'Luzmatracas', la campesina que hace fiesta con sus rústicos sonajeros en el centro de Bogotá

'Luzmatracas', la campesina que hace fiesta con sus rústicos sonajeros en el centro de Bogotá

Luz Marina Reyes Castro lleva 27 años en la informalidad, vendiendo matracas y chucherías. Su bella historia de vida es como para una telenovela

Por: Ricardo Rondón Chamorro
abril 06, 2023
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'Luzmatracas', la campesina que hace fiesta con sus rústicos sonajeros en el centro de Bogotá

«¡¿Qué hace usted con tantos chinos?!», le preguntó la emperifollada señorita Rosalbina Pulido Gómez, de la aristocracia ramiriquense, a la campesina Ana Cecilia Castro de Reyes.

«Sumercé, allá en ese costal hay una chirriquitica. Si quiere, llévesela, bien pueda», dizque contestó Ana.

«Y la señorita Rosalbina, sin mediar palabra, cogió el costal y me llevó pa' su casa, como llevar una gallina de la plaza de mercado», dice sonriente y sin ruborizarse Luz Marina Reyes Castro, oriunda de Ramiriquí, provincia de Márquez, Boyacá, mientras hace tronar una matraca en su puesto ambulante, vecino del Pasaje Rivas, centro de Bogotá.

«Eso, en ese tiempo, donde yo nací (no le voy a decir cuántos años), las mamás regalaban los chinos cuando eran muchos y no había con qué criarlos. Yo era la octava de nueve guámbitos, y pues la señorita Rosalbina era de las ricas del pueblo, y le gusté yo y me llevó», confirma.

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-¿Cuántos años tenía usted cuando la regaló su mamá?

«Años, no, fue de meses, cuatro dizque tenía yo. La señorita Rosalbina me crío hasta los once años, y ya crecidita cogí la vida por mi cuenta, haciendo mandados, vendiendo melcochas en el pueblo, lo que saliera».

-¿No volvió donde su mamá?

«De vez en cuando iba, porque a mí me daba mucho pesar por mis padres, que eran muy pobres, lo que se dice requete pobres. Mi taita Pompilio era lustrabotas y mi mamita Ana cargaba y repartía pan en canastos por las casas del pueblo».

«Vivían con mis ocho hermanos, todos en una pieza, y dormían en el suelo. Ahí mismo cocinaban en un fogón de leña, con tres piedras. Yo, de mis ahorros, mandé a hacer una cama a un preso carpintero del penal, por quinientos pesos, y se la regalé a mi mamá».

«Es que yo fui empleada del director de la cárcel, el doctor Roberto Rosas Caro. Ahí les trabajé varios años, hasta que su esposa me convidó pa' que me fuera a trabajar a Bogotá».

«Y pues sí, le cogí la flota y llegué a la capital con tres mudas de ropa en una caja, y mis dos trenzas, a empezar una nueva vida en la casa de doña Emma Rosas Caro, hermana del ‘dotor’, que era administradora de empresas, y ahí trabajé hasta que conocí a José del Carmen Torres Barreto, que era torero, el 'Tigre de Tibaná', con el que tuve mis dos hijas».

 - 'Luzmatracas', la campesina que hace fiesta con sus rústicos sonajeros en el centro de BogotáDe lo puro criolla

Qué personaje más bello y poético es Luz Marina Reyes Castro, o ‘Luzmatracas’, como la conocen de tiempo atrás en este concurrido camellón que conduce a la Plaza de Bolívar.

Es que Luz Marina parece del mismo paisaje costumbrista de 'Siervo sin tierra', novela épica y contestataria de Eduardo Caballero Calderón.

Campesina de las purísimas, con el acento criollo de la comarca boyacense que mantiene intacto, no obstante haber vivido tanto tiempo en Bogotá.

