Odio cuando en una coyuntura de negociación las partes se ensañan contra las “debilidades” de sus contrincantes y no en demostrar la justeza de sus argumentos. Creo que es un estilo de negociación malsano, que enfatiza donde no es y polariza. Por eso en la actual coyuntura, no me gustaría hacerle eco a argumentos machistas y homofóbicos contra la ministra de Educación Gina Parody.
Vengo de familia de maestras y maestros. También muchos y muchas de mis mejores amigas son maestras. Mi abuela fue una maestra rural en la primera mitad del siglo XX. En un salón enseñaba a todos los niños y jóvenes de la vereda, desde los primeros ejercicios de aprestamiento hasta la buena literatura, pasando por la escritura de cartas de amor y desamor.
Tengo hermana, cuñados, sobrinos, amigas, que llevan a la casa las historias de ese niño adolorido, del que está al borde del precipicio, de la niña genio sin oportunidades. He recorrido el país hablando con maestros y maestras de sus vidas, sueños y dolores y siempre, siempre, desembocan en soñar con mejores condiciones para ellos y sobre todo para sus estudiantes. En los ojos de algunos hay mucho dolor y desesperanza, en los de otros, hay una chispa que les empuja a inventarse mil cosas.
Mi hermana aprendió braile para poder incluir a su estudiante invidente. Llegó con un kit de aseo, comprado de su bolsillo, a la vereda remota donde el estado la asignó, nunca niños y niñas habían tenido espejo, peineta, jabón, crema dental. Dos décadas más tarde se encuentra con jóvenes que le cuentan cómo les cambió la vida con el kit de autocuidado y enseñándoles a bailar, a decorar las paredes, aprendiendo con ellos y ellas de la ruralidad.
Mi sobrino ha acompañado a la mamá maltratada a hacer la ruta que la aleje de una violencia que la hunde a ella y a sus hijos en la imposibilidad de aprender de la vida.
Mi amiga lleva a los niños y niñas de una zona marginada y estigmatizada, a conocer y disfrutar de la ciudad, salen a las grandes empresas, comen en restaurantes, hace que estos niños y niñas se sienten en los pupitres de universidades, para abrir el horizonte de sus posibilidades, para que no crean que el sicariato y otros caminos delictivos son su destino inexorable.
Otra amiga se trasladó hasta el albergue donde estaban las familias de la vereda donde enseñaba después de una masacre. En ese coliseo, mientras la comunidad intentaba despertar de la pesadilla, ella recogía a los niños y las niñas y les enseñaba a sumar subiendo y bajando escaleras y a sanar el dolor cantando y pintando.
Las maestras y maestros de un país como el nuestro viven cada día y cada drama como propio. Han sido escudos humanos contra las injusticias y la guerra, han sido objetivos militares de todos los bandos, han emprendido cruzadas contra la ignorancia y el hambre, contra el olvido y la indignidad.
Cualquier intento de sacar adelante a un país en indicadores económicos, sociales, tecnológicos, etc., pasa por mejorar las condiciones de vida del magisterio. Incluso dentro de las fórmulas neoliberales que intentan copiar nuestros gobiernos, la inversión en educación de calidad es central. Por eso es tan contradictorio formular como meta “Tener la mejor educación de Latinoamérica” y luego negarse a negociar el primer paso que es la calidad de vida de los y las docentes.
No ocurrirá un milagro. No se decreta la calidad. Se construye con sus principales protagonistas, que hoy están en las calles, haciendo un esfuerzo enorme para que se comprendan sus propuestas y protestas. Porque la ministra se ha dedicado a tergiversar sus reivindicaciones y a mostrarlos como un sector privilegiado, que debería serlo, y no a comprender la magnitud de lo que proponen no solo en cuanto a sus remuneraciones y régimen de salud, sino a la jornada única, al proyecto de nación, que pasa por una educación pública fortalecida, sin tercerización o privatización gradual, que es como la está implementando este gobierno de “prosperidad”.
Creo que en lugar de recorrer los medios desprestigiando al magisterio con mentirosas fórmulas de promedios, corresponde a la ministra reconocer que hay derecho a la negociación colectiva y que no es por capricho o chantaje que un movimiento sindical decreta un par, sino porque ha agotado todas las vías previas de concertación, sin obtener más que desprecio y dilación.
Afortunadamente, cada vez hay más reflexión y estudio entre los y las estudiantes que analizan su propia experiencia en la educación pública y se reconocen merecedores de todos los derechos. Necesitamos con urgencia mejor educación y esto solo se logra con un magisterio reconocido, vigoroso y trabajando con ganas por sacar adelante a las nuevas generaciones. En promedio felices, señora ministra.
Aquí va el video: