Un brote de coronavirus en Galapa, Atlántico, puso a toda la gente en alerta en menos de una semana. El temor fue más grande cuando se supo que el virus había entrado a un hogar de ancianos, Tierra Prometida, un geriátrico fundado por Luzmila Meza, la primera víctima.
Tierra Prometida era el sueño de Luzmila, quien supo durante más de 70 años aguantar las embestidas más duras de la vida. No había pasado más de una hora de nacida cuando su papá, en frente de todos sus hijos, asesinó a su madre. Luzmila no lo recuerda, pero así le contaron la historia, así fue como terminó en una finca en Sahagún criada para ser la empleada y la esclava de una familia que le dio techo y comida a cambio de su trabajo. 14 años aguantó encerrada, hasta que agarró vuelo propio.
Apenas era una niña cuando llegó a Barranquilla, pero el recibimiento no fue el mejor. Desorientada en el caótico Paseo Bolívar, un policía la engañó ofreciéndole ayuda y terminó siendo vendida a un prostíbulo. Su primer cliente, el mismo policía que la había vuelto una esclava.
Luzmila solo pudo liberarse cuando quedó embarazada y la iban a obligar a abortar. Antes de entrar a la sala fría donde le quitarían a su hijo, logró escaparse. Prefería vivir en la calle antes que volver al prostíbulo.
La calle se volvió su hogar, y las esquinas de cemento su dormitorio. Siguió deambulando por Barranquilla, trabajando como mesera e intentando sin éxito tener una vida tranquila. Apenas con 18 años Luzmila ya tenía dos hijas y un historial en su vida que la curtió a punta de golpes.
Solo fue hasta que conoció a Óscar Díaz cuando pudo estabilizarse. Con Óscar tuvo otros dos hijos y montó un próspero negocio con la carne de res. En apenas unos años logró levantar cinco carnicerías, pero la vida estaba empecinada en hacerla arrodillar. Tras la muerte de su esposo, que dejó deudas y problemas, lo perdió todo.
Un día la acusaron de tráfico de drogas, los enemigos de su difunto esposo la embaucaron después de haberle dado una paliza como ninguna, casi muere en el hospital. Sin embargo, no pudo volver a su casa y terminó en la cárcel Rodrigo de Bastidas, de Santa Marta.
Después de once meses pagando una pena sin fundamento, regresó a Barranquilla, pero ya era otra. En la cárcel se hizo cristiana, y ya no le interesaba salir a trabajar, sino a predicar. Y decidió ayudar a los ancianos que se habían quedado en la calle, que comían de la basura, así como ella misma le había tocado años atrás.
Pero fue tocando puertas cuando encontró el respaldo para continuar con su titánica tarea. Con algunos ahorros y muchas donaciones compró varios terrenos en Galapa, donde creó la Fundación Social Cristiana Tierra Prometida, y se dedicó a cuidar ancianos y niños.
Luzmila murió el pasado 24 de mayo. Fue una muerte repentina, nadie se lo imaginaba. Los médicos decidieron hacerle la prueba de coronavirus y para tristeza de muchos dio positivo. Ella, que había dado la vida por la gente, se había convertido en el primer caso en el hogar geriátrico, que hoy tiene 34 contagiados más y se suma a una preocupación que hasta ahora en Colombia había estado en un segundo plano, las casas de ancianos, focos de preocupación de gobiernos como el español, que vio a su población morir encerrada sin nada que hacer.
*Con información de Zona Cero.