Dos señales que parecían muy claras. Una: “Voy a entregar todas mis energías por unir al país”; otra: “No tengo ni tendré odios hacia ningún colombiano”, se desvanecieron a menos de 48 horas de la elección presidencial. Ambas pugnaban con el divisionismo, la polarización y el sectarismo encarnados en el ex presidente Uribe. El desvanecimiento se produjo cuando el presidente electo, cuyo mandato se inicia el 7 de agosto próximo, adelantó su posesión para pedirle al Congreso que aplazara de nuevo la aprobación del Código de Procedimiento de la JEP. Mal comienzo. ¿Actuó motu proprio? ¿O captó Uribe las dos señales e hizo valer su autoridad de jefe? La directora de campaña, Alicia Arango, tuiteó y dijo: “Duque es el presidente pero no hay que olvidar que Uribe es el jefe”. Como que tuvo razón Alicia.
Creí que Duque habló así porque había leído bien el resultado electoral: ocho millones por Petro y novecientos mil por el voto en blanco son, casi, otra media Colombia que pensó y votó distinto de lo que él y su partido propusieron. Sería peligroso desestimar ese potencial que se pronunció contra los rencores y el egocentrismo de un expresidente y un presidente que no estuvieron, durante dos períodos presidenciales, a la altura de su preeminencia. El país que imaginamos diferente el 18 de junio seguía siendo el mismo país de Santos y Uribe, no el de la generación de Duque.
La caprichosa animosidad contra el proceso de paz subsiste y ahora con el respaldo de cuatro partidos que lo avalaron en el Congreso. Lo confirmó la decisión condicionada del martes pasado, a petición de un Duque ya no tan conciliador como el de las dos señales de unidad y desprevención del 17 de junio. Comprometerá el mandatario electo un tiempo precioso e indispensable para ocuparse en las tantas iniciativas que anunció para racionalizar el gasto, financiar la inversión pública, revitalizar el fisco nacional luchando contra la evasión, reincorporar el campo a un enfoque integral del desarrollo armónico y frenar la corrupción que pudrió al país.
Cualquier revisión de los acuerdos basada en el desdoblamiento del mismo Estado contra una política suya, alteraría la concordia que, pese a las bandas criminales, a los disidentes de las Farc y al Eln, se viene respirando desde diciembre de 2016 con el respaldo de la Comunidad Internacional y de los organismos multilaterales. Además, ya la contraparte advirtió que se sentaría a escuchar y hablar, pero sin renegociar. La paz se hizo entre dos enemigos y hay uno antojado de bloquearla, unilateralmente, sin pensar en una factura cuantiosa de la historia.
Las consideraciones anteriores son tanto más importantes cuanto que viene en camino otro proceso de paz con el Eln, un grupo ilegal que no querrá negociar si una de las condiciones es dejarlo sin las prerrogativas que supone el cambio de la guerra por el ejercicio de las libertades y los derechos democráticos, como siempre que los gobiernos y la subversión se han sentado a dialogar y entenderse, con fines de elegibilidad y justicia transicional. Así lo hizo Uribe con los paramilitares a través de su ley de Justicia y Paz y con amnistía para el grueso de los desmovilizados. Es ponderosa la responsabilidad que le cayó encima al doctor Duque y serán de él, y de nadie más, los aciertos y los fracasos.
La doctrina joseobduliana según la cual lo que hay en Colombia
es terrorismo y no insurgencia guerrillera,
que Uribe se tragó sin beneficio de inventario, fue desbaratada por los hechos
La doctrina joseobduliana según la cual lo que hay en Colombia es terrorismo y no insurgencia guerrillera, que Uribe se tragó sin beneficio de inventario, fue desbaratada por los hechos. Váyase mejor el doctor Duque con todo por las soluciones que ofreció y otras que, como la amenaza nicaragüense contra nuestra soberanía en el Caribe, son realidades más serias y costosas que la obcecación de tronchar una paz que no es de Santos, sino de Colombia. La postración de la Justicia es otro capítulo que no podrá abordarse a la ligera, y que requerirá insomnios y roturas de cabeza para recomponerla.
Serán los ojos, el talante y el talento del nuevo mandatario los que le inspiren el diagnóstico y el tratamiento para una sociedad anarquizada por el comején clientelista y corruptor que la empeoró en los doce años de vigencia del articulito reformado en 2004.
Aun cuando no pertenecen a la generación del doctor Duque, le tocará tirar a cara y sello el nombramiento de embajador en Francia entre Plinio Apuleyo Mendoza y Jaime Castro.