¿Machismo en la ciencia?

¿Machismo en la ciencia?

Ni siquiera este campo se salva: las mujeres continúan siendo discriminadas por su género a pesar de sus méritos y logros. ¿Cuándo cambiará la situación?

Por: Hugo Idárraga
abril 30, 2019
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¿Machismo en la ciencia?

¿Relaciones patriarcales en las ciencias? ¿Machismo en la investigación científica? ¿Acaso los puestos científicos no son ganados a pulso y por lo tanto definidos por los logros académicos e investigativos? Hoy en día, llegados casi a la tercera década del siglo XXI, es un hecho que la ciencia sigue siendo asunto principalmente de hombres, blancos, contratados en universidades e institutos del “Primer Mundo”.

Caso aparte merecerá un análisis acerca del lugar de las mujeres científicas en otras zonas de este mapa global, pero es verdaderamente sintomático lo que ocurre a este respecto en los Estados Unidos, país pionero en muchos campos de la ciencia actual.

La demanda contra el prestigioso Salk Institute for Biological Research ha sido en los últimos meses uno de los casos más sonados de discriminación por género, aunque por supuesto sea solo uno de entre muchos otros ejemplos de discriminación sexual, racial o económica, que se pueden encontrar en el estrecho y establecido mundo de la ciencia.

Beverly Emerson, bioquímica con más de 31 años de vida laboral en el Instituto, y Vicki Lundblad, bióloga con más de 16 años en el mismo, son las caras públicas de una situación que las mujeres en general deben sobrellevar cotidianamente, ya sea en la ciencia o en otros campos laborales. Emerson y Lundblad decidieron llevar ante los jueces sus demandas contra los tratos sistemáticamente discriminatorios que han tenido que vivir en su paso por el Salk Institute. Según el reportaje del New York Times, “Una facultad masculina selecta (...) dirigía efectivamente el Instituto y recibía donaciones privadas, mientras que las mujeres se veían obligadas a despedir al personal esencial y estaban excluidas del poder” (1). Esto permitió, según Emerson, que un “prejuicio sistemático en el Instituto limitara su salario y sus aspiraciones profesionales, además de bloquearla en la consecución de recursos tales como la financiación para sus investigaciones” (2). En general, el reclamo se podría resumir en la existencia de un old boys’ club que “restringe el acceso a los fondos económicos, a los recursos para los laboratorios y menoscaba su influencia”.

Según Pickett, autora del artículo del NYT, los números demuestran que no se trata de un caso aislado de ciertas instituciones científicas y académicas. Para este momento, las mujeres en el Salk Institute ocupan solamente el 16% de los asientos disponibles en los puestos superiores, y el 32% de los puestos para profesores asistentes. Y en una panorámica amplia, estas cifras son aún más preocupantes: solo el 28% de los profesores titulares en biología de las mejores universidades públicas de Estados Unidos son mujeres.

Y aunque todavía lejos de la igualdad, estos tímidos avances se deben a luchas concretas de todas estas mujeres. Por ejemplo, el trabajo de Nancy Hopkins en 1990 y sus críticas al MIT por los obstáculos para acceder a los fondos para las investigaciones y en la asignación de espacios de trabajo, condujo al famoso reporte de 1999 (3) en donde el MIT aceptó y posteriormente delineó los cambios que fueron realizados para superar esta situación. Estas transformaciones fueron seguidas por otras universidades como Stanford y Michigan en 2002, Princeton y Duke en 2003, Johns Hopkins en 2006 y Yale en 2014 (4).

Con todo y estos esfuerzos, la desigualdad sigue siendo muy alta. En un estudio realizado por Hill et. al., 2010 (5), se demuestra cómo, a pesar de que ingresan casi que igual número de hombres y mujeres a los estudios académicos en ciencias, solo el 20% de ellas alcanzan sus grados profesionales: “La representación de las mujeres en ciencia e ingeniería disminuye aún más a nivel de posgrado, y una vez más en la transición al lugar de trabajo”. Y a nivel de doctorado, “Según la U.S. National Science Foundation, las mujeres obtienen aproximadamente la mitad de los títulos de doctorado en ciencias, sin embargo, representan apenas el 21% de la facultad a nivel de profesor en instituciones de investigación en los Estados Unidos” (6).

Marc J. Lerchenmueller y Olav Sorenson, autores de este último estudio, se preguntan el por qué de esta situación. “Esta baja representación en los niveles superiores es sorprendente”, dicen, “porque encontramos evidencia de que las mujeres, en promedio, pueden tener un mejor desempeño que los hombres en las primeras etapas de sus carreras”. Una conclusión bastante parecida a la que propone Tomás Chamorro-Premuzic, “psicólogo y autor de "Why So Many Incompetent Men Become Leaders" (Por qué tantos hombres incompetentes se convierten en líderes)”. En un artículo para la BBC de Londres, Chamorro-Premuzic asegura que “como sociedad, nos encanta la incompetencia en los hombres hasta el punto de recompensarlos por ello”. Y todo ello en un contexto paradójico en el que "las mujeres superan ligeramente a los hombres en características como la humildad, la capacidad de motivar, la autoconciencia, el don de gentes y, sobre todo, la competencia. En la mayoría de los países desarrollados, las mujeres superan a los hombres en las universidades, incluso en los posgrados" (7).