Mirada franca, las trenzas de toda la vida, rostro requemado por el sol y las brisas paramunas, pecas relucientes, su enorme mochila terciada, esas fachas de jipi trotamundos; el vigor y el espíritu ramiriquense que no la deja vencer, impreso en su amor por el trabajo, y su sonrisa amplia y generosa que inspira y contagia.

-¿Cómo así, ‘Luzmatracas’, su marido fue torero?

«Sí, torero de lo que le pusieran por delante, de esos que llaman toros de casta, o cebús, toros criollos, de lo que fuera».

«El José del Carmen no paraba en la casa porque se la pasaba de correría por los pueblos. Mucho trajinar ese hombre con los cachos. Murió en su ley y hoy descansa en la paz del señor».

«Yo, con el favor de Dios, me eché al hombro a mis muchachas, y a trabajar en lo que saliera por ellas: la mayor, Flor Marleny, de treinta y siete años, es contadora de la Universidad Nacional».

«Se casó con un veterinario de la misma universidad en la catedral primada y se fueron a vivir a España. Me dio un hermoso nieto, que ya va pa’ los catorce años».

«La otra, Olga Lucía, cumplió treinta y cuatro años en febrero, y es la que me acompaña. Ella es sorda de nacimiento, pero se comunica con el lenguaje de señas que le enseñó la hermana Hilda en el Instituto de Nuestra Señora de la Sabiduría. Además es una estrella del fútbol. Ha participado en varios paralímpicos y tiene colgadas las medallas en las paredes del rancho».

«Qué no he hecho yo para ganar el sustento de mis hijas, madre santísima: empleada en casas de familia, fui lotera, aprendí a fabricar títeres y a tejer mochilas en cuatro puntos, y a negociar, porque de eso hemos vivido, del trabajo informal. Ya llevamos veintisiete años en este puesto ambulante».

«Por Flor Marleny, mi hija mayor, aprendí a leer y a escribir, a manejar una calculadora, porque yo salí de mi pueblo analfabeta, es que ni siquiera conocía el reloj».

«Por ella también vine a conocer el mar. Me llevó a Santa Marta para celebrar mis cincuenta años. Nos quedamos en el hotel Tayrona. Ella vive muy pendiente de su hermanita y de mí. Mis hijas son el mejor regalo que me ha dado la vida».

A punta de matracas

Un niño quiere una matraca. El pequeño, con unos mofletes como los del actor mexicano Carlos Villagrán en su representación de Kiko, en El Chavo del 8, jala las faldas de su madre para que se la compre. Pero quiere la que ‘Luzmatracas’ hace traquear. Ella se la alcanza. El niño intenta hacerla sonar, pero no se da mañas.

Luz Marina aconseja a la madre una matraca pequeñita, y se la pasa, pero el párvulo la rechaza y arma el berrinche porque quiere «la de la señora, esa, la grande...», señala con el índice, insiste con su vocecita entrecortada, mientras la mamá le explica que las matracas de los niños son las chiquitas, pero la criatura porfía y rompe en llanto. La señora, exasperada por la pataleta, lo toma de la mano y reanuda su marcha.

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Las crónicas de la fe católica coinciden en que las matracas, de tiempos inmemoriales, en España y en México, han hecho tradición en días santos para reemplazar las campanas, que guardan luto en esta temporada.

Pero solo Dios sabe quién fue el artesano inventor, y de dónde el nombre con el que bautizaron este sonajero de madera innoble, que no es más que una caña sostenida a un engranaje de aspas o dientes, que al ser friccionadas con un palito a manera de manivela, produce un ruido torvo, ensordecedor.

De hecho, en La RAE, se encuentran sinónimos de matraca como pesadez, cantinela, machaconería, carraca, tabarda, lata, porfía, monserga, fastidio. En Guatemala, una matraca es una borrachera con pérdida de conocimiento. En Castilla, mi barrio, hay una fonda que se llama Matraca, el Chupe, y un salsero a quien distingo, transmite vinilos y descargas desde La Matraca de Cerón.

