No puede ser que uno de los puntos más complicados en la mesa de negociación entre Fecode y el Gobierno haya sido el tema de la evaluación docente. En dicha prueba el 78 % de los que la han presentado se han rajado. El gremio alega que la prueba es tirana, exigente, abusiva, que no está ahí para medir el conocimiento de los profesores sino que es una traba insalvable que les impide mejorar su salario.
Al ciudadano de a pie, el mismo que dice como un cliché que todos los problemas de Colombia se deben a la falta de educación y de cultura, vive molesto con las luchas de Fecode. Ellos consideran que un maestro que recibe dos millones y medio de pesos de sueldo no tiene derecho a quejarse. En teoría el país debe cambiar desde el salón de clases, el problema es que viendo el nivel intelectual de la mayoría de profesores uno entiende por qué Colombia es el país más feliz del mundo pero también uno de los más brutos.
Lo dijo Foucault en Vigilar y castigar, los tres grandes fracasos de Occidente son la cárcel, el manicomio y el colegio. Nos encerramos allá durante años y, aparte de aprender a sumar, restar, multiplicar y dividir, no asimilamos ningún otro conocimiento. ¿De qué nos sirvieron todas esas noches desveladas en las que aprendíamos a rejo venteado los secretos del retículo endoplasmático o el núcleo del sujeto? ¿Quién nos va a devolver el tiempo que perdimos machacando ese algoritmo en décimo grado si al final terminamos estudiando Historia o Comunicación Social? ¿Por qué, si estamos ad portas de la terminación del conflicto, no nos enseñan el origen de la guerra? Estas preguntan tienen una única respuesta: nos mandan al colegio para desinformarnos, lobotizarnos, embrutecernos y domesticarnos.
Claro que los maestros deben tener un sueldo digno, pero también deberían luchar para que sus alumnos no vuelvan a ir a clase con hambre, para que desaparezca esta educación neoliberal que solo sirve para que los muchachos logren una buena calificación en un examen que no mide nada. La educación colombiana necesita menos tecnocracia y más poesía.
El colegio debería servir no para aprenderse de memorias lecciones que con el paso del tiempo dejarán de ser útiles, sino para convertirse en el lugar en donde aprendemos nuestra verdadera vocación. A los 15 años, si el muchacho es inteligente, ya sueña con ser músico, escritor, médico o científico. El colegio no debe ser el matadero en donde nos castren sino la plataforma en donde las alas de un joven se abren.
El paro ha terminado. Fecode ha vuelto a traicionar a los maestros y RCN y Caracol ya están tranquilos: mañana los profesores volverán a sus guarderías a cuidar a los niños. A nadie le preocupa que aprendan a ser buenas personas, lo que importa es reprimir, impartir miedo y cobrar el sueldo. Necesitamos reformas educativas que conviertan al colegio en el lugar en donde nuestros muchachos puedan soñar con libertad, que sea un espacio de reflexión en donde el hombre del mañana aprenda a resolver sus problemas con el diálogo. Un lugar en donde se respete la libertad de culto, el ateísmo, la diferencia de clases, de razas y de sexo. Con el nivel de ignorancia que tienen la mayoría de nuestros profesores, el sueño está cada vez más lejano.
El paro ha terminado pero los problemas siguen.