El resultado de las elecciones de la Asamblea Nacional de Venezuela supone una victoria moral para el presidente Nicolás Maduro y simultáneamente una grave derrota política. Victoria moral, porque dichos resultados han demostrado la fiabilidad y la transparencia del sistema electoral venezolano, que ha garantizado una vez más la libre expresión de la voluntad de la ciudadanía venezolana. ¡Que más hubiera querido el presidente Maduro que el porcentaje de la participación electoral hubiera superado ese magro 31 % que fue el que efectivamente se dio en las elecciones del pasado domingo! Pero no fue así: la mayoría del pueblo hizo oídos sordos a sus insistentes llamados a votar en defensa del proyecto bolivariano y el sistema electoral, inmune a las presiones, respeto escrupulosamente su decisión. Como lo ha venido haciendo durante las 25 elecciones convocadas por la república bolivariana desde su fundación, incluida las anteriores elecciones a la Asamblea Nacional que ganó la oposición. Y la que le dio la presidencia a Nicolás Maduro. No en vano, el expresidente Jimmy Carter lo calificó como uno de los mejores del mundo.
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Por muy transparentes que sean los cerca de cuatro millones de votos que le han dado la mayoría en la nueva Asamblea Nacional al partido de Maduro, no por ello dejan de mostrar cuan débil es el respaldo popular
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La derrota política la representan esos mismos resultados. Por muy legales y transparentes que sean los cerca de cuatro millones de votos que le han dado la mayoría en la nueva Asamblea Nacional al Partido Socialista Unificado de Venezuela – el partido de Maduro – no por ello dejan de mostrar cuan débil es el respaldo popular del que goza actualmente. Cuatro millones votos sobre un censo electoral de veinte millones votantes, pueden valer en Colombia - tan abstencionista - pero resultan totalmente insuficientes para responder con éxito al abrumador desafío que representa la estrategia de Washington de echarle de la presidencia al precio que sea.
Los millones de votos que ha perdido Maduro desde su elección como presidente hasta ahora prueban cuánta mella ha hecho dicha estrategia en las esperanzas de los venezolanos. El bloqueo económico, el implacable cerco político y mediático, los sabotajes y las incursiones mercenarias promovidas por Donald Trump es difícil que cesen simplemente porque el 20 de enero Joe Biden lo reemplace en la Casa Blanca. El control del petróleo venezolano es desde siempre un objetivo estratégico de los norteamericanos y solo pensando con el deseo se pude pensar que lo van a abandonar simplemente porque el PSUV haya obtenido de nuevo la mayoría en la Asamblea Nacional. Ni siquiera el despliegue a gran escala de las energías limpias que ha prometido Biden va a restarle importancia al control del petróleo. La agroindustria y la industria misma, tal y como ahora están organizadas, no pueden funcionar sin sus derivados.
Creo que muchos de quienes antes fueron partidarios de Chávez han comprendido que el proyecto de una Venezuela independiente está en un callejón sin salida y por eso han decidido retirarle el respaldo a quien como Maduro ha encabezado la política de oposición intransigente al mandato Washington. Si esta defección masiva sumamos los millones de venezolanos que apoyan a la oposición, el resultado desde el punto de vista político es aún más desalentador.
Ojalá el presidente Maduro sea capaz de leer con cabeza fría los resultados de las elecciones del pasado domingo y negocie con Biden su renuncia, a cambio del cese inmediato del bloqueo y de un programa de ayudas económicas que repare en alguna medida los ingentes daños causados por el mismo.
Publicado originalmente el 8 de diciembre 2020