Macías puede ser un hombre sin atributos pero como buen uribista es un hombre de palabra. Horas antes de abandonar la presidencia del Senado, dejó para la posteridad una placa en honor de su mentor, el hombre que fue capaz de convertir su mediocridad, su vida gris en Neiva, en una rutina de estrella de la política colombiana. Por eso, como si se tratara de un prócer, Álvaro Uribe ya tiene su placa en el Congreso.
Esta semana nos dimos cuenta que Uribe lo que más valora de sus subalternos es la fidelidad, a Ángela Garzón le hará pagar caro la osadía de burlarse de él. Y es probable que deje ser la ficha del Centro Democrático para la Alcaldía de Bogotá. En cambio, con este gesto Macias se asegurará, por qué no, una probable candidatura a la Presidencia en el 2022.
Macías tiene dos virtudes que seducen al elector colombiano: su discurso de odio, de guerra, de aniquilación total a la diferencia y su obediencia inquebrantable a su único jefe, ese que él ve con la solemnidad que un alumno de Derecho puede ver a Francisco de Paula Santander, su único mentor, su dios, Álvaro Uribe Vélez.