Los prejuicios entonces sobre la capacidad intelectual de las mujeres se convierte en uno de los mayores obstáculos para desarrollar una vida profesional, y mucho más en la obtención de los puestos más importantes en universidades e institutos de investigación. Según Hill et. al., (2010), “no solo hay personas más inclinadas a asociar las matemáticas y las ciencias con hombres más que con mujeres, la gente en general tiene opiniones negativas sobre las mujeres en posiciones ‘masculinas’ (…). La gente juzga a las mujeres menos competentes que los hombres en trabajos ‘masculinos’ a pesar de que las mujeres sean exitosas en estos trabajos. Cuando una mujer es claramente competente en un trabajo ‘masculino’, es considerada menos agradable”. Unas conclusiones compartidas asimismo por otra investigación que estudió la contratación de mujeres en ciencia y medicina, desarrollado por Moss-Racusin et. al., (2012), para quienes “Los análisis (...) indicaron que era menos probable que la estudiante fuera contratada porque se la consideraba menos competente” (8).

Estos prejuicios llevan entonces a que las mujeres, y en general las minorías históricamente discriminadas, a ocupar menos puestos en los diferentes niveles de la jerarquía científica. La investigadora Helen Shen ha demostrado que las “universidades y colegios universitarios de los EE. UU. emplean, de lejos, más hombres que mujeres, aparte de que los hombres ganan significativamente más dinero en ocupaciones relativas a la ciencia” (9). Con datos recogidos de la National Science Foundation (10), Shen demuestra visualmente esta persistente inequidad.

 - ¿Machismo en la ciencia?Según el siguiente gráfico, la desigualdad es mucho más profunda en la categoría de los puestos de trabajo que requieren un nivel más alto de cualificación:

 - ¿Machismo en la ciencia?Todas estas acusaciones podrían sin embargo llegar a cuestionar la necesidad de una diversidad en la ciencia. ¿Cuál es el problema con que sean principalmente hombres quienes dirijan los destinos del conocimiento? ¿Acaso la ciencia no se guía por el conocimiento puro, desligada de los puntos de vista de personas o grupos sociales específicos? Una primera respuesta apunta a un básico principio democrático según el cual todas las personas son iguales ante la ley. Por lo tanto, deberían tener las mismas oportunidades para definir sus propios proyectos e intereses. Pero hay un asunto que es mucho más importante: la inclusión de otras miradas, puntos de vista, conocimientos y experiencias son parte constitutiva, así sea idealmente por ahora, del mismo proceso de crear conocimiento científico. En una carta redactada a raíz de la demanda Emerson Lundblad - Salk Institute, muchas de las más eminentes científicas de los EE. UU. declararon que “El caso Salk nos recuerda el reto de la diversidad académica en las comunidades biomédicas, tanto para las mujeres como para las minorías” (11).

Y la mirada de otros actores sociales distintos a la de los hombres, principalmente blancos, es de suma importancia, pues es desde los campos despoblados de cuerpos opacos desde donde actualmente se está construyendo parte del futuro inmediato para la humanidad. La ciencia, y hoy en día con más urgencia, necesita otras voces y otros relatos; necesita tener en cuenta los puntos de vista también de los grupos y los sujetos marginados de este proceso del conocimiento. Para Donna Haraway, una política crítica de la ciencia debe “dirigirse a las mujeres que ocupan las posiciones laborales privilegiadas (cuando esto es posible), principalmente en la tecnología y en la producción científica, que construyen los discursos cintífico-técnicos, los procesos y los objetos” (12).

¿Qué caminos habría tomado la ciencia si en vez de ser excluidas, estas voces hubieran sido tenidas en cuenta como conocedoras legítimas de la realidad del mundo? Pickett, en el artículo del NYT ya citado, subraya parte de los antecedentes históricos de esta discriminación: “(…) durante la época de la Ilustración en Europa las ciencias fueron transformadas en una profesión y se formaron las universidades y academias (…), y las mujeres fueron formalmente excluidas de la ciencia occidental” (13). ¿Cómo sería el conocimiento científico si esta exclusión no se hubiera realizado? Dejando de lado nostalgias sin fundamento, la pregunta sigue siendo completamente legítima, sobre todo a la luz de los desarrollos de una ciencia que está en plena formación, como lo es el campo de la Inteligencia Artificial (IA). ¿Qué caminos entonces tomarán los estudios en IA si estas exclusiones siguen funcionando?

El informe publicado este año 2019 por el IA Now Institute, redactado por tres mujeres, Sarah Myers West, Meredith Whittaker y Kate Crawford, lleva a cabo un análisis de las relaciones entre género, raza y poder en el campo de la IA (14). Como era de esperarse, las mujeres, las comunidades negras y latinas, además de otras personas con identidades de género diversas, son sistemáticamente excluidas de los centro de investigación y de los puestos directivos de compañías y centros de investigación en IA.