Pero de las matracas, Luz Marina Reyes Castro ha vivido todos estos años.

-¿En dónde las compra para negocio?

«Me las hace don Juan, un carpintero de Belén, el barrio donde vivo, cerca de los lavaderos Gaitán y de la antigua fábrica de loza».

«Las llevo vendiendo desde que estoy en este puesto, hace más de veinte años, pero no crea que las piden únicamente pa' semana santa. También las utilizan pa' bodas, piñatas, noches de velitas, pa' recibir el año nuevo, pa' hacer bulla».

-Claro, ‘Luzmatracas’, me hizo acordar del porro decembrino de Billo's Caracas: «Entre pitos y matracas / entre música y sonrisas / el reloj ya nos avisa/ que ha llegado un año más».

«A punta de matracas y de todas las chucherías que vendo, ya estoy a unos cuantos garbanzos de pagar mi casita».

«Mi hija Flor Marleny me ayudó a hacer los papeles con el Fondo Nacional del Ahorro. Mantengo mi ranchito como una tacita de plata. Para mí es un castillo bendecido por Dios».

«El padre Edilson, de la parroquia de Belén, me enseñó a proclamar la santa palabra. Todos los días, apenas me despierto, encomiendo mis hijas a la virgencita del Carmen».

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Pomadas y sobijos 

El inventario de las chucherías que expone Luz Marina, es variado y abundante.

Bajo el sistema informal del agáchese, el interesado encuentra plantillas para calzado, cordones, piedra pomex, piedras de amolar, rascadores, masajeadores, cuchillas, afiladores, rejillas de lavaplatos, perinolas, ocarinas de barro, exprimidores, reductores de calor, pilones de madera y piedra, caucheras, mochilas de yute y de fique, trampas para ratones, y hasta patos de caucho para espantar gatos entrometidos.

Si uno se agacha más y le duele la cintura, se topa con bálsamos y pomadas para la ciática, el lumbago, las tronchaduras y torceduras de tobillos y cuello.

«La pomada verde es bendita para sacar los fríos concentrados de espalda y rabadilla. Y la pomada Andrinas, para los críos descuajados».

«Para esas descuajaduras de recién nacidos yo sé hacer el sobijo y el amarre con tela de garza, que es la misma que se cortaba para los pañales de los culicagados. En el campo, en vez de pomada, utilizábamos nata de leche. Y santo remedio».

Me hace gracia la parla sin rodeos de Luzmatracas, sus modismos campesinos, su sinceridad y desenfado, su arrolladora belleza espiritual.

Pero sobre todo, su valor y sabiduría de mujer rural, que pese a la orfandad y las dificultades, no se ha dejado doblegar de los peligros y las adversidades del monstruo de la gran ciudad.

-Luz Marina, ¿guarda resentimientos por todo lo sufrido?

«Para nada. Mi abuela acariciaba las gallinas antes de torcerles el pescuezo. Eso me quedó grabado, porque la vida tiene sus durezas pero también sus recompensas».

«Doy gracias a Dios por mis hijas, por mi rancho, porque tengo salud pa' levantarme todos los santos días a trabajar, de domingo a domingo, de ocho de la mañana a cinco de la tarde».

«De vez en cuando, saco un día entre semana pa' las vueltas personales, citas médicas, todo eso que hay que hacer. No me quejo de nada, vivo con alegría cada día de mi vida, y le saco el cuerpo a los amargados».

Luz Marina atiza los tarros de carbones encendidos con incienso, estoraque, mirra, menjú, palitos de romero y palosanto, alhucema, goma de Arabia, entre otras fragancias agoreras de Semana Santa, para limpias y rezos, y mientras atiza con la zurda, con la diestra hace traquear sus matracas, como en un rito guajiro de Blacaman, como si entre esa rotunda y espesa humareda, ‘Luzmatracas’, en cualquier instante, se fuera a elevar por los cielos como Remedios, la bella.

*Todas las fotos por: Ricardo Rondón.

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