Maduro debe irse. La mejor forma, a las buenas. Una intervención militar le daría aire por años.
Venezuela está destrozada. Ni socialista, ni democrática, dictatorial, represiva. Algunos han pensado y deseado que la imposición exitosa de un modelo redistributivo requería de dosis de mano dura con la oposición y que a la prensa había que acallarla con sus voceros, ya que solo eran agentes de la inequidad.
El lío es que algunas pocas señales de relativo éxito, las de los años del glorioso precio del barril del petróleo por encima de USD 100, han sido sustituidas por la caída libre en el acceso a bienes y servicios básicos para la mayoría. Fue, hace mas de diez años, lo que motivó a Chomsky y al líder laborista británico Corbyn, a declararse chavistas, aunque el primero ya corrigió.
Hoy, sumida en la inviabilidad económica, dependiente de una materia prima y algunos de sus derivados, no puede sobrevivir a punta de fatigar las impresoras de billetes. Ni los argentinos, ni chilenos, ni bolivianos ni peruanos entre los 70 y fines de los 80, que vivieron épocas de fuerte inflación, pueden tener idea de lo que representa una tasa anual cercana a dos millones por ciento anual. Las alzas de salarios que, en forma recurrente, decreta Maduro, se las chupa la inflación en cuestión de horas.
Corrupción en el juego de compra y venta de divisas y productos de primera necesidad en mercados oficiales y paralelos, en la administración de empresas públicas, amén de participación en eslabones del narcotráfico, son algunos de los pecados de no pocos que han tenido las riendas del poder en Venezuela.
Tasas de homicidios disparadas, salida de más de tres millones de personas, empobrecimiento creciente, protestas recurrentes, son señal clara de la necesidad de la salida de Maduro y del chavismo y de su remplazo por un proyecto de reconstrucción que tomará muchos años.
Lo que sí no puede ocurrir es la intervención militar. Lo inteligente, lo más expedito para sacar a Maduro, se relaciona con una transición pacífica.
Lo que no puede ocurrir es la intervención militar.
Lo inteligente, lo más expedito para sacar a Maduro,
se relaciona con una transición pacífica
Algunos de los halcones de los EEUU, del tipo Bolt, se relamen con la posibilidad. Se habla, incluso, de intervenciones militares quirúrgicas, precisas, económicas en pérdidas de vidas humanas (en sí, una barbaridad). Si el rasero son las incursiones en Irak, Afganistán, Siria, Libia, resulta imposible hablar de motricidad fina. En solo Irak se habla, al menos, de 600.000 muertos. Por otra parte, si la referencia son las invasiones a Panamá para sacar a Noriega y a Granada, ocurre que Venezuela tiene un área de 916.000 km cuadrados, más que la suma de las áreas de Alemania y España. Y, sin necesidad de ahondar, ni se nos ocurra pensar en qué nación sería la más perjudicada, aparte de la misma Venezuela, si no la que comparte con ella 2.219 km, su historia y complejos hitos fronterizos.
En tierras colombianas, el discurso de la invasión, aquel que, por ejemplo, se ventila en redes sociales, se asocia con viejos paradigmas. Dado el bocado de cardenal que el ELN le ha servido al gobierno con el asesinato de jóvenes cadetes en la General Santander, se reciclan las expresiones de “limpieza”, de refundación. Si un expresidente, un hombre de centroderecha, respetuoso, Santos, fue tildado de castrochavista, el empuje bélico de algunos que aplauden la intervención militar es, por obvias razones, compatible con la justificación de fenómenos de paramilitarismo que parecen resurgir con el asesinato de centenares de líderes sociales en menos de dos años.
Desear una guerra con Venezuela es soberbio, banal y superficial. Soberbio porque presupone que el pellejo de quien la promueve no estará en peligro; otros, como suele ocurrir, pondrán sus vidas. Banal porque ignoran el costo humano y económico de una guerra. Superficial porque sería un gran favor a Maduro y sus huestes, a los colectivos que reúnen mucha más gente que el ejército, que en país vasto, encontrarán el escenario ideal para una larga guerra de guerrillas.
La transición será difícil y no ocurrirá de un día para otro. Maduro conserva aún apoyos cruciales, comenzando por las fuerzas militares. Se requerirá, aunque duela, garantizarle un exilio seguro, ojalá de tierra caliente y donde se hable español. Los generales requerirán amnistía, perdón y olvido.
Si el Grupo de Lima pretende jugar con inteligencia en un proceso pacífico de transición y ganar en credibilidad, deberá usar el lenguaje de los negociadores y no el que, en ocasiones, utilizan el canciller colombiano y, también, la vicepresidente, con seguridad para complacer la tribuna de quienes creen que acá no hubo conflicto. El cuento, de verdad, amerita más cuidado.