Según el reporte, “estudios recientes encontraron que solo el 18% de los autores en las principales conferencias de IA son mujeres, y más del 80% de los profesores de IA son hombres. Esta disparidad es extrema en la industria de la inteligencia artificial: las mujeres comprenden solo el 15% del personal de investigación de AI en Facebook y 10% en Google. (...) Para los trabajadores negros, la imagen es aún peor. Por ejemplo, solo el 2,5% de la fuerza laboral de Google es negra, mientras que Facebook y Microsoft tienen un 4% cada uno” (15).

¿Qué consecuencias tiene esta falta de diversidad en el campo de la IA? Entre muchas otras, estos sistemas replican la forma de ver el mundo por parte de sus creadores; por lo tanto, tienden a reproducir los prejuicios del mundo físico en el mundo de las máquinas. “Los sistemas que utilizan la apariencia física como un proxy para los estados interiores o de carácter son profundamente sospechosos, (…), predicen la "criminalidad" basada en las características faciales, evalúan la competencia del trabajador a través de "microexpresiones". Tales sistemas están replicando patrones de sesgo racial y de género en formas que pueden profundizar y justificar la desigualdad histórica”.

Por ejemplo, en el reporte hacen referencia a un artículo de Reuters informando que “Amazon había desarrollado una herramienta de contratación experimental para ayudar a clasificar a los candidatos de trabajo. Al aprender de sus preferencias anteriores, Amazon esperaba que la herramienta de escaneo del currículum pudiera identificar de manera eficiente a los solicitantes calificados al comparar sus aplicaciones con contrataciones anteriores. El sistema rápidamente comenzó a rebajar los currículos de los candidatos que asistían a colegios de mujeres, junto con cualquier currículum que incluyera la palabra 'mujeres'”.

Para las directoras del IA Now Institute es urgente, sobre todo en este periodo de formación, que los sistemas de IA sean desarrollados de forma más incluyente; que puedan, públicamente además, dar cuenta de su funcionamiento y de los datos que han sido escogidos para entrenar sus máquinas. El futuro de estos sistemas, y de los impactos en las sociedades inmediatas, depende en gran parte de la diversidad de puntos de vista que pueden ser proporcionados por aquellos y aquellas que no han tenido una voz en esta historia.

Emerson y Lundblad libran hoy en día una pelea legal para que sus derechos sean reconocidos de la misma manera en la que se reconocen los de los hombres. En este periodo crítico para la humanidad, en el que la tecnociencia tiene tanto para dar o tanto para quitar, la lucha por la inclusión de la perspectiva femenina debe ser aún más importante por las consecuencias inmediatas que estas decisiones pueden tener para el conjunto de la vida en este mundo globalizado y amenazado.

Referencias 

1. Pickett, Mallory. (18 de abril de 2019). I Want What My Male Colleague Has, and That Will Cost a Few Million Dollars. The New York Times Magazine.

2. Maxmen, Amy. (31 de agosto de 2018). Judge limits scope of gender-discrimination lawsuit against Salk Institute. Nature.

3. http://web.mit.edu/fnl/women/women.html

4. https://wff.yale.edu/resources/reports-other-universities-status-women-family-life

5. Hill, C., Corbett, C., & St Rose, A. (2010). Why so few? Women in science, technology, engineering, and mathematics. American Association of University Women. 1111 Sixteenth Street NW, Washington, DC 20036.

6. Lerchenmueller, M., & Sorenson, O. (Marzo 22 de 2017). Research: Junior Female Scientists Aren’t Getting the Credit They Deserve. Harvard Business review.

7. Ontirevos, Eva. (25 de abril de 2019). ¿Por qué tantos hombres incompetentes logran ser líderes? BBC.

8. Moss-Racusin, C. A., Dovidio, J. F., Brescoll, V. L., Graham, M. J., & Handelsman, J. (2012). Science faculty’s subtle gender biases favor male students. Proceedings of the National Academy of Sciences, 109(41), 16474-16479.

9. Shen, H. (2013). Inequality quantified: Mind the gender gap. Nature News, 495(7439), 22.

10. http://www.nsf.gov/statistics/seind12/append/c5/at05-17.pdf

11. Greider, C., Hopkins, N., Steitz, J., Amon, A., Asai, D., Barres, B.,...Zakian, V. (2017). Not Just Salk. Nature. 357(6356), 1105-1106. doi: 10.1126/science.aao6221

12. Haraway, D. J. (1995). Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza (Vol. 28). Universitat de València, p. 290.

13. Pickett, Mallory. (18 de abril de 2019). I Want What My Male Colleague Has, and That Will Cost a Few Million Dollars. The New York Times Magazine.

14. Para un estudio profundo de este tema, las autoras redactaron una sugerente lista de textos en https://medium.com/@AINowInstitute/gender-race-and-power-in-ai-a-playlist-2d3a44e43d3b

15. West, S.M., Whittaker, M. and Crawford, K. (2019). Discriminating Systems: Gender, Race and Power in AI. AI Now Institute.

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