Beatriz Pinzón Solano es fea sólo porque lleva gafas, se viste fuera de los cánones de la moda y es inteligente. Las bonitas son brutas y ni siquiera pueden acabar su carrera en una universidad mediocre como la San Marino. El galán de mostrar, Don Armando, es un gritón, maltratador, frívolo y adicto al sexo, como su mejor amigo. La villana, Marcela Valencia, debe soportar los cachos de su novio. Sólo cuando Betty decide aceptar salvar Ecomoda a punta de trampas se empieza a transformar en una princesa. Sólo cuando decide renunciar a sus valores de clase obrera, las que sabiamente le ha enseñado su papá, es que su galán empieza a amarla.
Como el Chavo, esta generación empieza a darse cuenta que a Betty hay que borrarla del imaginario. La primera vez que la repitió los millenials la vieron como lo que a veces es en sus mejores momentos: una buena comedia, efectiva, pero luego ver a Hugo Lombardi transformado en una loca odiosa, pendenciera y venenosa, la ausencia total de afros en los papeles principales y su tendencia a la viveza, a la corrupción, empezamos a desconfiar de ella.
No queremos más novelas así. Está bien evadirnos pero no llegar a la degradación absoluta de los valores. Esa Colombia de hace veinte años, a pesar de las masacres, de la desigualdad, de políticos incapaces como Duque que siguen siendo los que priman, ha cambiado. Al menos sus jóvenes ya no son tan imbéciles como eran antes. Por eso gracias a la sequía creativa de RCN la gente está fastidiada de la novela. El Rating así lo dice, fluctúa entre 5 y 6 puntos, records bajitos, históricos para la creación más vendida y famosa de la historia de la televisión.
RCN empezó a irse, desde esa época al barranco. Mientras Juana Uribe y Caracol optan por los riesgos de hacer trillers políticos -casi que antiuribistas- como la Venganza de Analía, RCN se va por el camino más corto: volver a pasar una novela que ya no nos representa.