Hace poco viajé con mi familia a Cartagena. Uno de esos días nos programamos para visitar a una pareja de amigos que no veíamos hace tiempo. Sabía que ella había dado a luz en Barranquilla con algunas complicaciones, pero no conocía muy bien su historia.
Emma, su pequeña hija, nació a las 5:30 pm del 11 de septiembre, con tan solo 29 semanas, alrededor del séptimo mes de embarazo y con escasos 840 gramos. Como si fuera poco, sus ojitos presentaron retinopatía severa en tercer grado, una complicación que compromete seriamente la retina del ojo. Emma requirió de dos complejas cirugías para salvarlos.
¡Qué difícil situación! En medio de algo tan complejo, el miedo y la desesperanza se apoderó de sus padres, aun así, ellos se determinaron a seguir adelante y dieron una dura batalla por la salud de su pequeña. Afortunadamente, el resultado de sus intervenciones fue exitosa y actualmente la bebé está creciendo sana y fuerte junto a su familia. Mi sorpresa no sería menor, al conocer la historia de Juanse.
Al saber que su ex novia intentaría abortar, Juan Pablo Medina, padre del niño, radicó una denuncia formal ante la Fiscalía y una acción de tutela, pidiendo medidas de protección para la vida del bebé que se encontraba en peligro de muerte. El argumento de Juan Pablo de proteger a su hijo abrió un nuevo debate, ¿cuál es el derecho del padre frente a la decisión de abortar de la mujer?
En medio de su cruzada, Juan Pablo inició una campaña mediática, principalmente en redes sociales, dando a conocer su situación para intentar con eso detener las intenciones de la madre. Lo único que Juan Pablo quería era recibir a su bebé de siete meses de gestación, él se haría cargo del niño para siempre.
El juez que atendió la tutela interpuesta por Juan Pablo le comunicó a Profamilia que no se estaba cumpliendo el requisito establecido por la Corte Constitucional ante la ausencia de una certificación médica que justificara la causal del aborto, y solicitó una valoración médica por parte de la EPS que atendió el caso de la madre y el bebé.
La justicia solo esperaba que se cumpliera con el requisito de certificar los supuestos problemas de salud mental de la madre. Sin embargo, en su respuesta a la acción de tutela, Profamilia contestó al juez que ellos ya efectuaron una valoración psicológica confirmando la causal de “salud mental”. Según Profamilia, ella está obligada a garantizar la prestación de servicios de IVE (interrupción voluntaria del embarazo). Finalmente agregó que pedir certificados médicos adicionales constituye “una traba y una barrera administrativa” para el “derecho” al aborto.
Lamentablemente, Juan Pablo no logró frenar la decisión de su excompañera, ella abortó. Cuando recibí la noticia no pude dejar de pensar en Emma, ambos tenían la misma edad de gestación y la misma expectativa de vida. La indolencia de la madre, quien argumentó sus debilidades emocionales para dar a luz, la llevó a arrebatarle la vida a Juanse, el pequeño que no pudo nacer.
El debate no se hizo esperar, la polarización que generó este tema se apoderó de los medios y los espacios de opinión de todo el país. Al respecto, creo que la práctica del aborto es un acto cruel, privar a un bebé la posibilidad de vivir o luchar por sobrevivir como lo hizo Emma.
Ser madre soltera, adolescente, temerosa, confundida, perturbada, de escasos recursos o simplemente indiferente, no puede justificar la mala decisión de abortar, pues todas estas situaciones se pueden atender con apoyo profesional. Abortar en estas situaciones no es aborto, es la decisión egoísta de arrebatarle la vida al bebé por nacer solo para deshacerse de un “problema”.
Es posible darle un sentido a la vida y reconocer que el bebé a las 30 semanas sí puede sentir, sí puede responder a estímulos, su cuerpo ya está casi listo para nacer. Emma y Juanse tenían la misma edad de gestación, su diferencia es que Emma llegaría a luchar por su vida y sus padres estarían dispuestos a pelear con ella. En cambio, Juanse solo contaba con el amor de un padre que poco pudo hacer para frenar la desidia de su confundida madre, quien con la complicidad de una institución como Profamilia, no le dio la misma oportunidad de vivir que sí recibió Emma.