedo decir con certeza que su solución no se me sale de las manos. Como parte de la investigación, debíamos describir algunos determinantes sociales de la salud relacionados con la enfermedad. En este caso, encontré que un bajo ingreso económico, sumado a condiciones de vivienda precarias, falta de acceso a la educación y una mala cobertura por parte de los sistemas de salud son los determinantes claves del desarrollo y posteriores complicaciones del Kwashiorkor. Sin embargo, concluí que todos estos determinantes sociales podían rastrearse hasta una causa primaria: la mala gobernanza. Un gobierno que brinda cobertura a medias, que distribuye sus recursos de manera inadecuada, en el que existe corrupción e inestabilidad política, es un gobierno que hace su territorio mucho más propenso a condiciones de violencia y conflicto. Es un gobierno que inevitablemente hace que en su país surjan condiciones de hambruna y otros innumerables tipos de inequidades en salud.
Lo realmente inquietante de esta conclusión, es que mientras escribía mi reporte llegué a ella en términos abstractos, simplemente analizando datos y estadísticas epidemiológicas de diferentes regiones. Todo, sin darme cuenta de que cada una de las cosas que estaba describiendo tenía una perfecta ejemplificación en mi país, Colombia. Sin embargo, después de haber escrito esto en la cúspide de mi indignación, vuelvo a una de mis ideas anteriores. Este tipo de desnutrición, dado su alto componente económico y social, es una de las pocas enfermedades cuya solución no se me sale de las manos. Ni a mi, ni a ningún colombiano. Escribo esto como una invitación, a que participemos en nuestra democracia, a que tomemos decisiones informadas y no nos dejemos llevar por el pensamiento ilógico de que un voto o una opinión no cuentan. Finalmente, la labor del gobierno es trabajar para nosotros, quienes los elegimos, y son sus políticas públicas las que tienen un mayor peso en la solución a enfermedades como la desnutrición. Pero es importante recalcar que es nuestro deber escogerlo de la mejor manera y no ser indiferentes frente a las condiciones precarias en las que viven los habitantes de varias regiones de nuestro país.
