Según ONU Mujeres, faltarían 3 siglos para eliminar la degenerada brecha de género; cada 8 de marzo celebramos algunas gestas, pero debemos apremiar el 18 de septiembre: Día Internacional de la Igualdad Salarial.
Quizás reconozca a Roberto Carlos por “Un Millón de Amigos”, título que recobró fama durante la emergencia de Facebook; pero esa empresa, tal como las demás, perdió adeptos por las prácticas anticompetitivas, los recurrentes despidos y las externalidades negativas que sustentan sus negocios.
Igual, dimitir no es opción desde que el neoliberalismo bloqueó al Estado de Bienestar, y los derechos fundamentales nos hicieron «ghosting». Mal de muchos, consuelo de tontos, si Usted no se ha victimizado, probablemente algún conocido suyo repita “también a mí me pasó” o “para qué vivir soñando”, tal como aquel cantante interpretaba en “Aunque Mal Paguen Ellas”.
Aquí nos referimos a las empresas, pues cada incremento del mínimo reactiva el drama, el poder adquisitivo no crece y la inequidad continúa extinguiendo a las clases medias. Por eso, como contraprestación, los despechados legitiman la renuncia silenciosa, o racionalizan su desempeño, tras evaluar el costo-beneficio de su trabajo-salario («acting your wage»).
En contraste, hay soberanos como Elon Musk, quien terminó abruptamente una relación contractual, y se fue con otra ciudad, para cobrarle a una Corte de Equidad la censura del paquete con el cual pretendía convertirse en el presidente mejor pagado de las empresas que cotizan en bolsa.
La cifra era tan descarada como la de cualquiera de los CEO de las mejor valorizadas, aunque sean nocivas, pues multiplica por cientos el promedio devengado por sus empleados y la población. Convengamos que tanta riqueza acumulada les permitiría renunciar a parte de su remuneración, y a la elusión en sus declaraciones tributarias, pero no lo hacen.
Por eso, además de acrecentar su deuda con la sociedad, contribuyen a la reforzar la decadencia salarial que contagió a cada sector. La banca, verbigracia, liquidó Bonos de Éxito gracias a los rescates de La Gran Recesión, y las farmacéuticas produjeron otro «apartheid», según la OMS, mientras capitalizaban La Pandemia.
Avanzando en conclusiones, la meritocracia globalizó la degradación de las metas, la corrupción de las estrategias y la manipulación de los reportes, según escrutó “Pay without Performance” (Harvard University Press, 2006). Y enterrando a la justicia social y la paridad económica, en 2013, desde un intocable paraíso fiscal, los suizos rechazaron cierto referendo convocado para regular un salario máximo, equivalente a 12 veces el mínimo.
Una década después, los accionistas de Apple pecaron al validar una solución parcial y sintomática: rebajar 40% la compensación de su CEO, hasta $49 millones de dólares (SEC, https://t.ly/WNrpp, 10/3/2023), pues la concentración de la propiedad típicamente blinda los conflictos de intereses, y contrarresta las intervenciones estructurales.
Aquí, los ideólogos progresistas ignoraron la perpetua inequidad y exclusión en sus fallidas reformas tributaria, laboral y pensional.