La semana pasada me preguntaba ¿para qué sirve el nacionalismo? Estamos, como se sabe, en la coyuntura de la Copa América en la que todavía tenemos una ligera esperanza hoy, frente a Argentina.
Sin embargo, de la nada, apareció una respuesta muy distinta al sano nacionalismo del fútbol; la de la guerra, o las guerras, porque detrás de cada una de estas tragedias surge el nacionalismo como justificativa infame para mandar a la muerte a miles de jóvenes.
De esto parece haberse acordado Nicolás Maduro, el “gobernante” venezolano que no se acuerda de las necesidades de su pueblo, no se acuerda de la importancia de producir alimentos, ni de dar garantías democráticas, ni de combatir la delincuencia desbordada que azota a su país. Ese, dictadorzuelo clonizado de Hugo Chávez, que no heredó la locura genial de su antecesor pero si su obsesión totalitaria, de repente recordó que existe una zona limítrofe en disputa, con Colombia.
Cuando ya los argumentos para sostenerse en el poder se le están acabando, el petróleo a la baja y la oposición a la alta, algún asesor debió soplarle al oído a esa montaña de ignorancia y arrogancia que es Maduro, que a falta de economía y democracia, bueno sería una amenaza externa con un viejo enemigo fantasma como nuestro país.
Y aparece entonces una resolución presidencial, como todo lo emanado de una dictadura, un acto ejecutivo arbitrario, anexándose una zona en disputa para después sentarse a esperar que el país agredido responda y así montar una opereta nacionalista.
Muy astuta la jugada, sin duda. Y muy peligrosa por supuesto. Es una acción estratégica con la que gana de todas maneras el régimen corrupto de Venezuela y pierde el gobierno colombiano. Gana Maduro porque tiene un tema para movilizar a su país y silenciar a la oposición. Si los opositores llaman a la concordia, a resolver esta disputa por vías civilizadas como sería acudir a un tribunal internacional, serán acusados de vende patrias, traidores, cómplices de la derecha colombiana.
Pero si por acaso deciden apoyar la pretensión arbitraria del gobierno chavista, terminarán reforzando la dictadura y debilitando o dividiendo aún más a la oposición venezolana. Guardar silencio, sería acaso lo más prudente para no darle alas a un discurso nacionalista que exalte esa vieja obsesión anti colombiana que han fomentado históricamente en nuestro vecino para ocultar los errores de sus dirigentes.
Por otro lado, la jugada de ese mequetrefe que encaramó Chávez al poder, tiene riesgos muy altos al interior de nuestro país que, de morder el anzuelo, se metería en el callejón sin salida de otro conflicto. Cómo si no tuviéramos suficiente con el conflicto interno.
Pero este reto tiene varias puntas; la provocación venezolana coloca a Santos en una posición muy difícil. Porque si se toma las cosas con calma y no cae en la trampa de responder con vehemencia a las pretensiones del vecino, será condenado por la opinión pública como un mandatario débil, incapaz de defender la integridad del país.
De manera que, con tristeza, debemos reconocer que esta vez a Nicolás si le Maduró la jugada y nos metió más goles que la selección Vinotinta en la Copa América.
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