Creo que no hay una condición tan exaltada y tan culpabilizada en el mundo como la maternidad. Preparadas desde la más temprana edad para ser madres a punta de muñecas, bebés y todo el menaje para la crianza, a las mujeres se nos presiona a la maternidad.
Luego crecemos en medio de cursis manifestaciones hacia la maternidad: “Madrecita santa, corazón de Dios”, “sustituta de Dios sobre la tierra”, “ángel de la guarda que te acuna nueve meses en su vientre y el resto de su vida fuera de él”.
Sin embargo, esta es solo una de las facetas de las madres, por lo que me permitiré retomar una clasificación que circula tácitamente en nuestro medio:
- La santa maternidad: compuesta por madres abnegadas, sacrificadas, resignadas, incondicionales. Dentro de estas hay dos subgrupos: la solitaria figura que entre lágrimas o quejas te recuerda todo el sacrificio que ha hecho por su descendencia. Muestra como heridas de guerra las estrías y várices de los embarazos, el abandono de los estudios y sus manos artríticas. Y otra peor: la que no espera nada: Esta ni siquiera se queja, sino que con abnegación dice que todo vale por sus hijos. En mi infancia escuché a veces a mi abuela diciéndole a su hijo favorito: “Coma mi amor, que yo con verlo comer a usted me lleno”. Ambas tienen como producto hijos culpables, con un Edipo enorme que castigan a sus parejas por no parecerse a su mami. O hijas también culpables, que se la pasan como Perséfone, divididas entre el amor incondicional a su esposo y a sus hijos e hijas y la gratitud a la… santa madre.
- La maternidad juzgada: En esta categoría entran varios tipos de madres: las abandonadoras, las alcahuetas y las putas madres. En el primer grupo están las que se han dedicado a trabajar, en su tierra o en el exterior, para darles oportunidades a sus hijos e hijas y no se han hecho cargo de su crianza. No importa si el padre está a cargo o si una gran familia extensa les rodea, todos los problemas de convivencia y falta de habilidades sociales serán culpa de la madre ausente. El segundo grupo es el de las madres que, estando presentes, no enseñan valores de honestidad y respeto, como las madres de los sicarios, (quienes son sus santas madres), a quienes se encomiendan cada que va a hacer una “vuelta”, junto con el escapulario que ella colgó en sus cuellos con vírgenes y santos. En este grupo en realidad estamos todas: “Machismo se escribe con M de mamá”, sentencian hombres y mujeres con quienes comparto a diario en mi trabajo. Somos culpables del machismo, de la inversión de los valores, de las crisis sociales, políticas y culturales. “Desmadre” se llama la situación de despelote en que vive el país. Por enseñar o por no enseñar, por irnos o por quedarnos, por no tener agallas o por tener demasiadas. Por la inmadurez de las nuevas generaciones o porque se están madurando biches.
Así que entre santas y putas, las madres dan para loas y duelos, insultos y masacres. Por esa mirada bipolar con que el mundo mira la maternidad es que no logramos ver otros sentidos y poderes que habitan en el acto de maternar: cuidar de la vida, criar, acompañar los pasos de las nuevas generaciones. Con esa mirada se ha ocultado el carácter eminentemente político de la maternidad. Se ha explotado comercialmente el Día de las Madres, ocultando que fue en 1870, cuando la norteamericana Julia Ward anunciaba en su proclama del Día de las Madres: “¡Levántense, mujeres de hoy! ¡Levántense todas las que tienen corazones, sin importar que su bautismo haya sido de agua o lágrimas! Digan con firmeza: 'No permitiremos que los asuntos sean decididos por agencias irrelevantes. Nuestros maridos no regresarán a nosotras en busca de caricias y aplausos, apestando a matanzas. No se llevarán a nuestros hijos para que desaprendan todo lo que hemos podido enseñarles acerca de la caridad, la compasión y la paciencia”.[1]
Por eso muchas insistimos en reinventar la maternidad para la vida, el goce, la reconciliación, la maternidad social, la maternidad colectiva, la maternidad libre, la maternidad que mujeres y hombres tenemos que desplegar para que ningún dolor ni ningún placer nos sea extraño ni indiferente.
Queremos, e intentamos ejercer, una maternidad gozosa, colectiva, libertaria, sin sacrificio del proyecto propio, de la sensualidad, de la posibilidad de amar, estudiar, luchar, ser sujetas políticas y que sea reconocido este valor y este poder por nosotras mismas y por el mundo entero, como afortunadamente comienza a suceder en algunos espacios, aún pequeños, de la vida pública.
[1]http://es.wikipedia.org/wiki/Julia_Ward_Howe