Este artículo va a tener un tinte narrativo diferente, como si se estuviera contando una historia. Léalo y disfrútelo, la autora está abierta a los comentarios.
Venga, ¿no le parece a usted que Maduro fue un genio?
O sea, dejó pasar el tiempo y la emoción de aquel cuasi dios llamado Guaidó, quien quiso meterse a la fuerza con el músculo pelirrojo de Trump y la destreza de los Looney Tunes que representa la diplomacia colombiana.
Pero espere, que en este mundo de ofendidos, donde a la gente le ofende hasta ver un perrito orinar, debo aclarar que no quiero sonar chavista ni mucho menos darle mucho en el coco a Duque —a quien considero un buen tipo— ni a su gobierno —al que considero capacitado más allá de infortunados por el momento que les tocó y las deudas que han debido pagar—.
Pero es que, ¿a usted no le sorprende la astucia con la que Nicolás Maduro manejó la crisis que desde aquí fraguamos para sacarlo de su trono? Sí, ese señor con pinta de bobalicón que heredó el imperio de Hugo Chávez, que habla con los pajaritos y que está matando de hambre a su pueblo con su política económica que ha llevado a los índices de inflación más altos vistos nunca en la historia de la economía.
Sí, ese señor de corte y bigote estalinesco y aires insensatos terminó dándonos a todos sopa y seco manejando la crisis más álgida de su gobierno, esperando cual perro viejo a que los vientos se calmaran y que la liquidez de la esencia de los seres humanos de estos tiempos hiciera lo propio enfriando los ánimos
En Cúcuta se hizo un concierto benéfico enorme, con despliegues de sonrisas redentoristas pagado por el multimillonario Richard Branson con el fin de lograr el ingreso de camiones llenos de ayudas humanitarias, pero la Cruz Roja ni ningún otro organismo multilateral aparecieron por ningún lado.
Ya eso debió darnos un indicio de lo que sería el largo plazo de la política de recuperación democrática venezolana liderada por Donald Trump e Iván Duque, la cual, más allá de la aceptación y reconocimiento de Juan Guaidó, no iba a comprometer el respeto a la soberanía de los Estados como principio de las relaciones internacionales.
Y fue todo este contexto que leyó Maduro (ayudado tal vez por Rusia y China), y que lo llevó a tomar la tensión con calma y esperar que las aguas se tranquilizaran, porque eventualmente lo harían si no había una acción que la comunidad internacional considerara ilegítima y excesiva.
Y como vimos, hasta Trump regañó a Duque por el aumento de drogas en Estados Unidos, mostrando a los Estados que esperaba resultados más visibles en la intervención a Venezuela.
Esto solo nos demuestra que, infortunadamente, lo que le queda a los venezolanos para sacar a Maduro del poder y recuperar su democracia y economía es un levantamiento popular más fuerte y contundente, alrededor de múltiples líderes a los que no endiosen (porque Juan Guaidó no es Bolívar ni Jesús carajo). Para derrotar la recientemente descubierta astucia de Maduro y sus esbirros protectores se requiere más que un solo ataque aislado de fuerza bruta.
Y no quiero pensar en lo que sucederá si estalla ese conflicto civil, porque en Colombia lo hemos vivido y sabemos cuánto duele.
Lo único por lo que rezo es que Maduro en un ataque de cordura renuncie pronto para que aquí podamos gobernar y ocuparnos de nuestras necesidades que bastante ya nos acucian.
En últimas, creo que con la urgente intervención a Venezuela, Colombia quedó como un zapato internacionalmente por no lograr los resultados esperados. Los platos rotos los estamos pagando nosotros con el desprestigio que una agresión del porte que intentamos conlleva.
Pienso que si Duque efectivamente quiere gobernar debe pensar en atacar los problemas de aquí —seguridad, sostenibilidad alimentaria, empleo, salud, superación de brechas de riqueza e índices groseros de pobreza— porque solo eso es lo que va a quedar bien escrito en la historia, no tener a su pueblo en condiciones similares a las que Maduro tiene a su país —porque para allá vamos si seguimos mirándolos tanto—.
